domingo, 24 de diciembre de 2017

Una nada blanca

Quiso alejarse de la despersonalizada multitud, del colorido de fantasía, del fárrago cotidiano, de los alaridos desquiciados, del rumor citadino, de correr y apresurarse por arribar a metas de cartón pintado.
Había intentado navegar desde los pequeños estanques de la poesía, pasando por los charcos de los cuentos, hasta había escudriñado en los mares de la fotografía. Ella siempre fue amiga del silencio y necesitaba percibir una intensa quietud en el exterior y en el paisaje de su alma.
Replegarse en sí misma, acallar los ruidos que la perturbaban, hasta encontrar ese vacío emocional que opacara imágenes del pasado, que borroneara el futuro hasta convertirlo en una en una nada blanca y que el presente la suspendiera en una tierra de nadie.
Entonces se decidió. Con la única compañía de su mejor amiga, trepó la montaña y allí sí percibió un cielo de escarcha, un suelo níveo que amortiguara su deslizar y un silencio inconmensurable.
Hacia la cima, prodigio de hielo, milenarios susurros que se colaban entre las grietas misteriosas, placas quejumbrosas, alquimia de siglos y el silencio, el monumental silencio.
Cuando el sol bostezaba queriendo irse a dormir, sólo un punto negro en el firmamento se agrandaba cada vez más. Y lo descubrieron: un cóndor solitario acompañaba su soledad y desplegaba sus alas como acariciándolas. Un aire de libertad las abrazó y entonces, el sonido de las quenas, gloria celestial, ocupó todo el espacio. 
El regreso fue una cadenciosa danza en armonía, un regreso al tiempo real, con una energía renovada que fuera recibida desde las entrañas mismas de la tierra.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Ojos verdes

Ojos verdes como la albahaca, dice la canción y es tal cual. Miro esos ojos y me sumerjo entre los plantíos de albahaca. Huelo, a bocanadas, el refrescante y botánico olor de mi amado.
Como la albahaca, él es piel salina y es sabroso, suave al tacto, macizo cuerpo de untuosos músculos. Me dejo llevar. Mi mano se desliza por toda su anatomía fuerte. Nos embriagamos con el excitante aroma a albahaca y ahora es áspero sabor de sus labios sedosos, hasta que los cuerpos quedan exhaustos de amor y reposan.
Ese olor relaja los músculos de los amantes que yacen en silencio. El verde de sus ojos está tornándose azul intenso, cuando la noche los cubre.

Ya es hora de preparar la cena. Hoy, un rico pesto con albahaca, ajo, aceite de oliva, nueces y queso. La pasta está servida. ¡A recuperar energías!

domingo, 3 de diciembre de 2017

Evolución

Los tres elementos se funden en una sola imagen: el amonites, la cinta de Moëbius y el hombre del futuro. No puedo evitar pensar en la evolución de las especies.
Un amonites de la Era Mesozoica, ya extinto en el Cretásico, se expone en la vitrina de una lujosa joyería, obra maestra del orfebre.
La cinta de Moëbius, ese raro objeto geométrico, casi mágico, sigue siendo una incógnita y aunque los matemáticos se esfuercen en complicadas ecuaciones, siguen las incertezas.
Desde el hombre de Neandertal, al Homo Sapiens, hasta llegar al hombre del futuro, se sucedieron las teorías; el pensamiento científico y la Teología no logran acordar.
En el cuadro, la cinta tiene en un extremo un amonites y en el otro, al hombre del futuro. Los abraza.

En la sala de exposiciones de una coqueta galería, dos visitantes observan. Desde la izquierda, Darwin, y desde la derecha, Dios.