miércoles, 15 de noviembre de 2017

Lágrimas de cocodrilo.

En los pueblos petroleros, donde abundan hombres solos, siempre se instalan uno o varios cabarets, dependiendo de la densidad poblacional. Es que los hombres que desarrollan esa dura tarea en el desierto, necesitan momentos de esparcimiento. 
Los hay (me refiero a los cabarets) de diferentes categorías. Unos son de lujo, como si hubiesen sido creados para atender los caprichos de los jeques árabes. Y otros, son "piringundines" de mala muerte, al que concurren los obreros de menores recursos. Ambos, (me refiero al tipo de hombres) desean recibir los servicios de atención sexual, a cargo de mujeres que se ofrecen a cambio de dinero.
En la Avenida del Trabajo, el almacén de Ramos Generales, "El cedro del Líbano" vende productos necesarios de todo tipo, como pan, yerba, mamelucos de trabajo, alpargatas. Asimismo, "Women" a pocos metros, en horario nocturno, ofrece a sus clientes los servicios de los que antes hablaba, desde las luces parpadeantes de neón.
A este último local concurrí una vez con mi esposo, porque los muchachos de la empresa habían sido invitados para asistir al show de la cantante y bailarina brasilera, que andaba de gira.
La cuestión fue que, acodados en la barra, se nos acercó una "copera",; así se las llama a las chicas que, por una copa y unos billetes, venden su cuerpo. Raras veces, son cuerpos esbeltos y rozagantes; la mayoría de las veces, se trata de cuerpos maltratados por el tiempo y la miseria.
-Yo no elegí esta profesión -me dijo Denise, entre lágrimas, que se acababa de presentar. -Es la vida la que me trajo por estos lares.
La miré con indiferencia, porque no creía en sus lágrimas de cocodrilo, que se derramaban por unas mejillas resecas como el aire del desierto y por el cuello arrugado, disimulado con una bijouterie de fantasía. Con una mano como zarpa, se recompuso el maquillaje que comenzaba a borronearse. Y continuó.
-Tienes una linda mujer, muchacho, podríamos compartirla. ¿QUé te parece? -Eso le sugirió a mi esposo, como si yo fuera una mercancía de trueque.
Él se quedó mirándola con los ojos bobos de beodo y yo salí corriendo, a respirar el aire puro de la noche. Nadie me siguió y me quedé llorando con auténticas lágrimas de soledad y congoja. 
Me desperté con las estampidas, los frenazos, la gritería y los botellazos contra los adoquines. Una trifulca se había armado. Eran las 6 de la mañana. Escuchaba todo perfectamente desde mi cama, que daba a la pared lindera de un café, situado justo enfrente del cabaret.
-Lo que pasa es que la brasilera no se andaba con chiquitas. Provocaba a todos, y así quedó, tirada en la calle, hasta que llegó la ambulancia -Reconocí la voz de Paco, el mozo del bar, que conversaba con los parroquianos.
-Enseguida se vació el boliche cuando vino la cana, hizo la razzia y se llevó a los clientes borrachos, a dormir la mona a la comisaría. -Supe entonces, que mi marido estaría con sus amigotes.
-Me parece que ésta va a terminar como las otras que pasaron por acá.- Me acordé del caso de la chilena que dejaron en la punta de riel, justo en la frontera.
Antes de dormirme dudé y reflexioné sobre las lágrimas de cocodrilo de Denise, que así califiqué tan prematuramente. ¿O sería tan dramática la vida de las chicas del cabaret?

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