domingo, 27 de marzo de 2016

Amancay, aeropuerto, tulipán.

Un amigo decía y repetía hasta el cansancio:"Nadie sabe de amor". Hoy voy a desafiarlo con una hipótesis contraria, una comprobación con tres historias y una tesis fianl.
El primer amor es elmás intenso, el que perdura y el que con paciencia y suerte, cuando los planetas se alínean, se recupera para siempre.
Tres historias son más que suficientes para una validación teórica. Casi siempre una de las partes ha palpado por primera vez la emoción y el alboroto de los sentidos. Lo llamaan "flechazo" a ese dardo que Cupido envió directo al corazón. Y como se trata del primer amor, he de referirme al amor adolescente, ése que nos hace erizar la piel; el sístole-diástole se dispara golpeando el tambor del pecho; sudoración en las manos y otras partes pudendas; sonidos guturales, hasta la total mudez; suspiros incontenibles... qué mas puedo contarles, si todos hemos percibido esas sensaciones, ¿quién no?

María y Alejandro
La pantalla del celular titiló y envió un mensaje cargado de confidencias."Tenés que  acordarte de Alejandro, el de rulos rubios que conocí a los quince, cuando iba a visitarte en los veranos. Nos habíamos visto en el colectivo que iba al centro chiquito de la ciudad. Nos encontrábamos en cada esquina, en la vereda de enfrente, en "la vuelta al perro", tanto que me dijo un piropo torpe: "Te veo hasta en la sopa". Yo esperaba algo más romántico, pero le salió así y me hizo sonreír. Pensé que era una mosca cargosa que finalmente, luego de tantos giros, se caía en la sopa. Nunca imaginé que ese chico escuálido y de rulos se convertiría en mi gran amor. 
Nos hicimos novios dese que no le dí ese beso en las escaleritas frente al gran lago y así, caminábamos de la mano todas las tardes, hasta gastar las veredas y terminaron las vacaciones. Vamos a visitarte, como en luna de miel. Final del mensaje. 
Transitaron muchos caminos siempre paralelos, sin volver a encontrarse. Mucha agua corrió debajo de los puentes, como dice el dicho popular. Y un océano los separó. María la llamábamos, simplemente María, como el tango. En diferentes sitios los dos armaron sus vidas que, aunque dichosas, no terminaban de conformarlos. Un esposo y seis hijos (uno más quintillizos). Dos esposas y cuatro hijos (dos con cada una). No se dieron cuenta que en la responsabilidad de ser padres, se olvidaron de vivir, mientras la rutina socavaba las fuerzas de la juventud. 
Esta tarde los vi y descubrí en el brillo de sus miradas, que el verdadero amor finalmente había llegado. Treinta años después, en un aeropuerto, cuando ella decidió volar sobre el gran océano, se dieron ese beso que ella le había negado. Ahora la nombramos Victoria, su segundo nombre. Un amor adolescente que floreció en una primavera precoz; un amor maduro que se renovó en el otoño de sus vidas. 

Lucía y Cristian
-Tengo una invitación para cenar.
-¿Ah, sí? ¿Con quién? ¿Cuál de los tres que te pasan a buscar para andar en bicicleta? ¿El rubio de pelo largo? ¿El flaco de rulos negros? ¿El grandote de ojos verdes? -le pregunté.
-El que me regaló ese tulipán tallado en madera.
-Sí, pero cuál de ellos?
-El que te rompió el termo que se golpeó en la bicicleta, cuando íbamos a tomar mates a la playa. 
-¡Ah, sí! Me acuerdo.
-Buena elección, hija. Al menos esta noche no vas a llevar el termo. -Y los ojos de Lucía ya transmitían lo que las palabras no se atrevían a confesar. 
El padre dio el visto bueno cuando les sugirió un departamente para armar su "nidito de amor"
-Un año deben esperar. Un año para probarse en la convivencia y para desenvolverse sin pedir ayuda... nada de recurrir a los viejos para el sostén económico, ¿eh? ¿Está claro? -señalé.
Al cabo de un año supe, al comenzar a contarnos, que un hijo venía en camino. Hoy, tres nietos ya grandes coronan ese amor adolescente que perdura.

Cecilia y Rodrigo
Rasgaba las cuerdas de su guitarra, como para disimular la timidez con melodías suaves, y me contó.
Me enamoré de Ceci en Puerto Blest. Una excursión del colegio. Yo estaba en 2º año y ella en 7º de la primaria. Se destacaba entre el grupito de chicas y no pude dejar de mirarla. Ella me descubrió, pero mariposeaba entre las flores de amancay, o probando una frambuesa aquí, y otra más allá, disimulando.
-Esa pecosita de allá anda siempre a caballo por el bosque -me dijo un compañero.
-Vayan chicos, acérquense y les cuentas lo que aprendieron hoy, cómo cuidar el ambiente natural. 
Los sonidos de la guitarra acompañaban el relato.
Pasó un tiempo y no la encontré más, hasta que un día, en el Cerro Catedral la vi esquiando allá lejos, en la nieve virgen, fuera de pista. Para mi sorpresa y mi desaliento, la vi tomada de la mano de un chico de su edad, con los skíes al hombro.
La guitarra ahora suena con acordes armoniosos y potentes.
Pero una vez me enteré que ya no estaba con él y la abordé. Previamente, tuve que dirimir a las piñas la situación con ese chico, que todavía la perseguía. Y aquí estamos juntos. -Veo en sus miradas un amor maduro e indestructible.
Dos nietos más tengo. Y ya estoy perdiendo la cuenta de cuántos son en realidad, porque son muchos. Y son mi delicia, de ojos azules, de ojos verdes, que viven con intensidad cada etapa de la infancia y la juventud.


Tres historias bastan para demostrar que sabemos de amor. Me reservo mi historia para otra ocasión. Aunque, hablando de piropos, ¿a qué mujer no le gusta que la halaguen? Ya en el invierno de mi vida todavía me sorprendo.
-Se te cayó...-escuché que alguien me hablaba unos pasos más atrás. Me di vuelta y miré qué se había aído y quién me avisaba. 
-un pétalo -continuó.