miércoles, 14 de junio de 2017

Hologramas o están criando monstruos

El abuelo de mi abuelo, y éste a mi madre, le decía en incontables ocasiones: "Están criando monstruos", cuando llegaba bien dispuesto para contarnos cuentos a nosotros. Mi hermana yyo estábamos obnubilados, pegados al monitor en el cuarto oscurecido. El abuelo decía que éramos hologramas silenciosos que despedíamos luz, la que provenía de la pantalla. Y madre, como toda madre orgullosa de nos, decía que éramos seres de luz.
Supe que el abuelo había sido escritor y que contaba historias en el papel. Solía leer y escribir recostado en una hamaca paraguaya que colgaba a la sombra de un cerezo y que de tanto en tanto, estiraba un brazo y comía los dulces frutos.
Hoy,como hace bastante tiempo, se ha cortado el suministro eléctrico  y no quise esperar hasta que se restableciera con la energía alternativa.  Entonces, fui arrastrando mis delgadas piernas hacia el cuarto de los cachivaches (así lo llamaba madre) antes de que llegue el fumigador y recolector de trastos viejos. 
Busqué un libro escrito por mi abuelo pero no lo hallé, ni fotos. Sí encontré una tela grande y larga, desteñida y engomada. Quise armar una hamaca como la del abuelo. Hice un nudo en la manija de un placard y até la otra punta al tronco seco de un árbol. Dicen que al momento de construir el habitáculo, prefirieron dejarlo para que siga creciendo, entonces dejaron un agujero en el techo, pero después murió. Cuando me senté, llevé también un pergamino, símil hoja de papel y un lápiz,  porque quería ser escritor como el abuelo. La tela cedió y termin`´e en el piso, donde estaban aún los restos de la anterior fumigación. Un olor acre y sulfuroso se hizo muy perceptible.
Escribí unas pocas línes en un lenguaje de signos, doblé la hoja y la guardé en un bolsillo de mi traje cuasi metálico y partí. El transbordador me llevaba por el aire dudoso de la ciudad opaca, donde un sol no terminaba de despertar. 
La casa de Amneris, con quien tenía una conversación en la pantalla, estaba cerrada herméticamente. Llamé porque quería mirarla a los ojos. Ella abrió y enseguida bajó la vista, porque el resplandor la cegaba; quise palpar sus mejillas pálidas, pero el holograma se alejó temeroso. Entonces dejé en el umbral la carta, una semilla de rosa mosqueta que aún conservaba el color rojo (que significa la vida y el amor), un nudo de coihue, que representa la enfermedad y la muerte y una geoda con cristalizaciones de roca, simbolizando la eternidad. Es decir, le dejé todo el universo condensado como muestra de mi amor, antes de que se disperse por el cyber-espacio.

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