miércoles, 3 de enero de 2018

Cóncavo-convexo

Desde el banco del jardín, ella observa la escultura que perpetuará ese amor inconcluso.
Durante la visita guiada, el curador de la muestra recorre con los visitantes, los senderos del parque y se detiene ante cada obra.
La joven artista descubre que la mayoría, ante "Cóncavo-convexo" tienden a interpretar, pero ninguno es capaz de comprender la densidad de ese amor, la textura del dolor. 
Aquella mañana infausta iban a encontrarse y degustar en la cadencia de los besos, el fragor de un gran amor concebido a la distancia, el color de la pasión, la entropía de la incertidumbre, la calidez de los abrazos, la magnitud de los cuerpos sedientos, la topografía de las manos sobre la piel, el temblor de las entrañas...
La noticia explotó en sus oídos un breve tiempo antes de la hora prevista para el arribo. El avión en el que él viajaba estalló en el aire y las llamas devoraron todo, casi instantáneamente. 
Hay maneras muy particulares para hacer el duelo. La muchacha creó una escultura de tamaño natural, trabajó con hierro y con cemento, cinceló, modeló, pulió y cuando hubo llegado a la altura del corazón, unas manos, sus manos, extrajeron de ese torso fuerte, un corazón palpitante, se abrazó a él, cruzó una pierna sobre la cintura de esa argamasa aún fresca y después se retiró para enjugar las lágrimas y para dejar correr el agua sobre su cuerpo mustio,  donde la mezcla comenzaba a fraguar. 
Así quedó en la escultura una oquedad y morfología de un amor trunco.
Hubo un jolgorio de calandrias, un aroma de madreselvas en el rocío del atardecer, la vergüenza de las ardillas juguetonas y la risa burlona de las vizcachas. 

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