jueves, 30 de mayo de 2013

Arte abstracto. Arte efímero

Ha concluido ya la presentación de las obras ganadas por concurso para ser instalada en plazas y parques de la ciudad de la Patagonia, que goza, por cierto, de gran belleza natural. Soy un artista contemporáneo que hace arte efímero. El gobierno nacional, que auspició el evento, reconoció mi obra, como de alto contenido social. "Una denuncia en los tiempos que corren es un llamado de alerta para concientizar a la ciudadanía en el cuidado del medioambiente. Arte no figurativo, arte conceptual, a través del cual los admiradores de ese estilo, seremos capaces de descubrir la belleza, como en esta obra. La carroña que aflora de un receptáculo para basura, por donde sobrevuelan insectos de toda calaña y hasta alguna rata, es arte".
Las palabras del funcionario de cultura me emocionaron grandemente. Los escolares aplaudieron con fervor, azuzados por las maestras, especialmente cuando se mencionó el gran esfuerzo financiero que el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación está haciendo para promover el arte en todas sus manifestaciones, y en todos los rincones del país. Arte itinerante, dijeron. Eso es el programa "In situ"
Entretanto, pensaba, no se explicitó la corriente artística, el arte efímero, donde los artistas de mi talla son capaces de crear, como un destello fugaz y como ángeles protectores, la acusación por la inmundicia que invade todas las ciudades.
Ayer se realizó el evento, y como "todo delincuente vuelve al lugar del crimen", yo regresé para admirar en soledad mi obra. Pero, ¡oh sorpresa!, estoy viendo al placero encargado de barrer las hojas muertas de la plaza y de regar las plantas, que estaba desarmando mi obra y la estaba depositando en un cubo para basura. Enrollaba los hilos invisibles de donde colgaban los moscardones, tiraba con asco la rata de cartón... Y bueno, pensé, es arte efímero, y como tal, dura poco. Se ha cumplido el objetivo. Me senté en un banco del parque y recordé otras obras intervenidas y otras obras que denuncian.
En una "vernissage", el público admiraba la obra de una joven artista. Su diseño era un modelo de gala instalado en un maniquí de cabeza calva, que lucía un vestido hecho exclusivamente con sobres de preservativos de una única marca. Esto le daba una tonalidad dorada, tornasol, casi fosforescente, y destellaba ante las luces de la sala de exposiciones. Los mustios y azorados asistentes, podíamos degustar las "delicatesen" que ofrecían; una particularidad, los bocaditos podían ser tomados de unas bandejas en miniatura, que eran muchos moldes de dentaduras postizas. Obra de la artista, por supuesto, no de un técnico dental.
Me voy caminando, pateando latas y mascullando, por una calle en pendiente que da al lago y veo la obra premiada en 2º lugar. "La nadadora" es un manojo de alambres colgados de los cables de la bocacalle, cuya cabellera cae, pesada, perpendicularmente hacia abajo. Siempre bajando, da la sensación de que la silueta está nadando en el lago azul. Un detalle que ahora advierto. Cuando nadamos, los cabellos van sedosos hacia atrás, no caen de esta manera. Error conceptual, error semántico, me digo. Me alejo, y sigo esquivando pozos, papeles y botellas plásticas.
Siempre cavilando con los dientes apretados, voy a dar a un bodegón de los suburbios, donde suele encontrarse "la flor y nata" de la bohemia citadina. Escultores, músicos, poetas, pintores. Todos se encuentran allí, departiendo en pequeños grupos, indefectiblemente, munidos de su correspondiente trago de colores y tamaños diversos. El ambiente está tornándose azulado y es casi imposible ver con claridad, a causa del humo de los cigarrillos, del hogar y otras yerbas que humean con pereza. Como nadie nota mi presencia, opto por sentarme en el rincón más oscuro de la cueva y comienzo a beber, también yo, para alentar a las musas distraídas y a espantar a los monstruos que suelen habitar en mi interior. Como consecuencia, una pena enorme me taladra hasta la médula. Esto es cuando,  como tras el vidrio defectuoso que circunda un auditorio, veo y escucho las palabras de mi abuela francesa.
-Me acuerdo que todos los niños de la campiña salíamos al sendero que llegaba a nuestra casa, al momento de oír el chirriar de la bicicleta de Monet. Él llegaba sudoroso, pero sonriente. Su casa en Giverny, quedaba a pocos kilómetros de la nuestra. Claude era una visita habitual... Por aquel tiempo ya lucía una incipiente barriga y su barba larga estaba cana.
-Necesito a una jovencita como modelo -le decía a nuestro padre- y yo me ofrecí a posar, pero papá, a cambio, le sugirió que pintara los campos de amapolas. Algunos días luminosos aparecía un pintor, uno de los que se hospedaban en el hotel de la villa, cargando su tablero, su paleta y los pinceles. Yo no sabía que era uno de los seguidores del maestro. Mi padre contaba que les llamaban "los impresionistas". Después supe que en nuestros campos estuvieron Cèzanne, Manet, Degas, Renoir, y hasta Marcel Proust, el escritor. Todos pintaban, por indicación de Monet, un motivo repetidas veces en distintas horas del día. Inventaron la pintura en serie.
Veo a la viejita, como la recuerdo en la única foto familiar, arrugada y sabia. La imagino con ese dinamismo que la caracterizó hasta el final de sus días. Vestido liviano, delantal a cuadros, falda amplia y sobrero de paja, cargando en su canasta los frutos de la tierra y guardando en su corazón, supongo, la emoción que le provocaban las obras de los impresionistas.
-Claude había construído su propio jardín en la casa de Giverny y mandó traer flores exóticas, flotantes, las ninpheas, o los nenúfares, que luego pintó y pintó en serie... el jardín japonés, el puente verde, la pérgola de las rosas. Agrupaba las flores según los colores... un sendero se teñía de rojos; otro, de amarillo; otro, de violeta y siempre los tulipanes de época -las mejillas de mi abuela se encendían cuando pintaba con palabras y mi madre se deleitaba con los relatos.
La última vez que la vimos fue cuando nos visitó, hace ya algunos años.
La bohemia se ensoberbece cada vez más por el encendido debate, y sin duda, por el alcohol, que deja ver los más bajos defectos. La soberbia y el rencor suele caracterizar a los mediocres. Violentos puñetazos sobre la barra y copas rotas, y de repente, salen en alegre pelotón para invadir las calles con su arte en los muros y su poética en aerosol.
Me quedo solo y apuro, a borbotones, una decisión. Iré a Giverny, conoceré la finca de mis abuelos, visitaré la casa de Monet y sus jardines y el hotel de los impresionistas; iré a la tumba del genio y en el estanque de las nenúfares, tal vez me inspire y pueda crear a pleno aire. Quizás también encuentre el camino para desarrollar mi arte. Intentaré con el puntillismo, aunque estoy seguro que no abandonaré la línea del compromiso y la denuncia social. A mi regreso, es posible que pinte aguapeys, lirios de agua y flores de Irupé, todas ellas obstruyendo, en todo momento del día y de la noche, los canales de agua, los arrozales de mi San Javier natal, y las represas, que serán aguas pestilentes... lograré esa imagen con los sucesivos puntos de mi pincel. En un camalotal pintaré la cabeza triangular de una serpiente que saca su lengua desdeñosa; en otro islote a la deriva del Paraná, quedará sugerida la estampa del tigre que llegó al convento de San Francisco y devoró de un solo zarpazo al cura que ofrecía la comunión. Se me ocurren muchas ideas. Es posible que abandone el arte abstracto y logre sacudir a mi público haciendo una caricatura de la sociedad contemporánea.
Apuro mi copa, y parto.

domingo, 26 de mayo de 2013

Lunes de aguas.

Había llegado a Salamanca y estaba observando las curiosidades gastronómicas que toda ciudad tiene, prendida a la vitrina de una pastisería. "Tenemos hornazos y el pan de cada día" -decía el cartel.
-¿Qué será un hornazo?- me pregunté. Imaginé que sería un pastel de pescado. Entonces, para averiguar y para degustar el sabor castellano, ingresé al local.
-Me llevo, Pepe Luis, ese hornazo de la vitrina -afirmó una clienta, vecina del Paseo de San Antonio. Pero eso sí, tendrá que ayudarme a bajar los escalones, porque el lumbago me tiene mal, y el Antonio, ya no es ningún estudiante, como verás! Nos deleitaremos con este hornazo, al menos.
-Es el último que me queda -pensé que debería comprar una empanada gigante de atún u otra clase de la rica pastelería española.
-En el lunes de aguas, los hornazos han sido todo un éxito.
-¿Qué es el lunes de aguas? -requerí al momento de mi turno.
-¡Ah! Una visitante argentina. Le explico, niña -Pepe Luis desplegó todo su conocimiento sobre el tema, con gran locuacidad.
-El lunes siguiente a Semana Santa, es una tradición que las prostitutas sean llevadas en barcas al otro lado del Río Tornes, para desatar los instintos reprimidos en los días de ayuno... Tú sabes, son días de contemplación interior, de retiro, de rezos, de velas encendidas, para purificar el alma. Las mujeres, entonces, además de aportar su cuerpo, llevan los hornazos, que son pasteles rellenos de jamón ibérico, panceta y chorizo. Van al otro lado del río, con los estudiantes de la Universidad. Ellos llevan el vino en botas y todo el día, hasta el anochecer, participan de la orgía y regresan pletóricos de dicha y de alcoho. El encargado de trasladar a las mujeres es el "Padre Putas", que así le dicen, sea quien sea el sacerdote de turno. Ellas lavan sus pecados en las aguas del Tormes, en el área de la Aldehuela.
-¡Ah!, no conocía esa tradición.
-Pues, te la has perdido, niña -dijo con picardía.
-Y bueno, si no hay hornazas, llevo dulces de almendras y almíbar, y si no hay estudiantes, ni Padre Putas, voy al Parque-Huerta de los jesuitas a tomar el sol y luego, iré a rezarle a San Antonio, para que me consiga un novio!

jueves, 23 de mayo de 2013

El escorial de los mares

Así le llamaban al mayor galeón más armado del mundo en el siglo XVIII, que fue botado en el arsenal de La Habana. Tiempos de piratas y de almirantes de todos los países que ambicionaban extender su poderío territorial, a través de los mares. "El Santísima Trinidad", que ése era su nombre, surcó los mares y tomó parte de innumerables momentos históricos de España.
Cuando recorrí el interior de su réplica, anclado en el Puerto de Alacant, me pareció percibir la hidalguía del valeroso almirante. Lo encontré deambulando cabizbajo en la cubierta principal. Me invitó a sentarnos en las altas sillas imperiales decoradas con ricos ornamentos de brocato y terciopelo rojo, con respaldos repujados sobre madera de caoba. Dialogué con él, don Baltasar Hidalgo Cisneros y apenas, con el parco capitán de bandera, don Francisco Javier Uriarte y Borja.
Nos acercamos a la sala de mando y el capitán, mirando el horizonte, tras la marina del puerto, erizada de mástiles de modernísima factura, dijo.
-Fue el buque insignia de la flota española en 1779 y junto con la flota francesa le declaramos la guerra a Gran Bretaña.
-Afamados piratas, los británicos, que han cimentado su historia de vandalismo y conquistas -dije- Me pregunto por las operaciones en el Canal de la Mancha.
-Capturamos al convoy inglés formado por, nada menos, que por cincuenta y cinco navíos.
Miré en ese momento, en la sala del museo de cera, al médico con su gran cuchilla, amputando una pierna, igual que el cocinero que descuartiza un gallinazo, un cerdo gordo y una tortuga del Mar Caribe.
-Dos años después el galeón a mi mando se incorporó a la Escuadra del Mediterráneo.
-¿Qué sucedió después, porque imagino que los británicos eran individuos tan vengativos y rencorosos, como lo siguen siendo hoy; a pesar de su imagen plácida, son fríos, flemáticos y fóbicos. Me viene a la memoria la guerra en las Islas Malvinas, veo a los jóvenes soldados muriendo, la imbición desmedida del gobierno británico de "la dama de hierro", y el hundimiento del "Gral. Belgrano", de la armada argentina.
Un mozo trajo en bandeja de plata tres tazas de té con tisanas para calmar la ansiedad. Debe haber visto mi curiosidad y la excitación de mis acompañantes. Ellos bebieron, además, un ponche y una copa de ron.
Una estatua de Neptuno se yergue con su trípode en un apreciado sitio de la sala; la silueta de una sirena coquetea desde una columna, sosteniendo una concha de quién sabe de qué mares ignotos. Un prisionero de fiera estampa pelea con las gruesas cadenas quje lo mantienen atado de pies y muñecas. Un esclavo negro toca su tamboril y como un lamento, rememora su tierra africana. En una litera descansa un marinero; debajo, otro limpia los mosquetones y engrasa los engranajes de una cureña; otro hace lo mismo con un cañón corto que ha sido averiado.
-¡Hundido! -exclamaba cuando de niña jugaba a la batalla naval. ¡Agua! Sin embargo, los relatos del caoutñab de babdera nereceb ka oeba de ser escuchados.
-Este galeón partició en las batallas del Canal de la Mancha. Voy a relatar los hechos de la batalla de Trafalgar, que fue por otros confines.
Mientras escucho atentamente el relato de apagado fervor, veo que la estatua de cera que estaba limpiando las armas, reacciona ante la orden.
-¡A estribor, el enemigo!
-¡Rizar velar y ponerse al pairo! -El esclavo negro corre hacia babor y ya está la tripulación empujando una botavara para enganchar la vela cangreja y la tarquina. Ya ls piezas de artillería están dispuestas en posición de ataque. Un proyectil llega por barlovento...
Veo al prisionero de recia figura que no consigue liberarse de las cadenas y ya piensa que las cartas están echadas. El dios del mar se enfurece en el estertor de las olas. Hay fuego en una fragada; del galeón que está hacia el poniente, se oye el derrumbe de su mástil principal. Fogonazos cruzan las aguas y gritos de pavor y audacia quieren aniquilar el miedo. La sirena se desprende de la columna y se aleja en busca de sus hermanas para cantar más fuerte, pero los marineros no les prestarán atención. El cabrestante recoge cables; jarcias, calabrotes y obenques se tensan; un bergantín se escora frente a ellos. Ya Neptuno, exasperado, escupe espumarajos de algas y las arroja con desdén. Suena la campana del buque, pero ellos no van a comer; hay olor a pólvora y sudor. Deben apagar el fuego a estribor. Una cureña con cañón corto se desploma sobre un tripulante. El herido de la litera terminó por caerse y se desliza por la sentina, irremediablente. Pistolas y mosquetones humeantes quedan abandonados. El galeón se inclina cada vez más. Con aullidos salvajes, para darse valor, los marineros sobrevivientes se aprestan al abordaje. Cientos de espadachines se lanzan y las dagas piratas relucen en la noche más negra.
-Fue así como el galeón tuvo su trágico final; más de doscientos muertos y cien heridos. Se hundió a veinticinco millas dle puerto de Cádiz.
Ahora, amarrada en la Marina de Alicante, su réplica se mece, seductora, casi como se ofrecen las muchachas en las inmediaciones de todos los puertos. Abro los ojos y me veo sentada en la cubierta bebiendo un zumo de melocotón. Las palmeras de la Explanada de Espanya acarician apenas los rostros de los paseantes; los viejitos toman el sol tibio. Miro hacia atrás y veo a los bañistas retozando en la Playa del Postiguet y arriba, desde el Castillo de Santa Bárbara, siguen custodiando. Otean el horizonte que ahora muestra un parejo azul intenso.

lunes, 20 de mayo de 2013

Brisas en el Canal Grande

Cada mañana, cuando despunta el sol tras el puente del Rialto, Giuseppe, el gondolero, y  su pequeño Tomassino, recorren los dos puntos que los han de llevar al muelle, donde aparcan su barca de los sueños. Cada mañana lucen sus remeras a rayas azules y su sombrero blanca. Padre e hijo llevan el clásico sombrero chato adornado con la cinta azul. En diferentes días cruzan por distintas callejuelas, cruzan puentes (casi siempre pasan por el puente del canalito de los candados, donde los amantes tantas veces se juraron amor), aunque muchas veces transitan por callejuelas terrestres y zigzagueantes, o alternan por las vías acuáticas. Retículas de calles superpuestas y entrecruzadas en alegre desorden y confusión. Retículas de canaletos que se abren a un ramificado complejo de tortuosas variantes.
Los dos trabajadores transitan por un camino, o por otro, dándose el placer de vivir la ciudad que está despertando. Las señoras se saludan desde un balcón hacia otra ventana.
-¡Buon giorno, signora Magdalena, fa fredo questa mattina!
-Eco, má peró -La joven Antonella cuelga en el tenderete la ropa de cama que flamea y se asolea en la alegre danza de la brisa que viene del Canal Grande.
-Tomemos el atajo de esta galería, padre.
Muy temprano en la mañana ellos son testigos de aventuras que suelen quedar en secreto para sus protagonistas. Hoy ven a un muchacho de cuerpo gentil, que se descuelga desde una alta glorieta hasta un balcón.
-Es el amante de la señora Piacere; su esposo ya ha partido hacia la plazoleta para vender sus productos -piensa Giuseppe - El collar de cristal de Murano que lleva en su cuello, no basta para retenerla.
-Mira, padre, ese gato negro ha roto una mata de albahaca en aquella ventana.
-Sí, persigue a aquella gata de siete colores que sube por el tejado.
En otras ocasiones, suelen ver, por otro itinerario, al ladrón que salta con su botín desde una ventana ojival, hasta la pilastra del canaleto. Así fue como su vecino, Vincenzo, fue a dar a la cárcel. No alcanzó a ver el Puente de los Suspiros. Ya pasan por ahí debajo y oyen.
-¡Eh, Tomassino! ¿Vas a la escuela hoy?
-Sí, a la hora exacta -El niño contesta a su maestra y Giuseppe piensa la manera de decirle a su hijo que ésta será la última excursión, porque ha sido denunciado por trabajo infantil... ¡Pero si no es un trabajo! ¡Es un placer para mi hijo tocar las canzonettas con su acordeón, para entretener a los turistas!
Y llegan a la "riva degli schiavoni" para recoger a los orientales que no conversan, pero disfrutan de la serena belleza del Canal Grande. Él sabe que ellos sienten como que se han escapado de los tiempos; la ciudad despierta sumergida entre las construcciones, se aprisiona entre las recovas y se pierde en un clima de rarísimo misterio, entre las callecitas, los pasadizos, los túneles, hasta volver a encontrar el rumbo.
Comienza la música que desgrana Tomassino. Una mazurca, una polca, un vals, envuelven a los paseantes en una urdimbre de hebras multicolores, que se entretejen como las figuras geométricas de un tapiz. Una olorosa menta despide su aroma desde la grieta de una ménsula o de la pilastra que las aguas azotan. Acaba de pasar un vaporetto repleto de visitantes. El trajín, el gentío y la vocinglería propia de una Babel, ya se ha instalado sobre el Puente del Rialto.
El niño recibe su propina, se coloca el guardapolvo, toma su mochila y se va silbando una canzonetta, rumbo a la escuela.

viernes, 17 de mayo de 2013

Según el humor, así se ven las cosas.

Cada ciudad, cada pueblo tiene sus secretos escondidos y los signos que la contienen. Es posible imaginar, entonces, su pasado, que no está dicho expresamente, porque cada segmento y según lo ilumine el sol o lo resguarden las sombras, tiene rastros, como arañazos, muescas, incisiones, protuberancias, hendiduras y paréntesis de lapsos sin historia.
Desde la sierra de Francia el joven se detiene para observar las sierras lejanas, apenas nevadas. Bajando por un sendero de robles, siente ya el aroma del bosque y los olores que le son familiares. Su pueblo y las casas rústicas del Mogarraz natal. Distingue la ermita y ya se acerca.Ve los retratos de sus vecinos, el de Eusebio Valdivieso y su señora Hortensia; enfrente, el rostro entrañable del anciano que ya no está, Don Carmelo Suárez y sus hijos Bernarda y Jacinto. Recuerda cuando el pintor Maillo decidió imprimir en las fachadas los rostros de sus moradores... Ya quiere abrazar a su padre, mientras el corazón late con palpitaciones aceleradas por la emoción y el esfuerzo. Al doblar la callejuela de la Cancilla, se recrea con los retratos de Fermina, su madre, y de su padre; junto al portal se reconoce entre el retrato de sus seis hermanos, y llora.
-¿Cómo ha sido ese peregrinar, hijo? -El padre ciego está ávido de ver en los vericuetos de su mente las imágenes de todo aquello que su retoño mozo ha visto.
-Es tanto lo que llevo grabado en la retina, que me esforzaré por complacerlo. -Deja sus botas cansadas, apoya el bastón de pregrino y cuelga su sombrero; luego descansa sus pies adoloridos en el agua fría de la alberca. Despeja el sudor de su frente, de igual forma, como para ordenar las ideas, los recuerdos, las visiones -Son maravillosas las estampas que he visto... majestuosas catedrales conviven en amable empatía con fuentes de aguas saltarinas, que le dan sosiego al viajero; como yo, no puede dejar de ver e imaginar las historias que contiene ese muro de piedra secular, esa escalera que conduce no se sabe a qué recóndito hogar, los senderos de antaño...
-Explícate más, hijo, que no logro ver lo que cuentas. Quiero percibir con todos los sentidos, como se descubren las líneas de la mano. Tocar mi mano y palpar la aspereza de los muros, su densidad y al tacto, el frior de sus paredes, para fantasear con la familia que habita en los hogares.
-Todo depende del cristal con que mires las cosas, y las personas, y aún más, depende del humor de quien observa. Debes suponer que, si pasas mirando sin ver, te pierdes los detalles. Por ejemplo, pasas silbando con la nariz levantada hacia el horizonte allá lejos, y puedes ver el río, una estatua, una torre, cuyas agujas pinchan el cielo azul, y conocer así el espacio cercano. Así vi casas humildes de tejados rojos, cubiertos de musgo y cuarteados por el tiempo y los siglos; vi a las cabras ramonear entre las encinas; vi a los cerdos deambular para comer bellotas; vi vacas rojas y blancas de cuernos encorvados abrevar en los estanques de aguas claras y flores blanquísimas; vi un toro bravo de lidia resoplar debajo de un roble frondoso de la dehesa. También vi alféizares de madera tallada, frontispicios de oro y taraceas, un reloj de cobre, una torre en incontables campanarios y vi a un menesteroso en la ribera del río Tormes, "una limosnita, por favor", y a su perro flaco, la estatua de un caballero, un ermitaño que bajó a la ciudad, una torre de cristal...
-Pues, Pepín, alcanzo a ver lo que describes.. ¿Pero cómo te has sentido?
-Si sigues mirando los tejados, los aleros, hacia arriba, puedes admirar una cigüeña empollando en el nido de un campanario que ya no resuena, y un hilito de agua que baja hasta la acera y te refresca, y tras las cortinas que se mecen con  la brisa, no la ves, pero sabes que detrás, una muchacha casadera te observa y se ilusiona con el forastero caminador.
-Y te cansas...
-Sí, pero al final del día te quedas pletórico de dicha y con tortícolis. Recibirás el próximo día con alegría para iniciar la marcha nuevamente.
-¿Qué sucede si caminas con el mentón apoyado en tu pecho, mirando hacia abajo?
-Pues entonces, sólo ves adoquines, pies que circulan apresurados, zapatos que llevan todo el polvo de los caminos y alforjas cargadas en una mula de pezuñas romas, y las sandalias rotas de los mendigos. Pero no ves los rostros de los caminantes y vas con las uñas clavadas en las palmas y tu mirada quedará atrapada a ras del suelo, o en el agua que corre al borde de la calzada y las alcantarillas de aguas pestilentes, los espinazos de pescado, los trapos sucios...
-Imagino, hijo, que te quedas atrapado en la inmundicia.
-Pues sí, y es así como, si levantas la vista, verás en los alrededores de la aldehuela, el reverso del esplendor inicial. No más estatuas de bronce de todos los dioses, de todos los clérigos, de todos los poetas, ni un gallo de la veleta recubierto de oro, no más cúpulas de plata, ni un teatro de cristal, ni el rumor del arpa de la brisa en el follaje de un robledal. Sólo verás las vigas podridas en los soportales, una gran extensión de chapas oxidadas, sillones desconchados entre montones de latas y caños negros de hollín y sobre los techos de las casuchas, habrá ruedas de bicicletas o neumáticos de coches abandonados, que únicamente sirven para sostener en su lugar las techumbres, para que no las siga destartalando el viento. Y verás viejas desdentadas que juegan con el futuro de los transeúntes inocentes y doncellas lisonjeras y avejentadas, y chavales a los que basta con verles los rostros cejijuntos, para deducir su ignorancia y su falta de fe.
-¿Cómo terminas un día cuando ves todo con ese humor tan negro?
-Te ves inmerso en el sopor de la indiferencia, no consigues la paz interior que mi difunta madre me daba, y sigues más enfurruñado que antes.
-Tu madre te aconsejaba que seas capaz de descubrir la belleza de las cosas y de las gentes. Siempre te aconsejó eso, a ti y a tus hermanos.

Ahora el padre en su camastro, y el hijo en su litera, sueñan. El anciano, con lugares transparentes como las sedas de los baldaquinos, con ciudades caladas como el encaje de los vestidos de las mozas, con filigranas de ricas joyas y con el medallón charro que llevaba en el cuello su esposa fiel y pastora. El joven, con zumo de mosto, con una bocata de queso de cabra y jamón serrano, con una empanadilla de atún, y se relame. Palpa con manos febriles la piel tersa de la morenita que le dio su amor debajo del huerto de Calixto y Melibea, justo en la cueva de la Salamanca... Ambos entran en un sopor profundo, y descansan.