De palabras e
interpretaciones
A veces una lee de apurón, trastoca sílabas o letras y
confunde todo. En una ocasión había leído “Corre, Marx” y enseguida pensé, ni
muerto se queda quieto, corre, salta el muro, se tropieza, mete un pie en una
grieta, vuelve a trepar… y claro , la caída de las ideologías, y la globalización…
y… Volví atrás. No era Marx, decía “Corre Max” Los perseguidores ya le pisaban
los talones.
En esta oportunidad había leído “aldaba”. Entonces comencé a
hacer las relaciones pertinentes. Sí. Aldaba es un llamador de metal. Me hizo
acordar a un político corrupto que lucraba con los mensajes de correo, y como
las ganancias eran muchas, la sociedad se llamaba “Aldabón. S.A.” Súbitamente, vino a mi memoria el estudio de la
etimología de las palabras, la búsqueda de significados por el contexto y los
siete siglos de la influencia árabe en nuestra lengua castellana… Las palabras
que comienzan con “al” son moriscas, al-andaluz, alambique, alquimia… y no
quiero hacer más alharaca. Los vocablos con h intermedia son también árabes,
decía una profesora con los ojos color de la albahaca.
¡Pero bueno! Siempre me voy deslizando por las ramas. No
puedo evitarlo. El asunto es que la nueva novela que presentaron se llamaba “La
señora de la albada”. Como no podía asistir, ni conseguir el libro, recurrí a
mis habituales razonamientos, que son por demás beneficiosos para poner en
funcionamiento las neuronas y agilizar la mente. Si alameda viene de álamo, albada viene de
alba. Dos sustantivos colectivos que expresan un conjunto y son ambas, de
origen árabe.
Más tarde pienso: si la señora es muy afecta a andar en la
albada (en muchos amaneceres, todos los días) debe ser una mujer muy audaz, que
se arriesga a transitar la noche de punta a punta, esquivando los peligros de
toda clase, se apasiona y sufre por amor, hasta que finalmente, llega a la mar,
que es el morir. Ya lo decía el poeta
granadino, la gitanilla es Soledad Montoya, que tiene una pena amarga.
Seguramente llora y el desconsuelo es la pérdida de un amor.
En un rato intentaré recrear la trama y dibujar a los
personajes. Por el momento, prefiguro su retrato. Ahí va la señora de la albada,
como una loca corre y sus largas trenzas azabaches se enredan en las retamas, en
los espinos, en los cardones. Debajo de la falda blanca de fino hilo se adivina
la piel tersa y morena. Se humedecen sus ropas y se ensucian en la carrera y ella
respira los vahos nocturnos de las estrellas que languidecen. De sus ojos
negros como tizones ruedan lentas perlas de rocío. Huele aún al sudor de los
forasteros y al amargo tabaco de la soledad y el vino. Corre y tiene una pena
negra como la noche, que ya se cuaja en el clarear del horizonte. ¡Una pena
honda la desconsuela y corre, corre!
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