miércoles, 22 de abril de 2015

Tango-ajedrez

Los pies tienen memoria de un ritmo casi olvidado. Acepto el convite porque sé que podré llevarlas a todas, con galanura y maestría. Me coloco el sombrero requintado y en un guiño, abrazo a la primera para iniciar una historia completa, incluso con notas a pie de página. Viene otra milonguita de falda negra y tajo profundo y me saca el sombrero para ofrecerme otro y no sé a cuál elegir.
Brazos verdes como pájaros. Desdos de seda y alas que recuperan el vuelo, me dejan su polen flotante en un perfume que subyuga. Hay mariposas de luz y luciérnagas sensuales. Hay pétalos de coral y nácar, danza de contoneos y susurros de faldas y caderas portentosas, cinturas como juncos que se quiebran, se yerguen, se contraen. Hay balanceo de pechos como frutos maduros, seducción en la fragilidad de los gestos, párpados que caen como murciélagos y apagan unos ojos como centellas, que ríen, que provocan...
Las baldosas en blanco y negro se dibujan y se desdibujan en cada vaivén y los sonidos de mi cuerpo las abrazan a todas como la sombra de un árbol protector y luego me dejo llevar por anémonas y algas voluptuosas en un mar ignoto y canto de sirenas.

martes, 21 de abril de 2015

Se llaman Soledad

1- La señora está compungida. Por la mañana no ha podido conseguir lavar sus penas. Ahora mira con displisencia, desde el ventanal, cómo el sol va escondiéndose tras los cerros, como si un vino tinto se derramara sobre la ciudad, como si la emborrachara de rosas y violetas y tiñera de rojo las aguas quietas del lago.
Noches atrás había visto la luna llena y romántica. El insomnio la desveló y había alcanzado a ver más empequeñecida, esa misma luna ocultándose, mientras engullía con fruición. los bombones de sabores sutiles, cuando se quedó sola. Ahora tiene jaqueca. Tal vez le han caído mal, porque ha ido comiendo despacito cada trozo de chocolate, enroscando sus piernas contra el pecho, como para rechazar el vacío de su soledad. No son salobres las lágrimas que bajan lentas. Cuando la migraña le daba punzadas agudas en las sienes, pensaba que el chocolate iría a quitarle el amargor que hace tiempo viene acompañándola.

2- Se contrajo en la cama, hasta reducirse a una mota de polvo. O no tanto, más bien como esa mosca negra que revolotea sobre el vaso de leche blanquísima y descremada, que había olvidado sobre la mesita de luz. Se desperezó, estiró las piernas y se alegró sin saber por qué. Brillantes nubecitas se desprenden como escamas de un cielo añil. Está clareando ya. Todavía coquetean, insistentes, las imágenes que fueron recorriendo todo el espacio, en esa noche que se fue atragantando, como si fuera el carozo de una ciruela un tanto verde.

3- La inmensidad del río está brillante como una daga, al fulgor de la luna. Siente el frío y la humedad del amanecer, hasta que al cruzar a la otra vereda, adivina que el sol pronto vencerá a la neblina, que aún persiste yse queda, pegajosa, en las paredes, en las manos, en las ropas. El aire está caldeado, lleno de presagios, de incertidumbres, de vibraciones y de humo. El alba color limón, por el este, inunda las calles y destroza los bloques de sombras, entre los edificios. Puede ver ahora, que el óxido es un enemigo peligroso que carcome, en silencio, y termina debilitando cada viga, cada columna, cada portal, cada vida.
Una joven demacrada, con ojos de acero ribeteados de un rimmel confuso, una boca desdeñosa y de carmín borroneado y una nariz afilada, desciende a trompicones por la calle desierta, con los tacones en la mano. El sol ya sin timidez, anuncia su presencia rotunda. Ahora la mujer está tendida en la cama, envuelta en una bata descolorida. Tiene la cara lívida. Sobre una silla cuelga, fláccido, el vestido de seda color esmeralda, tachonado de lentejuelas. Sobre la alfombra, el corpiño, la tanga y el antifaz.

4- Por momentos, la parte cómica de su máscara, ríe con desenfado. Y por momentos, la parte dramática se ensombrece. Luego, la mueca de la risa o la de su pesar se distiende. Se apoltrona en su sillón preferido y se enrosca un mechón de su cabello rubio, pensando.
Una ola de hastío la envuelve, blanca como un tul en baldaquino. Llegan apaciguados los sonidos de la calle y se adormece.

5- Una bolsa de cemento y una barra de hierro había pedido. Ella se quedó parada junto al depósito de hierros, sólo unos metros delante del muchacho que la tendió. No tenía ojos en la nuca, pero supo enseguida que una mirada penetrante la estaba desnudando. Ella emanaba olor a sudor, enfundada en un equipo de gimnasia. Él estaba oliendo un aroma que lo atraía, que se entremezclaba con el olor del aserrín y el gasoil, cuando el barrendero pasaba el escobillón.
40/80 era el tipo de hierro que esperaba. -Lo ajustamos con alambre, así -y sus manos se movían con la habilidad de quien conoce el oficio y ella pensaba que eran manos fuertes pero suaves, protegidas por los guantes de trabajo; presentía unos brazos potentes, capaces de ofrecer tiernas caricias... 40/80... Sí, justo el doble; seguramente ella lo doblaba en edad.
Ahora que terminó de escribir y que las musas se fueron, supo que esa inspiración había sido como un orgasmo, un espasmo intelectual que la dejaba exhausta ante la hoja escrita y las sábanas frías.

6- Estoy en baja deprimida sin apetito sin billete nostalgias del amor que ya se fue felpa de la añoranza del mar de linos florecidos de mi infancia y trigales mecidos por la brisa del viento norte hago cuartetas metáforas de angustia y turbias lágrimas mojan las mejillas desteñidas fluyen constantes regulares sobre el cuello y la remera hasta humedecerla agua de borrajas el pincel se humedece y la acuarela no logra reflejar la luz difusa del ocaso tras los rascacielos negros que devoran las sombras cubriendo como un tul de luto y lloro perlas en el desierto.

7-Una mujer de hilachas indecentes camina con desgano y ve los millares de gnomos juguetones que edifican torres frágiles, pero resplandecientes. Quiere atraparlos para contagiarse ella también de esa alegría, pero sus manos huesudas y artríticas no llegan y el castillo de sus sueños se derrumba. Ya con más decisión, ahora se abre camino por entre una inextricable maraña de ruidos chirriantes y telarañas, como el roce continuo de una tiza sobre un espejo polvoriento. Los reflejos de los coches, las calles, el bochorno citadino, todo parece cortarla en fragmentos regulares, como si anduviera entre virutas gruesas de metal. El sol le gotea en la cara, a través de las alas de su sombrero Panamá, harapiento y sucio. Ella necesita que el sol le haga cosquillas, como si una mano le acariciara la espalda gibosa, o le diera coscorrones en loas ondas desgreñadas de su pelo grasiento.
El ulular de una sirena que se acerca, la detiene en el borde de la acera.

8- Se incorporó de un salto y el espejo le devolvió un rostro plácido. Unos ojos azules casi grises de océano profundo, anticiparon una sonrisa de labios breves. Luego la interrogó.
-¿Y si te quedaras un instante quieta y sola?
-¿Si te abrazaras fuerte las rodillas contra el pecho para sentir que te quieres y te admiras?
-¿Si dejaras de escudriñarte esas líneas de expresi´`on y las señas indelebles que contornean tu mirada?
-¿Si dejaras de juzgarte por esas arrugas, y en cambio, pudieras amar cada fragmento de tu piel?
El espejo prosiguió afirmando. No eres esa mosca negra y repugnante que zumba a tu alrededor. Eres grande en tu dicha, fuerte y de firmes trazos convincentes, de mandíbula intrépida, y lo que es aún mejor, de tus labios delgados pueden salir palabras maravillosas. Palabras suaves, para arrullar. Palabras dulces para enamorar. Palabras impertinentes, para exigir. Palabras nuevas, para sorprender...
-¡Ponte guapa, mujer! Si estás más sana que una manzana -El espejo es su pitonisa. De un palmazo aplastó a la mosca cargosa y partió.