viernes, 9 de diciembre de 2016

Arriba. Abajo. Arriba

Bajar de la montaña y regresar a la llanura, al pago chico, es una suprema necesidad. Cuando el cuerpo enferma, se produce inercia y se desmadra. Es preciso darle fuerza y entusiasmo al alma. Escribo, y entonces se relativiza, le doy lo que necesita. Me saco los auriculares y las anteojeras, y la palabra nace, se desliza; contiene el secreto de la regeneración. 
Nubes inquietas juguetean y no se deciden. El sol aparece tímido y después se esconde. Gruesas gotas mojan la tierra por un momento, lo suficiente para desprender los aromas amados del campo. Los olores quedan adheridos en la piel del recuerdo y de la niñez.
Veo campos dorados de trigales, verdes furiosos de alfalfa tierna, donde los caballos pastan en una lujuria vegetal; campos ya segados en tonos sepia; más allá, manchones azules, son los jacarandás que embellecen los caminos vecinales; las tranqueras se abren como para dar la bienvenida a los paseantes.
A medida que el ómnibus avanza, surgen amarillos distantes. Miro con atención por la ventanilla y  sí, son los girasoles que florecen. Una launa clara en una hondonada está poblada de garzas blancas y los biguás negros están sentados sobre los postes de alambrado. Como un paisaje pastoril, casi una égloga, las vacas ramonean y se agrupan junto al agua; negras, negras y blancas, marrones y rojas. Es el paisaje que se aferra en mi mente de menta y peperina.
El horizonte lejano no interrumpe la mirada. Más y más lejos, un sol débil asoma por el oeste, y hacia el este, más lejanía. Es que en las montañas no es posible ver más allá, salvo que asciendas hasta la cima. Un cerro escarpado, una loma chusca, una sierra nevada. Desde que estoy en el sur, es urgente disfrutar de las distancias, de la extensión de la llanura, sin paredes rocosas ni tierras de altura, sin pinches que agreden con el viento, la piel, y sin que los ojos deban cerrarse para que no los turben las arenas del desierto árido, cuarteado y reseco.
Observo a los pasajeros y busco una mirada cómplice, una conversación amable, pero nada. Pienso que en el futuro seremos unos especímenes cabizbajos y escuálidos, con una jiba promiennte, con una papada arrugada, con ojos más miopes y con los pulgares más desarrollados que las otras falanges flacas y desganadas. Todos, absolutamente todos están "conectados", como si realmente se comunicaran, y no miran, no huelen, no palpan (sólo un teclado) no observan, no sienten lo que yo estoy sintiendo en la piel, en las manos, en los oídos, en los ojos. Sobre todo, se pierden ese contacto tan humano de una mirada que lo dice todo, de una auténtica sonrisa, de un abrazo bien apretado. Hasta se pierden la gloria de un plato de comida en la mesa familiar y el degustar un buen vino en compañía. Prefieren una píldora o un cóctel de diseño que aporte las vitaminas suficientes, porque están muy atareados y el tiempo no alcanza y corren tran quién sabe qué cosa. ¿Seremos todos unos desconocidos que deambulan entre la muchedumbre, solamente navegando por el ciber-espacio frío y sideral, que sólo informa?Es que esos aparatejos en vez de comunicarnos, nos alejan más cada día.
Me resigno, entonces, y me sumerjo en mi propio interior para no perder la protección de los recuerdos, para espantar la melancolía. Disfruto de las vivencias pasadas y sigo persiguiento sueños. Quiero morder hasta un tomate con sabor a infancia.

Rayas celestes y blancas se enseñorean en el extremo de la cola. Desde lo alto, grandes figuras geométricas se asientan sobre la planicie, la extensa pampa argentina. Suspendidos en el aire, unos cúmulos blancos coquetean con el sol, parecen ovejas aéreas ondeando, flotando. Hacia abajo, las ovejas grises de las sombras se posan con delicada quietud sobre un rectángulo verde, un cuadrado en sepia, un triángulo terroso, un trapecio amarillo, un círculo azul; otro triángulo escaleno es amarillo brillante, y hay una elipsis verdosa. Son los campos sembrados de maís, de trigales segados, la tierra recién arada, una laguna de espejo, un charco de juncos. Es el verano y el campo revive. No escucho, pero me parece oír el cantar de las chicharras, a esa hora de la siesta.
Las paralelas no se juntan, son caminos que corren a la par. Pero intuyo que se miran, que no se desentienden. Me vienen a la memoria espisodios de desencuentros (el amor es una fuente inagotable de energía y pensar que no te vas a enamorar más es como anunciar la muerte) Otros de antiguas rivalidades (un paisano pendenciero da fin a la contienda con su facón. El forastero cae) O de ignoradas escenas (sin pudor, tras los arbustos, da rienda suelta a su ardorosa pasión solitaria)
Desde el extremo de un triángulo de alfalfa parte un camino vecinal, recto, hacia el este. No se distingue a dónde va. Va derecho, sin estorbos, siempre adelante, como cumpliendo un sueño, al encuentro de una meta, o tal vez, hay urgencia por abrazar a una niña que espera. El verde alfalfar le hace un guiño de cómplices.
La tierra reseca, por momentos, bebe del arroyo de aguas mansas que discurre, zigzagueando. Imagino a los prófugos escapando entre el maizal y los representantes de la ley, descansando a la sombra de un tala, para después continuar la carrera. En la orilla de la laguna, una chica admira su desnudez en el espejo del agua y sonríe, o tal vez, seca las lágrimas, porque ha perdido un amor. Un coro de ranas auguran tiempos de romances.
Con un tinte mágico, imagino una escena erótica en el alfalfar, y después, un cuadro de amor entre dos adolescentes a la vera del arroyo cantarín

jueves, 8 de diciembre de 2016

Diatriba con especulaciones dialécticas I

Como todo objeto de estudio es preciso abordar el tema en todos los aspectos y desde diversos ángulos. Aunque se trate de amor, ambos se envían a menudo, besos angulosos. Aprendí desde la geometría que cuando dos líneas convergen en un mismo punto, el ángulo que se conforma es la plataforma de observación para ver, para mirar y para observar con total minuciosidad.
La Matemática afirma, según la teoría de conjuntos, que cuando dos elementos se yuxtaponen, producen una intersección; es decir, lo masculino y lo femenino se atraen, se retroalimentan y crecen, bajo determinadas circunstancias y en condiciones físicas y químicas. 
Cuenta la leyenda que el halcón de los incas fue quitándose los atributos de belleza, valentía y coraje, bajó al llano, porque se había enamorado de una gallina, y así, en esas tristes condiciones, se presentó. Los congéneres del gallinero se burlaron y lo atacaron. La gallina lo ignoró. Fue así que el águila pudo darse cuenta que no es posible la unión de dos razas tan disímiles. Luego dejó crecer sus plumas, sus alas, su pico y sus garras, recuperó su gallardía y volvió a las alturas. Por eso, él regresó a su hogar, a su casa, a su cielo y ahí está, con la mujer que ama, de renegridos cabellos y ojos color caramelo.
Otra anécdota cuenta que en el alto Amazonas, específicamente en Leticia, donde convergen las fronteras de Colombia, Perú y Brasil, una delfina rosada coqueteaba con un águila que descendió hasta las aguas para verla danzar. Pero, su fisonomía, su estructura no era para las aguas, porque él era del aire, de las alturas del Perú y regresó. Ella se transformó en mariposa y hoy merodea por lugares preciosos y entre hombres hermosos, porque admira la belleza y tiene sueños. De tanto en tanto, sin embargo, él le susurra canciones y se conforman con eso, porque desde siempre supieron "que la primavera duraba un segundo".
Tampoco se trata de encontrar "tu media naranja", porque ambos son individualidades originalísimas que ejercen su yo de manera independiente, son cada uno una naranja entera,  jugosa y dulce. Y si se da, habrá complementariedad, pero no completud, aunque él diga que sí habrá completud en la amistad. ¿Será?
La Semántica aporta más: la negación de la negación es finalmente afirmación. Ambos lo niegan doblemente; en consecuencia, afirman. No son incompatibles. Son compatibles. Se complementan y también se alegran y se ríen, y así, un poco se toman el pelo, y otro poco se toman el alma. En las ecuaciones matemáticas, el producto de dos números negativos es igual a un número positivo. Todavía me cuesta comprender los números primos. ¿Será que se encuentran por casualidad, o por causalidad? Me inclino a pensar en casualidades originadas por nuestras emociones y afectos, así como con la amistad es factible la completud. 
La Semiología estudia, entre otras cosas, a los sueños y argumenta que los dos tienen la misma fiebre por conocer más, por viajar por paisajes nuevos, por curiosear nuevos panoramas y descubrir otros individuos en la jungla social. En este caso, ambos lo hacen por diferentes espacios.
Ya lo dice la canción "Yo no te pido que me bajes una estrella azul, ni que llenes diez papeles grises para amar. Sólo te pido, que el espacio llenes con tu luz".

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Como la brújula.

Mi alma gemela, en versión masculina porta ahora un rostro anguloso, cerril, aunque romántico. Acarrea en sus líneas el alma indómita de su sangre. Un lado indio, un lado ibérico. Enfundado en un ropaje citadino, trasluce la nostalgia por las frías cimas, las cálidas quebradas y los amables valles por donde anduvo, y no siempre puede volver. Hay una mueca de melancolía en sus ojos café. Pronto elegirás la manera en que quieras volar. Viajar como un enfermo afiebrado, beber aguas nuevas, oler genuinas fragancias, oír otras voces, palpar texturas intocadas, trotar por la maia de los caminos. 
Pulcro especímen citadino que se asfixia en la ciudad y se ahoga con el nudo de su corbata celeste, huele a sándalo, porque es de buena madera y es maestro siempre. Porta un prolijo estilo de profesor que ansía ir a las aulas con los niños y la inocncia, para pensar juntos... hay que despertar las emociones y los ideales, y nunca abandonarlos. Sin educación, no hay cambio, dice.
Ora se lo ve despojado, libre, muestra su aspecto más juvenil cuando trepa por las escarpadas sendas, se seca el sudor y sigue, se acomoda la gorra hacia atrás, y, ya en la cima, se marea con los aromas del monte, ausculta el horizonte y quiere seguir para ver qué cosa hay del otro lado.
¿Qué imágenes cruzarán por su mente? ¿Qué sonidos arrullarán su paso? ¿Qué penas está dejando atrás? ¿Qué tramas, qué hilos modelarán sus manos maravillosas y su palabra? Disfruta, sonríe y sueña. Siempre sueña. Le susurra al viento, y al oído de alguna muchacha. Su fiel perro lo acompaña con ladridos continuos, cuando brotan carcajadas genuinas. Ya ha dejado las aguas fétidas, cuando tantas veces navegó en la barca del viejo Caronte. Y eso se agradece.
Decía que somos viejos conocidos, dos almas gemelas  que, un poco se toman el pelo, y otro poco, se toman el alma. Y así, como la brújula, que irracional busca el norte, vivimos a diario tratando de salvar un poquito de nosotros, de rescatar un pelo, una gota de sudor, una mirada, un amor, una sonrisa, ¿no?

La esencia de la soledad

Algo extraño sintió esa mañana cuando los rayos del sol la espiaban a través de la persiana. Primero, antes de abrir los ojos que se encandilarían, palpó con todo su brazo extendido hacia su costado. Sólo tocó un revoltijo de sábanas enroscadas, que aún estaban tibias y húmedas y no se hallaba la almohada. Seguramente se había caído y él abrazándola, descansaba sobre la alfombra. Se ilusionó en vano. Nada había. Nadie respiraba a su lado. 
La noche anterior, como tantas otras, había dispuesto su máscara social llena de promesas femeninas y deseos. Ella sabía poner en marcha una fuerza centrífuga para atraer hacia su centro a los incautos solitarios, que merodeaban por ahí. Una elegancia paródica, una sensualidad marginal y servil, un contoneo  y miradas sugerentes, todo eso sabía hacer. Había que llenar la copa vacía.
Casi todas las mañanas siguientes, puro instinto, ponía a funcionar la máquina centrípeta, para expulsar hacia afuera todo aquello que la disturbaba. No sabía qué mecanismos activaba, pero casi siempre sucedía lo mismo. Tantas veces, a su lado, las sábanas quedaban hechas un lío, con arrugas que el peso de los cuerpos habían aplanado, las mantas retiradas con los pies, cuando el calor subía y el sudor empapaba la cama. Y tantas veces, despertó hecha un ovillo, como una gata y no escuchó los pasos del amante accidental, que caminaba con los zapatos en la mano hasta la puerta, para cerrarla luego con sigilo, y para nunca más volver.
Lo que sí sabía era que no podía quedarse a esperar, como ahora, sentada mirando el mar, abrazadas las piernas, arropada con sus brazos, apoyado el mentón en las rodillas. Sólo así es la espera. No se puede respirar muy fuerte, porque en un hálito de aire, en un suspiro, se puede malograr un instante delicioso y sublime, cuando un hombre podría aparecer. Sin embargo, no quiere morir en la espera. Así es la esencia de la soledad.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Rompecabezas

Siesta de lluvia. Magia descalabrada que habrá que recomponer.
Bicicleteando por la costanera de mi ciudad, el lago estaba calmo y azul. Volvía a casa, distante unos 8 km. El problema es que llevaba pantuflas, de esas dobles y en una de ésas, perdí la cobertura del pie derecho, quedándome en medias. Me detuve. La busqué unos metros hacia atrás y decidí cambiar de calzado. Al abrir la mochila, que apoyé en el paredón de la costanera, donde había una profunda abertura entre la vereda y el paredón de piedra, ¡zas! se me fue abajo una ojota. El hueco estaba lleno de papeles, botellas, plásticos, vidrios y zapatillas viejas. ¡Tantos otros las habrían perdido entre tanta inmundicia! Esa ojota era una linda que llevaba impresa la planta del pie y una silueta femenina con traje de baño, justamente, para que no se confunda con las ojotas masculinas. Me calcé el otro par, que era de sí, de las más corrientes.
Continué y perdí después otra, al lado de la fogata, donde un linyera calentaba en una lata, el agua para los mates. Se quemó en un instante. En definitiva, esa tarde no era mi mejor día. Al llegar a una bocacalle, crucé descalza para comprar una botella de agua, abandonando la bicicleta. De regreso, la bici no estaba, ni el lago. En su lugar se veían las aguas barrosas de un río de llanura. Pregunté qué pueblo era y me dijeron que Chivilcoy. A esta altura, mi cabeza bullía de tanto pensar. ¿Será que he sido transportada tantos kilómetros al norte por un plato volador? ¿Hice traslación en el tiempo? No se veía ni extraterrestre, ni siquiera un holograma, pero sí, en el pueblo andaban con ropa gastada los trabajadores rurales. Por una esquina venía un carro cargado de bultos, tirado por caballos. El guía con sombrero de paja los azotaba sin piedad. Sucede que hace unos días firmé por internet, para que se apruebe una ley que prohíba la tracción a sangre. ¡Pobres matungos sufrientes! También me alegré al saber que cerraban otro zoológico, esta vez en Mendoza.
De traslaciones, hablando, me vi sentada a una gran mesa, donde Liz servía abundante y caliente comida a todos los comensales, menos a mí. Había dejado en mi plato, un mendrugo de carne frío y unos pocos granos solitarios de arroz. Me fui a llorar al baño, creo. No había luz y el papel higíénico no estaba donde debía, sino, enroscado haciendo un gran bulto papeloso, sobre el portatoallas. Raro, pensé. Hoy había hablado de ella con otra amiga. Liz había muerto hace unos años y no había sido así; al contrario, anfitriona y servicial. El viudo había preguntado por mí y me enviaba saludos.
Una llamada al celular me despertó, para bien. Pude descubrir que fue sólo un sueño y ahora, ¡manos a la obra! Hay que unir todas las piezas, y tal vez, interpretarlas. 
¿Los calzados son símbolos sexuales?¿Necesidad de trasladarme en el tiempo y en el espacio? ¿Miedo a afrontar los dolores del pasado? ¿Temor por no poder salir del pozo? ¿Aguas turbias de la llanura? ¿Aguas claras de un lago patagónico? ¿Fuego? ¿Solidaridad con los excluidos? ¿Angustia por los animales castigados? ¿Deseo de ver a todos los animales libres y a otros, también animales, en prisión? ¿Recuerdos de una amiga que ya no está?

martes, 8 de noviembre de 2016

Nada

Nada. Nadería. Nadalogía.
Compilado de nadismos.
Nada inmóvil. Me anonado.
Bruma sideral turbia y silencio.
Entropía de la nada.
Analgesia. Nada insípida.
Piel, caparazón, morfología de la nada.
Manifiesto de la nada y las fruslerías.
De improviso,
la chapa opaca del cielo se estremece.
Un resplandor destella por un instante.
Estampidos ensordecen y yo,
en un arrebato, me impuso y salgo de la quietud.
Oscilo en el péndulo de una rama.
Regusto amargo en las papilas.
Sudor frío en la frente que empapa la almohada.
Me incorporo y todavía me veo
sahumando de azufre todo el entorno.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Petalos blancos



“Estos días azules, y este sol de la infancia…” (versos inéditos de Antonio Machado, hallados en el bolsillo de su gabán cuando murió en Colliure)
Dudo todavía si titular así o bien, “Cicatrices del recuerdo”.
Es la celebración del 50º aniversario de la escuela secundaria donde había estudiado. Allí estamos los ex alumnos, los docentes, los padres en el edificio escolar. Los de la promoción ’70 éramos ocho diecisieteañeras y eran ocho jóvenes imberbes, tímidos, desorientados y torpes en sus cuerpos atléticos, que pugnaban por competir con la madurez de las chicas, las que mirábamos hacia otros cursos, o seducíamos con nuestros encantos a los forasteros que acudían al baile del club social. Claro, era mejor visto enredarse con los de afuera, y si eran mayores, mucho mejor., Queríamos arremeter por la vida, danzando en el fino alambre de los equilibristas, bebiendo sorbo a sorbo el placer de la amistad, de los secretos compartidos, de a dos, de a tres, según se hubiesen afirmado las confidencias y las experiencias. Hoy, las canas y el rigor de tantos inviernos habían hecho estragos a la tierna doncellez.
Mientras vamos ingresando para iniciar el acto, una mujer de mediana edad, cuyos ojos no disimulan, sola y a contramano, desde unos pasos más allá, me observa, sin dejar de mirarme, con una mixtura de curiosidad y de asombro. Me detengo entonces, y nos reconocemos. -¡Oh!, sos la hermana de Gloria…-Qué bueno verte de nuevo –esos ojos grandes destilan frías lágrimas de tristeza. Nos confundimos en un estrecho abrazo. Ambas sabemos las razones.
-Les pedimos a los presentes, por favor, ubicarse para dar comienzo al acto –anuncia la maestra de ceremonia.
Sé que sólo yo veo entre la gente esa silueta volátil, casi etérea, que va acercándose envuelta en una túnica blanca. Los grandes ojos verdes me sonríen. La larga cabellera negra enmarca un rostro dulce de amplia boca risueña, como si el dolor ya no la atormentara.
-Ahora, para dar comienzo al acto, recibiremos a nuestra bandera de ceremonias.
La túnica blanca, frágil y silenciosa, como una rosa que nace con el rocío de la mañana, se ubica sin provocar trastorno alguno. Aunque, confieso, la presencia de Gloria me sobresalta y me trastorna un poco.
Mientras escuchamos los discursos, me río y escondo las carcajadas y los nervios, porque la ocasión no amerita reírse justo en esos momentos tan solemnes. Mabel, en ese preciso instante, contagiándose, no para de reírse, hasta las lágrimas, como solíamos hacer.
-¡Eh! Ustedes dos no cambian más – nos dice por lo bajo Julio, propinándome un oportuno codazo.
El intendente municipal se muestra contundente y sensible para disimular las formalidades del cargo. Él también es un ex alumno.
-Mi hermano, qué elegante, qué sobrio, qué seguro de sí mismo – me cuchichea al oído. Otro estremecimiento me conmueve y algún zumbido me apacigua. Las evocaciones continúan y me pierdo en transgresiones y picardías.
-¿Te acordás cuando…? –Un nuevo susurro que nadie escucha.
El representante del Ministerio de Educación descubre una placa recordatoria y la actual directora invita a los concurrentes a la cena aniversario en el club social y deportivo.
-¿Estamos todos? Sonrían para la foto grupal. Brindis, risas, bocaditos y flashes para atesorar recuerdos.
-¡Cómo le hubiera gustado a Gloria organizar este evento! –Jorge comenta. -La acompañé hasta los últimos momentos, pero no hubo caso – la voz de Abel se quiebra y sus ojos se nublan un poco.
-No me ven, pero yo estoy con ustedes… igual colaboré, sugerí, di ideas, propuse, sin que lo advirtieran –escucho su voz como un arrullo. –las voces se superponen y nos cuentan. Me separé. Pronto me jubilo. Tengo tres hijos. Soy abogada. A Raquel la largaron, pero su marido sigue desaparecido. Claudio es ingeniero en una multinacional, en Chicago. El Colorado trabaja en la esclusa 14 del Canal de Panamá. Otra pechuga quiero. El ex flaco devora sin prejuicios. Tuve que exiliarme a España. Se murió el de Contabilidad. La de Inglés vive en Santa Fe…
Los más jóvenes, transpiran y saltan en el centro de la pista con la música electrónica, como desaforadas en su propio ritual.  Nos llaman por micrófono hacia el living para otra foto.
No la ven, pero yo sé que entre Abel y yo está Gloria. Bailamos al ritmo de Bill Halley y sus cometas, con Charly, con Elvis, con los cuartetos. Gloria es el centro del grupo. La túnica blanca gira y baila sola y traslúcida, mientras hacemos el brindis final.
Una lluvia de pétalos blancos de mi cerezo, cae ahora sobre esta hoja recién escrita. No hay brisa, pero sí un cielo azul y un sol brillante. No tengo dudas, es Gloria que me saluda.

Estratagemas



Recostado en uno de los senderos, veo la bóveda enramada que apenas deja ver el prodigio de lo azul. El canto de las aguas libres de un arroyo va cayendo por “La cascada de los novios”. Germinal follaje de flores y semillas. ¡Tengo que tomar una decisión!
Un mágico canelo aquí, nalcas de hojas inmensas por allá, coihues milenarios, cañas en profusión, helechos gigantes, hortensias azules, copihues de pasión y enredaderas. Bosque umbrío, verde. Todo verde y misterioso. El chillido de un pájaro que no veo entre el follaje de un ulmo florecido,  me sobresalta, interrumpe mi ensoñación y comienzan las dudas y el miedo. Las penumbras avanzan y las lianas se enroscan. Un ahogo en mi garganta y el poeta es mi cómplice allá, donde gime el viento. ¡Debo tomar una decisión! Los ojos del bosque escuchan el silencio ahora, cuando he tomado la decisión más difícil. Mis besos se pierden en los humbredales, entre los hongos y las charcas.
Voy al inframundo. Abro la tapa del desagüe que está en medio de la calle, ante el asombro de los conductores detenidos por el semáforo en rojo. Llevo traje de hombre-rana, snorkel, antiparras y aletas. Destornillo el enrejado y voy bajando con la certeza de encontrar la alianza de matrimonio que se me cayó de improviso. Se trata del anillo de la abuela que, de tanto lavar la ropa en la tabla de madera y la vajilla grasienta, ya estaba adelgazado, aunque era de oro 18 quilates.
Había visto un plano de las cañerías que se extienden bajo el pavimento y van hacia el río; en un tramo se abren dos tubos gruesos que permiten el paso de un hombre.  Uno se dirige hacia la planta depuradora de líquidos cloacales y el otro, desagua en el puerto. Sale justamente donde se encuentra amarrado el catamarán “Litoral costero”.
Sé que hoy no sale a recorrer el río y las islas, ya que no hay inscriptos y además es un día espantosamente desagradable. Veremos hacia dónde iré a desembocar.
Ya sumergido en la corriente de agua oscura, me coloco el snorkel y me dejo llevar con los brazos extendidos y con la secreta ilusión de encontrar el anillo. De vez en cuando respiro sin snorkel y por los aromas que percibo, puedo imaginar hacia dónde voy y calcular que ya debo haber pasado la división de ramales. Olor a podredumbre, es decir, voy hacia el puerto. Por el contrario, si el olor fuera similar a detritos humanos, estaría yendo hacia el otro lado.
Confirmado: la luminosidad que adivino me lleva a la desembocadura del recorrido, antes dicho. Imposible hallar la alianza. Saco la cabeza y respiro aire contaminado. Veo
plantas acuáticas de todo tipo, aguapeys, (no son los nenúfares de Monet, por cierto) camalotes, botellas de plástico, pero increíblemente, entre tanta mugre florece un Irupé. Dos pájaros pequeños de color herrumbre picotean con displicencia. Una burbuja gorda aflora en la superficie del agua aceitosa, al tiempo que una rana salta sobre mi cabeza.
Hacia la derecha veo la playa de estacionamiento de un supermercado y a la izquierda, efectivamente, el catamarán nombrado. Con esfuerzo salgo y camino marcha atrás, hasta que me saco las patas de rana, al tiempo que voy desprendiendo de mi traje los
restos de vegetales y la inmundicia; unos renacuajos, huevos rosados de ranas y hasta una anguila que se desliza por mi espalda, amarrada al cierre.
Camino por el coqueto sendero costero de adoquines bordeado de palmeras y me siento en uno de los bancos de quebracho, hechos con travesaños de desguace del antiguo ferrocarril. El guardia del estacionamiento del shoping me advierte sobre la prohibición de sentarse allí.  “Pasan coches continuamente y otros se estacionan aquí”-me dice señalando el espacio, no sin mostrarme el asombro que le provoco con mi aspecto un tanto raro para ese ambiente de consumo y modernidad.
Sigo hasta el final del camino y me zambullo en las aguas más limpias del río.
Fue la frescura del agua la que me despertó y lavó el sudor de mi frente y de mi almohada mojada. Enseguida me alegré porque deduje que el símbolo del anillo perdido me estaba indicando que no debería casarme con esa chica tan singular de la que estoy enamorado. No lo niego.
Decidido está: Mañana no acudiré a la cita. No habrá boda.

sábado, 1 de octubre de 2016

Antídoto

Tengo un amigo limeño, "el causita", quien desde siempre anduvo al borde del abismo, arriesgando su vida, escalando sueños. Y escribe "con calma, sin miedo, sin vergüenza"
Tengo otro amigo mexicano que le escribe a las "musas feas" (y a las otras) apostando al amor, "jalisciando" en gerundios y neologismos, que desafía a Dios, de puro transgresor que es.
Tengo otro amigo, el de Salamanca, que cura los males de la gente de su pueblo con medicinas y con poesía. Escribe odas (¿o antiodas?) al vómito. "Hay vómitos que dan vértigo"..."Vómitos amarillos de canuto"..."Vómitos en los portales"... Son epitafios con iracundia.
Lo cierto es que los tres, sin duda, quieren descargar sus mochilas y vaciar sus lados oscuros, para transitar caminos llanos o tortuosos, en ascenso o en descenso, los que vengan. El primero, rescata con palabras su devoción por la vida y el amor por todos los que hacen felices sus días. El segundo, quizás, tiene que pedir perdón por su secreta poligamia y otros entuertos. El tercero, tal vez, quiere purificar los pecados y las rencillas.
Escribir compensa las pérdidas y las ganancias, como el debe y el haber de la realidad y la fantasía, equilibra los daños y las bonanzas con la vara de la justicia y balancea en una telaraña las tristezas y las alegrías.
Y acá estoy, con la mano siniestra descansando en un colchón de hielo, palma arriba, palma abajo, para hacer bajar la hinchazón. Es que me ha picado una avispa carnívora, una "chaqueta amarilla" germánica y me ha inyectado su veneno. Todo porque, como de costumbre, ando metiéndome en donde no me corresponde, "metiendo la pata" (esta vez la mano). Y como soy diestra, neutralizo con la palabra, como ellos.

domingo, 1 de mayo de 2016

Despegue y aterrizaje

El comandante avisa que habrá una demora de 15' para el despegue, mientras el ronroneo de los motores me arrulla. Veo un ángulo de 45º entre la pista y el ala derecha. Una llovizna tenue cae perezosa a esa hora de la mañana. Comienza el despegue y ya se ven cada vez más arriba las gotas transformadas en escarcha. Luego el avión se alínea y horizontal, como una buena fotografía, el ala reparte hacia arriba, un cielo despejado, y hacia abajo, un colchón de plumas o de espumas.
El enrejado de mis pestañas va venciéndose al peso de los párpados y comienza un vuelo retrospectivo. Bailo al runrún de los motores, que parece primero, un allegro molto vivace. Más tarde, una guaracha monocorde, y finalmente, un hip-hop; son los pozos de aire que transitamos.
Imagino campos florecidos, que se mecen con la brisa, como un lago quieto, apenas oleado. Destellos de trigales o girasoles amarilleando la pampa gringa. La oveja negra ramonea y pasta en lenta mansedumbre; no la discriminan las otras, hasta que un día se rebela de tanta rutina y se escapa del rebaño.
Aguas barrosas de un río de limo y camalotes. Sabor a fruta madura en los escapes a la hora de la siesta; adrenalina y sudor corriendo en bicicleta y al viento. Travesuras y sangre por las caídas. Escarceos amorosos, energías nuevas, descubrimientos y otras experiencias asombrosas.
Como una cinta de Möebius, el paisaje cambia. Una meseta árida, pinchada de coirones y flores tristes del desierto. Los "gatos" perforan en los pozos petroleros, día y noche y su negrura acentúa la aridez, aunque los suelos cuartiados y resecos posean una extraña belleza. La fertilidad, fruto del amor, germina y veo junto al pozo Nº 1, la foto de una pareja con su hija recién nacida. Sobresaltos, vaivenes. Este nuevo pozo de aire me despierta un poco. Alegría, desazón, aventuras, y otra hija. Más desventuras y mucho dolor. Amor, soledad, aislamiento, enfermedad y muerte. En esa secuencia han sido esos años.
Otra panorámica se da en otros paisajes. En el otoño de la vida rojean los ñires en los faldeos de las montañas: los coihues y los radales verdean contra la blancura de la nieve; rojos, ocres, amarillos, marrones se dejan acariciar por una brisa de nostalgias y el azul del lago compite con el azul del cielo, casi un empate de reflejos espejados.
Los niños que alegran mis días colorean el gris de la tristeza y me renuevo cada día con sus risas y sus ocurrencias. También viajo con la mente y con aviones para ver otros espacios, a conocer otra gente, otras culturas y a descubrir y asombrarme con los matices de la vida y sus encantos.
Como un perfecto cuadro equilibrado en el plano y los colores, el ala del avión divide. Arriba, un cielo nítido; abajo, una plancha algodonosa de nubes.
Sesenta y dos años han pasado en tan sóo dos horas de vuelo. Es la hora de aterrizar. El tang lo anuncia y se han encendido las pantallas. Hay que ajustarse los cinturones y enderezar los asientos. Ahora el ala y la pista de carreteo forman un ángulo de 45º y gruesas gotas rebotan en los charcos. Se adivinan tras las nubes, las montañas con sus picos nevados. Vuelvo al hogar y pronto me arrullaré en los brazos familiares.

Inframundo

Abro la tapa del desagüe que está en medio de la calle, ante el asombro de los conductores detenidos por el semáforo en rojo. Llevo traje de hombre rana, antiparras, linterna, snorkel y aletas. Destornillo el enrejado interior y voy bajando con la certeza de encontrar la alianza de matrimonio que se me cayó de improviso. Se trata del anillo de la abuela que, de tanto lavar la ropa en la tabla de madera y la vajilla grasienta, ya estaba adelgazado, aunque era de oro 18 kilates. 
Había visto antes un plano de las cañerías que se extienden bajo el pavimento y van hacia el río; en un tramo se abren dos tubos gruesos que permiten el paso de un hombre. Uno se dirige hacia la planta depuradora de líquidos cloacales y el otro, desagua en el puerto. Sale justamente donde se encuentra amarrado el catamarán "Litoral costero". Sé que hoy no sale a recorrer el río y las islas, ya que no hay inscriptos,  y además, es un día espantosamente desagradable. Veremos hacia dónde iré a desembocar.
Ya sumergido en la corriente de agua oscura, me coloco el snorke y me dejo llevar con los brazos extendidos y con la secreta ilusión de encontrar el anillo. De vez en cuando respiro sin snorkel y por los aromas que percibo, puedo imaginar hacia dónde voy y calcular que ya debo haber pasado la división de ramales. Olor a podredumbre, es decir, voy hacia el puerto. Por el contrario, si el olor fuera similar a detritos humanos, estaría yendo hacia el otro lado.
Confirmado. La luminosidad que adivino me lleva a la desembocadura del primer recorrido, antes dicho. Imposible hallar la alianza. Saco la cabeza y respiro aire contaminado. Veo plantas acuáticas de todo tipo, aguapeys (no son, por cierto, los nenúfares de Monet), camalotes, botellas de plástico, pero increíblemente, entre tanta mugre florece un Irupé. Dos pájaros pequeños de color herrumbre picotean con displicencia. Una burbuja gorda aflora en la superficie de agua aceitosa, al tiempo que una rana salta sobre mi cabeza.
Hacia la derecha, la playa de estacionamiento de un supermercado, y a la izquierda, efectivamente, el catamarán. Con esfuerzo salgo y camino marcha atrás, hasta que me saco las patas de rana, al tiempo que voy desprendiendo de mi traje los restos de vegetales y la inmundicia. Unos renacuajos, huevos rosados de ranas y hasta una anguila que se desliza por mi espalda, amarrada al cierre.
Camino por el coqueto sendero costero de adoquines, bordeado de palmeras y me siento en uno de los bancos de quebracho, hechos con travesaños de desguace del antiguo ferrocarril. El guardia del estacionamiento del shopping me advierte sobre la prohibición de sentarse allí. "Pasan coches continuamente y otros se estacionan aquí" -me dice señalando el espacio, no sin mostrarme el asombro que le provoco con mi aspecto un tanto raro para ese ambiente de consumo y modernidad.
Sigo hasta el final del camino y me zambullo en las aguas más limpias del río.

Fue la frescura del agua la que me despertó y lavó el sudor de mi frente y de mi almohada mojada. Enseguida me alegré, porque deduje que el símbolo del anillo perdido me estaba indicando que no debería casarme con esa chica tan excéntrica de la que estoy enamorado. No lo niego.

En la ferretería

Ella estaba sola, como tantas otras mujeres de mediana edad, cabellos encanecidos y esos signos indelebles que denotan experiencia de vida, o líneas marcadas por la alegría o el dolor, pero rayas al fin, que interrumpen la lozanía de la piel, tan difíciles de suavizar. Se había enterado que en una ferretería atendían muy bien al sexo femenino; no débil por esa condición, aunque sí, vulnerable, al momento de resolver cuestiones que, generalmente hacen los hombres. 
-Necesito un "cosito" para arreglar el calefactor -dijo con amplia sonrisa seductora de labios rojos.
-¿Qué le anda pasando a su calefactor, señora? -se ofreció a atenderla ese muchacho tan simpático. Ella recordó, en el momento, lo que le habían dicho las amigas. "Hay un chico que está re-fuerte y es muy amable. Sí, claro, también en los supermercados los domingos, en el sector de vinos, podés entablar conversación, pidiendo sugerencias, o en el sector de artículos de limpieza, suelen estar los hombres solos que te piden asesoramiento por algún producto..." Alicia sonrió con picardía.
-No enciende. Creo que tengo que cambiar "el cosito".
Otras chicas requerían asesoramiendo esforzándose por explicar.
-¿Dónde es el problema? -y ellas piensan "¡Ay, qué complicación!" porque hay que evitar decir "por ahí abajo" (del calefactor o la cañería)
-Ya sé cuál es el repuesto. -dijo el empleado guiñándole un ojo a un señor de mameluco azul.
Se oían otras voces femeninas en todo el local.
-Es un cosito redondo como un tornillo.
-Es para reponer un cuadradito del lavadero, donde se va el agua.
-¡Ay! No sé qué canilla elegir, creo que volveré y le traigo las medidas.
-Necesito un cachito de caño de esos blancos para cambiar una cañería, pero torcido en ángulo recto. 
-¿Usted me podría recomendar un gasista que sea bueno? (como diciendo "bueno, bonito y barato")
Finalmente, Alicia se fue llevando en la bolsita el repuesto que necesitaba. Su vecina le había dicho que su marido, que es ginecólogo sería capaz de arreglar ese calefactor, sin necesidad de comprar uno nuevo. ¡Están demasiado caros!
Casi llegando a la hora de cierre, el dueño del negocio colocó, en lugar bien visible, un cartelito:

Aquí no se venden, ni cositos, ni socotrocos.
La empresa

Imagino que esto haría descender la presencia de tantas mujeres en el local.
-¡Qué pena, en estos tiempos de crisis! -dijo un empleado.
-Podríamos perder el empleo -agregó otro.
-Lástima, las minitas que venían...-se lamentó el más joven.
-Fijate cómo las mujeres pueden cambiar nuestro destino -reflexionó otro desde la caja.

Alicia resolvió el tema del calefactor. ¡El ginecólogo hizo el trabajo del gasista con todo éxito!

Lluvias

Amarillean las hojas y rojean los frutos maduros.
Un ventarrón de agua destroza el ramaje,
como quebradura expuesta.
Hiere los árboles a muerte.
Lastiman las gotas violentas la piel de la mañana.
Vuelan los paraguas pero no los pájaros ateridos;
ellos caen con sordo estertor y rebotan sobre los charcos.
Me amarro a un tronco desnudo
y me dejo llevar por la correntada
por el medio del río, hacia abajo.
En un recodo encallo
sobre la podredumbre de espumarajos arremolinados
y flores muertas.
Me miro en el espejo de agua quieta 
y no quiero quedarme en las cuadrículas de la soledad.
¡Todavía estoy a tiempo!, grito
para competir con el rugido del viento.
Las ausencias duelen.
Me flagela el silencio, el vulnerable silencio
que me fabrico para abstraerme.
Ya me desapego en una lágrima sola.
Pincha el horizonte la aguja del sol
que crece para alumbrar el verdor de los sauces.
También lloran y la tierra hastiada de castigos ya no está sedienta.
Piso el borde del río maltratado
y desaparezco en el velo de la bruma.
Una fina llovizna todo lo calma.
Viene la quietud del atardecer
con la profusión de aromas que se alza.
Camino. Una efervescencia de chillidos renace.
El frío da cuchilladas en la cara, en los pies y en las manos.
Veo ahora plumitas blancas que cabriolean
hasta cubrir las miserias y los despojos.
Otra vez el silencio, cuando la sangre calla.
Sólo los pasos sobre la escarcha se oyen
y me guían hacia otros rumbos,
siempre más al sur. 

Ortografía

Consigna de trabajo: escribir dos textos breves que demuestren el uso de las letras b/v; c/s o ll/y (a elección). Para aprobar el objetivo deberá haber, al menos, un 80% de aplicación correcta de la ortografía. 

Coco rayado
¡Amigos radioescuchas de "Coco rayado", el programa radial más escuchado en el Penal de Devoto.
Sin altoparlates, sin micrófonos, sin cables  y sin auriculares, el Coco cumple el rol de comunicador. Los reclusos en la hora del recreo se reúnen en el patio descubierto, cruzado de alambres y enrejados, que aún dejan mirar el cielo y presentir el sol. 
Hoy está encapotado y ya comienza a caer una llovizna que apenas moja a los oyentes, como si fuera capaz de purificar las frentes y el alma de los presos.
-Esta tarde la consigna es relatar una anécdota cualquiera, brothers, de acá adentro, o de antes, de allá afuera.
-¡Contá vos que tenés muchas, la del "cheteo"con el negro de Resistencia. Ésa me gusta, dale! -grita a "grito pelado" un pelado en medio de la lluvia que ya moja.
-Les digo una cosa, cumpas, se trata de interactuar entre el locutor y los radioescuchas. El tiempo radial dura lo que dura el recreo. Y es cuestión de apurarse.
El patio se llena de alaridos para dar mayor volumen. Se entrecruzan voces que hablan de barrotes y de calabozos, la soledad, "me cagaron a palos", de los "ratis" y los "cobanis", de sangre y fuego, de un amor perdido, de la fauna de los "tumberos", del cura pederasta, de drogones y francachelas, de la madre que murió de tristeza, de la rubita abandonada, de las miradas que culpan, de los ojos de la inocencia, del abandono y de la libertad que era antes.
Un timbrazo ensordecedor y prolongado acalla la batahola y otra vez el silencio de los muros, las cadenas, los cerrojos y los candados. 

Coco rallado

Época de cocos. Pensando en la economía doméstica, les propongo aprovechar los frutos de estación. En estos momentos, el coco está en el podio de las preferencias. 
Se trata de recoger los cocos maduros, cuando ya comienzan a caer por su propio peso. Se parten de un certero mazazo y se exponen al sol del verano. Cortamosw luego la corteza con cuchillo bien afilado y luego procedemos a rallarlo con rallador mediano, sobre una placa de metal, o simplemente sobre papel. Otra vez lo aireamos al sol por un día y ya está listo para usar o envasar para conserva.
Una propuesta fácil: "Semifrío de coco y mascarpone"
Con movimientos envolventes, mezclar 1/4 kilo de mascarpone con un pocillo de coco rallado, azúcar impalpable a gusto y un sobrecito de gelatina sin sabor, previamente disuelta en agua tibia. 
Verter la preparación en budinera redonda o en moldes individuales y cubrir con papel film. Llevar luego a la heladera, al menos durante cuatro horas, desmoldar y cubrir con frambuesas al natural o mermelada de frutos rojos. Decorar con hojas de menta, y servir.
Una manera elegante de compartir la mesa.

domingo, 27 de marzo de 2016

Amancay, aeropuerto, tulipán.

Un amigo decía y repetía hasta el cansancio:"Nadie sabe de amor". Hoy voy a desafiarlo con una hipótesis contraria, una comprobación con tres historias y una tesis fianl.
El primer amor es elmás intenso, el que perdura y el que con paciencia y suerte, cuando los planetas se alínean, se recupera para siempre.
Tres historias son más que suficientes para una validación teórica. Casi siempre una de las partes ha palpado por primera vez la emoción y el alboroto de los sentidos. Lo llamaan "flechazo" a ese dardo que Cupido envió directo al corazón. Y como se trata del primer amor, he de referirme al amor adolescente, ése que nos hace erizar la piel; el sístole-diástole se dispara golpeando el tambor del pecho; sudoración en las manos y otras partes pudendas; sonidos guturales, hasta la total mudez; suspiros incontenibles... qué mas puedo contarles, si todos hemos percibido esas sensaciones, ¿quién no?

María y Alejandro
La pantalla del celular titiló y envió un mensaje cargado de confidencias."Tenés que  acordarte de Alejandro, el de rulos rubios que conocí a los quince, cuando iba a visitarte en los veranos. Nos habíamos visto en el colectivo que iba al centro chiquito de la ciudad. Nos encontrábamos en cada esquina, en la vereda de enfrente, en "la vuelta al perro", tanto que me dijo un piropo torpe: "Te veo hasta en la sopa". Yo esperaba algo más romántico, pero le salió así y me hizo sonreír. Pensé que era una mosca cargosa que finalmente, luego de tantos giros, se caía en la sopa. Nunca imaginé que ese chico escuálido y de rulos se convertiría en mi gran amor. 
Nos hicimos novios dese que no le dí ese beso en las escaleritas frente al gran lago y así, caminábamos de la mano todas las tardes, hasta gastar las veredas y terminaron las vacaciones. Vamos a visitarte, como en luna de miel. Final del mensaje. 
Transitaron muchos caminos siempre paralelos, sin volver a encontrarse. Mucha agua corrió debajo de los puentes, como dice el dicho popular. Y un océano los separó. María la llamábamos, simplemente María, como el tango. En diferentes sitios los dos armaron sus vidas que, aunque dichosas, no terminaban de conformarlos. Un esposo y seis hijos (uno más quintillizos). Dos esposas y cuatro hijos (dos con cada una). No se dieron cuenta que en la responsabilidad de ser padres, se olvidaron de vivir, mientras la rutina socavaba las fuerzas de la juventud. 
Esta tarde los vi y descubrí en el brillo de sus miradas, que el verdadero amor finalmente había llegado. Treinta años después, en un aeropuerto, cuando ella decidió volar sobre el gran océano, se dieron ese beso que ella le había negado. Ahora la nombramos Victoria, su segundo nombre. Un amor adolescente que floreció en una primavera precoz; un amor maduro que se renovó en el otoño de sus vidas. 

Lucía y Cristian
-Tengo una invitación para cenar.
-¿Ah, sí? ¿Con quién? ¿Cuál de los tres que te pasan a buscar para andar en bicicleta? ¿El rubio de pelo largo? ¿El flaco de rulos negros? ¿El grandote de ojos verdes? -le pregunté.
-El que me regaló ese tulipán tallado en madera.
-Sí, pero cuál de ellos?
-El que te rompió el termo que se golpeó en la bicicleta, cuando íbamos a tomar mates a la playa. 
-¡Ah, sí! Me acuerdo.
-Buena elección, hija. Al menos esta noche no vas a llevar el termo. -Y los ojos de Lucía ya transmitían lo que las palabras no se atrevían a confesar. 
El padre dio el visto bueno cuando les sugirió un departamente para armar su "nidito de amor"
-Un año deben esperar. Un año para probarse en la convivencia y para desenvolverse sin pedir ayuda... nada de recurrir a los viejos para el sostén económico, ¿eh? ¿Está claro? -señalé.
Al cabo de un año supe, al comenzar a contarnos, que un hijo venía en camino. Hoy, tres nietos ya grandes coronan ese amor adolescente que perdura.

Cecilia y Rodrigo
Rasgaba las cuerdas de su guitarra, como para disimular la timidez con melodías suaves, y me contó.
Me enamoré de Ceci en Puerto Blest. Una excursión del colegio. Yo estaba en 2º año y ella en 7º de la primaria. Se destacaba entre el grupito de chicas y no pude dejar de mirarla. Ella me descubrió, pero mariposeaba entre las flores de amancay, o probando una frambuesa aquí, y otra más allá, disimulando.
-Esa pecosita de allá anda siempre a caballo por el bosque -me dijo un compañero.
-Vayan chicos, acérquense y les cuentas lo que aprendieron hoy, cómo cuidar el ambiente natural. 
Los sonidos de la guitarra acompañaban el relato.
Pasó un tiempo y no la encontré más, hasta que un día, en el Cerro Catedral la vi esquiando allá lejos, en la nieve virgen, fuera de pista. Para mi sorpresa y mi desaliento, la vi tomada de la mano de un chico de su edad, con los skíes al hombro.
La guitarra ahora suena con acordes armoniosos y potentes.
Pero una vez me enteré que ya no estaba con él y la abordé. Previamente, tuve que dirimir a las piñas la situación con ese chico, que todavía la perseguía. Y aquí estamos juntos. -Veo en sus miradas un amor maduro e indestructible.
Dos nietos más tengo. Y ya estoy perdiendo la cuenta de cuántos son en realidad, porque son muchos. Y son mi delicia, de ojos azules, de ojos verdes, que viven con intensidad cada etapa de la infancia y la juventud.


Tres historias bastan para demostrar que sabemos de amor. Me reservo mi historia para otra ocasión. Aunque, hablando de piropos, ¿a qué mujer no le gusta que la halaguen? Ya en el invierno de mi vida todavía me sorprendo.
-Se te cayó...-escuché que alguien me hablaba unos pasos más atrás. Me di vuelta y miré qué se había aído y quién me avisaba. 
-un pétalo -continuó. 

domingo, 14 de febrero de 2016

Ratros

Estoy buscando en el viejo arcón las medallas que obtuve en natación, cuando era niña. Merodeo en los pequeños cajones del lado izquierdo y las encuentro. Ellas, mis nietas, las admiran porque también son nadadoras como había sido yo. Al momento de volver a guardarlas descubrimos que en el fondo de uno de los compartimentos pueden palparse algunos signos tallados suavemente.
1925. Ese año apareció mágicamente al raspar con lija fina. Había más. Y a nuestro juego nos llamaron.
 Ese baúl, originalmente había sido de roble macizo, pero había sufrido modificaciones y restauraciones luego de acabar tirado en el fondo del terreno allá, en el bajo de Olivos. Mi esposo me había contado que se enojó mucho con su hermano mayor, cuando supo que, al hacer la ampliación de su casa, porque la familia crecía, lo dejó a la intemperie. Las lluvias, la humedad, los insectos y la hojarasca habían hecho su parte.
-¿¡Cómo podés dejar que el baúl de los viejos se deteriore de esa manera?!
Hubo que cambiar el entablonado de la base. Por cierto, fue reemplazo por tablas de pino. Más tarde, fue trasladado al departamento de soltero de un primo que lo pidió prestado, para decorar una boutique que inauguraba en Belgrano. De claro roble pasó a ser pintado de negro mate, al estilo "vintage" para resaltar su calidad de añejo. Mucho tiempo después, cuando estuvo en mis manos, me dediqué a restaurarlo y volverlo a su color natural. Los herrajes eran los originales, aunque la cerradura se había perdido, y la llave, también. Lo llamábamos el baúl de los recuerdos porque guardaba misterios, justamente, toda la nostalgia de los años.
1925, año que acaba de descubrir tras lijar su interión. Ese arcón había transitado el gran océano en ese año, desde la vieja Europa hacia la nueva América. Así lo supe y recordaba, a medida que la lija iba despejando m´`as signos que venían del pasado. Apareció la palabra "Amérika" hacia la derecha. Raspando y raspando, pude ver a Ketty portando el violín. No iba a la clase con su profesor, se desviaba y corría al encuentro de su amor. Hans la esperaba en la moto con sidecar. El violín era atado convenientemente y las sogas eran las agarraderas para que ella se deslice con los skíes sobre la nieve nueva. Iban rumbo al castillo de Falkenstein en la Selva Negra... Odn wald, el bosqwue impenetrable de hayas y gnomos, y el robledal pleno de oscuros misterios.
Aparecen más imágenes... Cuando su madre descubrió que no iba a tomar clases de violín, le partió, literalmente, el "fiolín" (como ella decía) por la espalda y cuando supo que su hija estaba embarazada, ¡qué bochorno para la familia! Algo realmente vergonzante por aquellos años. Tenían que casarse, sin falta. El niño nació en la casa materna y el joven padre traspasó el océano para buscar nuevos horizontes y un  futuro cargado de promesas.
-¡Main lieben got! -decía- ¡Amérika!
Esquirlas de la memoria, retazos del pasado iban develándose en el mensaje escrito en alemán: Ihr Leben in Amerika ist intensive glückinch. Los amigos Phipp, Anna y Joachim le habían regalado ese baúl con deseos de felicidad.
Siempre ha estado   restaurándose y ahora, en 2015, contiene otros secretos, más recuerdos y nuevas impresiones para los descendientes. En el fondo, un tesoro: fotos amarillentas, vibrantes, opacas, recobran instantes de otros tiempos y otros sitios ignotos, personas que desconocemos, pero que seguramente han cimentado nuestro presente. Cartas atadas primorosamente y perfumadas con semillas de lavanda en una bolsita. Una cartolina con deseos de Natale y otra, bordada en delicadas líneas, en la que mi abuelo italiano le declaraba su amor a la nona Margherita. Hay también otros objetos que vienen del pasado más recóndito, hallados en Patagonia. Rústicas geodas con cristalizaciones de roca. Un trozo de madera petrificada. Una cola disecada de serpiente. Una pluma de caburé para la suerte, y otra de ñandú (no de plumero) recogida en el paraje "Las Plumas", desde donde se exportaban a Europa, hace un siglo. Una caja pequeña con "dólares de mar", que son anémonas petrificadas. Puntas de flecha, una pequeñita y blanca, descubierta por el viento en la entrada de la cueva del Cerro Leones. Una pezuña de chancho jabalí. Un nudo de coihue, que simboliza la enfermedad y la muerte. Un botón de chapa del uniforme de un milico de la Campaña del Desierto. Una botelita con la arena de la meseta patagónica. Raspadores y huesitos de roedor, y hasta un colgante mapuche con piedrecillas de colores, proveniente de un altar allá, donde el viento aúlla y mece las flores amarillas de primavera.

El desafío es saber de dónde vienen esos ojos azules, qué paisajes han visto y admirado, qué momentos viene del pasado y qué extraños artesanos duendes han esculpido lo que hoy somos.