domingo, 14 de febrero de 2016

Ratros

Estoy buscando en el viejo arcón las medallas que obtuve en natación, cuando era niña. Merodeo en los pequeños cajones del lado izquierdo y las encuentro. Ellas, mis nietas, las admiran porque también son nadadoras como había sido yo. Al momento de volver a guardarlas descubrimos que en el fondo de uno de los compartimentos pueden palparse algunos signos tallados suavemente.
1925. Ese año apareció mágicamente al raspar con lija fina. Había más. Y a nuestro juego nos llamaron.
 Ese baúl, originalmente había sido de roble macizo, pero había sufrido modificaciones y restauraciones luego de acabar tirado en el fondo del terreno allá, en el bajo de Olivos. Mi esposo me había contado que se enojó mucho con su hermano mayor, cuando supo que, al hacer la ampliación de su casa, porque la familia crecía, lo dejó a la intemperie. Las lluvias, la humedad, los insectos y la hojarasca habían hecho su parte.
-¿¡Cómo podés dejar que el baúl de los viejos se deteriore de esa manera?!
Hubo que cambiar el entablonado de la base. Por cierto, fue reemplazo por tablas de pino. Más tarde, fue trasladado al departamento de soltero de un primo que lo pidió prestado, para decorar una boutique que inauguraba en Belgrano. De claro roble pasó a ser pintado de negro mate, al estilo "vintage" para resaltar su calidad de añejo. Mucho tiempo después, cuando estuvo en mis manos, me dediqué a restaurarlo y volverlo a su color natural. Los herrajes eran los originales, aunque la cerradura se había perdido, y la llave, también. Lo llamábamos el baúl de los recuerdos porque guardaba misterios, justamente, toda la nostalgia de los años.
1925, año que acaba de descubrir tras lijar su interión. Ese arcón había transitado el gran océano en ese año, desde la vieja Europa hacia la nueva América. Así lo supe y recordaba, a medida que la lija iba despejando m´`as signos que venían del pasado. Apareció la palabra "Amérika" hacia la derecha. Raspando y raspando, pude ver a Ketty portando el violín. No iba a la clase con su profesor, se desviaba y corría al encuentro de su amor. Hans la esperaba en la moto con sidecar. El violín era atado convenientemente y las sogas eran las agarraderas para que ella se deslice con los skíes sobre la nieve nueva. Iban rumbo al castillo de Falkenstein en la Selva Negra... Odn wald, el bosqwue impenetrable de hayas y gnomos, y el robledal pleno de oscuros misterios.
Aparecen más imágenes... Cuando su madre descubrió que no iba a tomar clases de violín, le partió, literalmente, el "fiolín" (como ella decía) por la espalda y cuando supo que su hija estaba embarazada, ¡qué bochorno para la familia! Algo realmente vergonzante por aquellos años. Tenían que casarse, sin falta. El niño nació en la casa materna y el joven padre traspasó el océano para buscar nuevos horizontes y un  futuro cargado de promesas.
-¡Main lieben got! -decía- ¡Amérika!
Esquirlas de la memoria, retazos del pasado iban develándose en el mensaje escrito en alemán: Ihr Leben in Amerika ist intensive glückinch. Los amigos Phipp, Anna y Joachim le habían regalado ese baúl con deseos de felicidad.
Siempre ha estado   restaurándose y ahora, en 2015, contiene otros secretos, más recuerdos y nuevas impresiones para los descendientes. En el fondo, un tesoro: fotos amarillentas, vibrantes, opacas, recobran instantes de otros tiempos y otros sitios ignotos, personas que desconocemos, pero que seguramente han cimentado nuestro presente. Cartas atadas primorosamente y perfumadas con semillas de lavanda en una bolsita. Una cartolina con deseos de Natale y otra, bordada en delicadas líneas, en la que mi abuelo italiano le declaraba su amor a la nona Margherita. Hay también otros objetos que vienen del pasado más recóndito, hallados en Patagonia. Rústicas geodas con cristalizaciones de roca. Un trozo de madera petrificada. Una cola disecada de serpiente. Una pluma de caburé para la suerte, y otra de ñandú (no de plumero) recogida en el paraje "Las Plumas", desde donde se exportaban a Europa, hace un siglo. Una caja pequeña con "dólares de mar", que son anémonas petrificadas. Puntas de flecha, una pequeñita y blanca, descubierta por el viento en la entrada de la cueva del Cerro Leones. Una pezuña de chancho jabalí. Un nudo de coihue, que simboliza la enfermedad y la muerte. Un botón de chapa del uniforme de un milico de la Campaña del Desierto. Una botelita con la arena de la meseta patagónica. Raspadores y huesitos de roedor, y hasta un colgante mapuche con piedrecillas de colores, proveniente de un altar allá, donde el viento aúlla y mece las flores amarillas de primavera.

El desafío es saber de dónde vienen esos ojos azules, qué paisajes han visto y admirado, qué momentos viene del pasado y qué extraños artesanos duendes han esculpido lo que hoy somos.