domingo, 12 de marzo de 2017

Historias con picardías

Doña Isolina, que así se llama la viejita de los ojos opacos que no ven y por su cara ruzan miles de arrugas, se mece en su sillón, mira a la distancia y ve imágenes que la hacen sonreír. -¡Eh, Tina y Enzo, vieni qua, a mangiare!-grita.
Su vecina, doña Rosa, como todos los días, acerca una silla junto a la vieja y conversan.
-Vine con los dos nietos para sacarlos de esos jueguitos electróinicos. QUiero que orran, inventen juegos, que se diviertan de otra manera, que se suban al paraíso y que vayan a cazar chicharras...
-Ahora ya no está, pero me acuerdo de esa nena, Lili, que vivía acá a la vuelta. Era la única nena del barrio. Todos varoncitos, pero ella parecía ser la cabecilla. -Vamos a la placita rompidita- decía y ellos obedecían. Se colgaban de las cadenas, se balanceaban, hacían piruetas en el trapecio, y muchas veces se caían desde arriba. Ella andaba siempre con las rodillas rotas y los brazos arañados. Su amá, la perseguía con un algodón embebido en té de malva para que cicatricen las heridas y de vuelta a casa. ¡Qué niña traviesa!
-Sí, parece que desde la cuna era pícara. Todavía la veo de la mano de su papá, dos o tres años tendría, que la llevaba a la cancha. Iba con una pollerita roja a cuadros, tableada y a cada paso, las tablas se abrían. Era chueca, porque se había parado muy pronto en el corralito. Se ve que estaba como prisionera. Más tarde, a fuerza de masajes con talco, enderezaron esas piernas. Su mamá, que era modista, confeccionaba unos lindos modelitos y ella los lucía muy coqueta entre los varones. ¿No tenía hermanos?
-Fue hija única hasta los doce, después nació Robertito. Me acuerdo que mientras los nenes jugaban a lo bruto, ella se subía a los paraísos y los veía jugar a la pelota y patearse, o pegarse piñas. Ella, desde arriba, enhebraba los pistilos de las flores de paraíso y se armaba unos lindos collares perfumados. Ose dedicaba a tirar las semillas de los plátanos sobre las mantillas de las devotas que iban a la misa. También ataba con un hilo a las chicharras que aturdían en las tardes de verano. Les ponía un hilo por la cabeza y las dejaba volar y chirriar. Era experta en agarrar las verdes grandotas, que hacían un sonido más agudo. Luego bajaba y proponía jugar a as bolitas (hoyo y palma) o a los pistoleros y a los indios. 
-¡Ah, sí, una nena terrible. Berichina!. Una vez intervine para separarla, porque Jorgito, cansado de sus burlas. ¡Orejudo! ¡Orejudo!, la agarró del cogote hasta ponerla azul... yo la salvé. La Mona le decían. Otras veces iba a las zanjas a buscar huevitos de ranas para pescar en la laguna. Los chicos le tiraban ranas, pero nunca la alcanzaban. Me acuerdo que muchas veces su madre la buscaba, porque se había escapado a la hora de la siesta y allá estaba, corriendo carreras en bicicleta con los muchachos. Le quedó una cicatriz en el nacimiento de la nariz, porque frenó con los dos frenos en una esquina y se cayó para adelante. otras veces, paseaba muy oronda sobre la burra Catalina. Iba en ancas y la llevaba a pasear el hijo del gitano. ¿Se acuerda?
-¿Ve, doña Isolina? QUé vida más sana hacían los chicos de antes. En la escuela la maestra contaba que Lili era muy participativa en los actos escolares. Recitaba, cantaba en el coro, actuaba en algunas escenas de as fiestas patrias, bailaba zambas y chacareras. Y también ayudaba a los varones del grado para asustar a la profesora de música. Le movían desde atrás el piano, o le ponían un sapo sobre el teclado, y cuando abría la tapa, el sapo le saltaba encima. Yo digo, bien hecho, si esa maestra era muy amarga, y los chicos se vengaban. ¿No cree Ud?
-¿Vio que vino ese gerente nuevo de la fábrica de quesos, de Alemania? Bueno, las hijas iban a la escuela pero estaban eximidas de ir a las clases de religión o de catequesis porque ellos eran protestantes.. entonces Lili, se escondía detrás del busto de Sarmiento, y no entraba al aula, se quedaba con las chicas a jugar. Cuando pasó la comunión, estaba muy bonita con un hermoso vestido de plumetée que había confeccionado su mamá, pero, como se portó mal en la misa, las monjas la echaron atrás, y fue la última en tomar la comunión. Ella sabía que no había que morder esa pasta, porque era el cuerpo de Cristo...
-¿Y más grande, siguió igual?
-Sí, me contaban mis nietas, que en un pic-nic de la primavera, un chico le dio a Lili el primer beso... entonces ella después reunió a todas las chicas del grado y les contó con lujo de detalles esa experiencia inolvidable. Después, fue memorable, las vecinas contaban, que en una fiesta de 15 años, el papá la sacó a empujones y la corrió con la alpargata, porque la encontró bailando con Ricardito, y ella no tenía que bailar, estaban de luto, porque había muerto la abuela Margarita. ¡Mala suerte!
-En la escuela comericial, también hacía trapisondas... Por aquella época las chicas se peinaban con un jopo agarrado con una hebilla y todas se parecían. Se hacían muy compinches. Una era muy buena en Lengua, y la otra, en Inglés, entonces, cuando las llamaban a dar lección, una iba en lugar de la otra, y las profesoras no se daban cuenta, y se sacaban buenas notas. Una sobrina me contaba más aventuras de Lili, dicen que cuando tenía 14 años, más o menos, todavía no se había desarrollado y las otras sí, entonces, rabiaba y para parecer más grande, iba a fumar con las más grandes en el recreo, escondidas en el baño, total, después mordían hojas de ligustrina antes de entrar al aula, así disimulaban el olor. Cuentan también que, comandadas por Lilia, lo mareaban al profesor de Contabilidad. Se usaban guardapolvos blancos y cortos. Cuando venía la evaluación de fin del cuatrimestre, las chicas, cruzaban y descruzaban las piernas en primera fila. El tipo ponía los ojos bizcos y al final, aprobaba a las chicas y mandaba a examen a todos los varones. En los veranos, su mamá quería que aprenda a coser, pero ella se iba a vagabundear o se pasaba el día en la pileta del club. Más tarde, comenzó a trabajar allí, y también entrenaba para los torneos de natación. ¿Era gordita, se acuerda?
-Sí, vecina, esta nena era increíble. Después se fue a estudiar, y no la vimos más, dicen que se escapó de la casa y se fue al sur, a vivir allá con un hombre mayor. ¿Qué habrá sido de ella? Debo irme ya. 
-¡Chicos, vamos! Les va a doler la panza de tanto comer esos duraznos calientes. ¡Vamos!

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