jueves, 28 de marzo de 2013

Una rosa sola

Dos pétalos marchitos de una rosa roja caen en este mismo instante. Dora la había cortado días atrás, con meticulosa precisión, del jardín del vecino en la temprana madrugada, cuando unas gotas de rocío embellecieron aún más su aterciopelado ropaje.
Desde el baúl de los recuerdos, se acordó de aquel medio día, cuando iba al colegio "Nuestra Señora del Rosario". Los varones se cruzaban con ellas en esa esquina, precisamente, cuando salían del colegio. Ellas los miraban desde lejos, y los admiraban, porque eran los del último grado de la escuela primaria. Pantalones cortos a la altura de las rodillas, tiradores negros, camisas blancas que se cerraban con un moño azul, zoquetes blancos y zapatos negros abotinados; en los hombros, indefectiblemente, todos llevaban el saco azul de botones dorados.
Uno de los muchachos, como impulsado por una extraña inercia se acercó a Dorita, de guardapolvo blanco con tablas firmemente almidonadas y moño. Le entregó una rosa roja. Seguramente, robada del primoroso jardín de las monjas. Y le espetó: "Si no te casas conmigo, me hago cura". Ella admiró la audacia por sobre la timidez de sus manos temblorosas, las gotitas de sudor en la frente, apenas cubiertas por los rizos rubios y, aunque la ocasión daba, no la miró con ojos huidizos. La cubrió con una mirada que la captó sólo a ella y a nadie más, hasta hacer desaparecer todo lo que había a su alrededor. Hasta sus compañeras se alejaron un poco, en corro y ahogaron sus ¡oh! de sorpresa, al unísono, tapándose la boca y el rubor cómplice. Dorita tomó la flor.
Nunca antes había percibido esa misma sensación, tan indescriptible, que la hizo avergonzar en secreto. Fue tal la turbación, que no pudo emitir sonido alguno. De todas maneras, aunque hubiese murmurado algo, Jorgito ya estaba corriendo hacia la otra esquina y lo había perdido de vista.
Mira nuevamente la rosa, y otro pétalo descolorido cae sobre el mantel. Había puesto esa rosa roja en el jarrón, días atrás, cuando comenzaba a correr el rumor, como se prende una vela ante el altar. La rosa está ahí sola... Vivir esperando la muerte. Morir esperando la nada... como ella.
Otra vez atisba la pantalla, con la sola compañía de su gato peludo, que ronronea a sus pies, se enrosca impúdicamente en la canasta de ovillos y las agujas de media carpeta tejida al crochet. Una sensación intensa la estremece. La serena belleza de Dora se impone por sobre los pliegues de sus mejillas sonrosadas. Una mujer que, aunque pasaran los años, no puede ocultar a la joven hermosa que había sido.
Otra vez, mirando hacia un punto del ventanal, ve a un picaflor aleteando, como su corazón, que liba el agua azucarada. Reconoció aquella mirada. A pesar de estar amortajada de frío, en su interior sintió el calor que la envolvía: la escena en el portal del colegio, y sonrió. Ni siquiera, mucho después, su prometido le había prodigado una mirada así, cuando le propuso matrimonio, ni cuando hace más de treinta años, ella dio el sí ante el altar. Otros muchachos tampoco, en los escarceos de su juventud, habían sido tan convincentes.
No lo vio más a Jorgito. Nunca más, porque se mudaron a otro barrio, a otros jardines, a otros horizontes. Años después nació su único hijo, que ahora vive en otro país, y su nieta, que no conoce. Cuando quedó viuda, despidió a su esposo con una rosa blanca. Está sola, como esperando la muerte, como esperando la nada.
Recordando, el corazón galopó y dio saltos intermitentes, como un caballo desbocado. Lo vio llegar a la carrera, rojos los cachetes, sudorosa la frente y las manos calientes, cuando apenas la rozó para entregarle la rosa.
Los ojos de la anciana, un tanto miopes ya, otra vez escudriñan la pantalla. Todavía están en los prolegómenos. Ahora piensa. Siempre me he mecido para mantenerme en la otra orilla de la realidad, donde las decisiones fueron tomadas por otros, como cuando descansas en la playa y las olas te lamen tímidamente los pies, mojándote, sin sumergirte, sin lanzarte del todo, y el viento te ha arrastrado hacia la nada, que hoy siento.
Sola, invariablemente sola, esperando la muerte, como morir cada día, esperando la nada.
Otra vez el monitor la distrae de sus cavilaciones y ve.
-¡Habemus papam! -anuncian desde el Vaticano. Y lo reconoce. Es Jorge, más calmo en esa mirada abarcadora, más reflexivo en las sienes y en su calva, más paciente en el gesto, aquel Jorgito que la había perturbado tanto, también ahora la conmueve. Ël decidió brindar todo ese amor, porque de nada sive guardarlo para sí, sin prodigarlo.
-Recen por mí -propone con voz suave y ella reza con el fervor dibujado en su semblante.

martes, 19 de marzo de 2013

Hipótesis del oficio de oreja

Usted piensa, amigo lector, que se trata de ser un "correveidile" del jefe o del patrón, una especie de espía. El oficio de oreja se refiere a escuchar las dudas, incertidumbres, contradicciones y deseos de todas las que acuden a mí, para desahogar sus penas. Ellas derraman con toda confianza lo que sienten y que las tiene enredadas en una maraña de intrincados senderos; no las dejan tomar un rumbo con total convicción, ni logran su norte cuando intentan desembarazarse de la soledad. Y piden consejo.

Grité en el aulladero como le decíamos a la vieja caballeiza donde dormía Capitán hasta que lo robaron para hacer chorizos o vender la carne del equino en los suburbios de la ciudad la cuestión es que grité hasta que la voz se quebró y las lágrimas se secaron como se seca el aljibe de una tapera y de las napas del desierto todo eso pasó después que reaccioné le falta sal dijo y empujó el plato caliente dejó la servilleta retiró la silla en un silencio gélido esta vez la última que dijo le falta sal no lo soporté más porque habían sido tantos los almuerzos y tantas las cenas en que había callado y con una mueca triste había recompuesto la comido un poco de sal un toque de canela al postre más condimento a la tortilla tantas veces que estrellé un plato contra el ventanal y vacié la cacerola en el tacho de residuos orgánicos para el compost se oyó un portazo brutal y cayeron de los estantes los potes de cerámica las velas de buenos augurios y casi toda mi energía, con el resto salí corriendo...

Ya hice lo que tenía que hacer desde que presentí que las cosas no andaban tan bien aburrida me dijo formal y estructurada me dijo no quiero sexo con él y mi amiga la morocha que a él lo seduce ni espiar tras las cortinas las cabriolas de parejas en la cama Isla de los micos un mico me siento en la selva amazónica lujuriosamente sola dándome la calma que necesito mis manos fluyen suaves por mis pechos redondos sobre mis muslos cálidos y sedosos mientras miro reposar las flores flotantes lentejas nenúfares que fluyen lentas sobre las aguas infectadas de caimanes negros que me observan con ojos fluorescentes los dientes afilados salen de sus bocazas me persiguen pero creo que sólo bostezan porque soy aburrida y no quiero nada más el que me mancilló tanto como una vez cuando... no quiero hablar más porque ahora veo que la laguna se estremece cuando los animales saltan muerden se sacuden se disputan un brazo y otros atacan una mano la cabeza ya ha sido desprendida del planazo de una cola portentosa aunque desde la maleza está mi cabeza tirada contemplo con mis propios ojos cómo finalmente las aguas se aquietan...

Besos dulces le dí unos besos cuando subíamos los peldaños tenebrosos de paredes descascaradas el ascensor no funcionaba como cuando una vez se cortó la luz y salí a ver qué había sucedido entonces me encontré con el vecino que había bajado hacia la vereda oscura y lo tomé del brazo para que me protegiera de la noche y del miedo y un ramalazo eléctrico me sacudió como cuando no pude contenerme y me arrimé al sillón donde dormía el primo de mi amiga que había llegado a la ciudad para casarse al día siguiente me había gustado tanto su sonrisa cuando me ayudó a acarrear las bolsas del supermercado y yo tenía que acariciarlo vino rojo que me impulsa a apretarme a un cuerpo desolado de un tango tristón y sensual tajo de la falda de milonguita escote profundo que deja ver mis senos pequeños pedigüeños a los que acuden las manos callosas del viudo reciente otra vez besos tiernos a las encías desdentadas del vejete mirón de glúteos fláccidos que dan lástima...

Estoy en baja deprimida sin apetito sin billete nostalgia del amor que ya se fue felpa de la añoranza del mar de linos florecidos de mi infancia y trigales mecidos por la brisa del viento norte hago cuartetas metáforas de angustia y turbias lágrimas mojan las mejillas desteñidas fluyen constantes regulares sobre el cuello y la remera hasta mojarla agua de borrajas el pincel se humedece y la acuarela no logra reflejar la luz difusa del ocaso tras los rascacielos negros que devoran a las sombras que ya cubren como un tul de luto y lloro perlas en el desierto...

Me MORIA si no me llamabas escribió y las letras bailoteaban en el celular la distancia hace difícil la comunicación y yo vi esas mayúsculas sin acento y me enojé ahora tiene otra que se llama Moria y ni siquiera se toma el trabajo de disimular el muy desgraciado comedia de enredos que más bien es un drama que me encuentra arrollada como un feto en las aguas amnióticas de una vigilia que nunca acaba que engrosa mis párpados que aprieta mi pecho que estreangula mi garganta o tal vez volvió con su mujer ya amanece porque el zorzal canta en mi ventana ya está decidido hasta que no me envíe escaneada el acta de divorcio en el futuro no atenderé sus llamados pero no dejo de extrañar su risa los brazos protectores e impúdicos y quiero manipular el reloj para acercar los momentos del reencuentro...

Desde que se fue y lo perseguí con escafandra y oxígeno como un buzo entre los corales y los huecos donde hab itan barracudas y anémonas de mar ya no busco a tientas la piel rugos o peluda o tersa que se palpa que se recorre con besos con labios con dientes con manos ahora la pantalla del monitor me devuelve y me conformo con la imagen desnuda del amigo de la red social que busca desesperadamente y con sudor el instante de una primavera fugaz que explote por el ciber-espacio...

Mi abogado me dijo que ahora él está en un asilo desde que lo sacaron por la fuerza de la casa que era nuestra y que él se negaba a abandonar porque había que vender ese bien ganancial y terminar con los papeles del divorcio pero ese día las llamas empezaron a asomar por las ventanas que dan al sur y un ruido ensordecedor de estruendos salía entre las bocanadas de humo negro ahora dicen que le dan permiso para salir del hospicio y yo temo que vuelva a instalarse entre las paredes desnudas de la casa mirando el cielo con ojos despavoridos desquiciados desalmados entre los tirantes quemados y la chimenea que no arrulla los leños del hogar dulce hogar que antes era...

Tu amigo me prometió que me iba a presentar a un colega del hospital y yo me preparé con mis mejores ropas hasta fui a la peluquería me hice las manos y retoqué las uñas de los pies y los juanetes hasta me dieron masajes con piedras calientes fui a la cita pero el fulano era un maniático que quería sólo amor físico sexo contra-natura y sesiones de sadomasoquismo corrí corrí por los pasillos que dan a la morgue y a los grandes recipientes con desechos patológicos mientras el ulular de la ambulancia traía al acuchillado habitual de las grescas callejeras olvidé el corpiño y los zapatos y no puedo olvidar esos ojos libidinosos y las correas entrelazadas en sus dedos mugrosos... o seré frígida me pregunto...
Cuando le señalé dónde estaba él a una amiga que no lo conocía y le dije es aquel que parece un cieguito ése fue el momento en que me dije no va más si parece un viejito y sin embargo tiene diez años menos que yo vamos al cine le pregunto y no hace mucho frío vamos a cenar a ese restaurante nuevo no porque sale muy caro vamos a bailar no porque estoy cansado estoy aburrida de hacer el amor siempre yo abajo mirando las manchas del cielo raso hay una telaraña que va desde la lámpara hacia el placard y la araña se balancea tendré que pasar el plumero y él arriba sacudiendo su triste figura en la misma frecuencia y la exacta intensidad son cinco o seis no mas empujoncitos sun empeñón aquella mancha que parecía un angelito mofletudo y culón otra embestida se ha transformado en la fumarola de un volcán en erupción tercer sacudón apareció una mancha nueva parece una mariposa y se va la cuarta yo doy unos grititos para acompañar y después llegó la quinta embestida buenas noches querida y quedamos espalda contra espalda como dos siameses unidos por las dorsales y yo no tengo frío entonces imagino paisajes tropicales aguas cálidas y pececitos de colores hasta que sobreviene el sueño y la monotonía de los días siguientes iguales...

¡Con razón los psicólogos suelen tomar unas largas vacaciones para desentenderse de la psiquis atribulada de sus pacientes! Hasta ellos se equivocan al decidir el lugar más apropiado para el descanso. Suelen concurrir a espacios abiertos de mar y de playa, pero como la obra social del colegio de psicólogos ofrece alojamiento y servicios a precios convenientes, no pueden descansar como desearan y, por el contrario, allí se encuentran los colegas. Unas jóvenes de rulos ensortijados, ropas desprejuiciadas y gesto aprendido de intelectuales. Unos barbados indiviuos que esconden sus desdvelos tras gruesos anteojos que no logran, sin embargo, hacer ver el camino que han de sugerir. Otras son mujeres de rostro cruzado de líneas compungidas de expresión que delatan mucha teoría freudiana por aquí, concepciones nuevas de Lacan por acá, estudios piagetianos por allá, sin desdeñar estrategias de desmanicomialización, textos en boga de sanación orientalista, ni libros de autoayuda. Y ahí están, bronceándose en las playas; mientras dialogan de profesional a profesional, cuentan casos, piden opinión e interconsulta. Unos se reúnen cada mañana a practicar ejercicios de Tai Chi Chuan o de respiración conciente al rumor de las olas. Otros prefieren meditaciones en solitario con postura de yoga, mas, deduzco, sólo arriban a occidentales reflexiones en las costas bonaerenses.
En este punto querría desarrollar una hipótesis que cada vez me convence más: "El escuchador apabullado y sorprendido en las sucesivas sesiones de cuarenta minutos, va quedándose paulatinamente sordo". La comprobación científica llegará más tarde y sin necesidad de refutar. Le aseguro, estimado lector, que no será una falaz justificación, ni un silogismo. Esto me recuerda a aquel asistente del científico que procedió a interrumpir el camino negro de las hormigas hacia el hormiguero, con la intención de jugar con su laboriososandar. Había escrito en su cuaderno de notas: "Cuando a la hormiga le vamos cortando las patas, se queda ciega".
Y yo, que no soy psicóloga, pero oficio de oreja, estoy por corroborar la hipótesis enunciada, mientras me aprieto la oreja derecha, meto el dedo para sacar un poquito de cera, echo una gotita de alcohol boricado, la palpo rítmicamente con la intención de destapar, salto repetidamente sobre el pie derecho y me atormenta cada vez más el zumbido. Pido un turno con un otorrinolaringólogo.
-El jueves a las cinco... traiga una orden de consulta de su obra social y debe pagar un plus por el lavaje de cerúmen, en caso de ser necesario.

lunes, 18 de marzo de 2013

La dama del 4º piso

Hoy la señora está compungida. Los eventos del día después por la mañana, no han conseguido lavar sus penas. Mira con displicencia desde el ventanal de su cuarto. El sol va escondiéndose tras los ceros, como si un vino tinto se derramara sobre la ciudad, la emborrachara de rosas y violetas y tiñera de rojo las aguas quietas del lago.
Noches atrás había visto la luna llena y romántica. El insomnio la desveló y había alcanzado a verla más empequeñecida, esa misma luna escondiéndose, mientras engullía  los bombones de sabores sutiles, cuando se quedó sola. Almendras, menta, mascarpone, pasa, café, frutos del bosque, en pequeños mordiscos.Ahora tiene jaqueca; tal vez le han caído mal, porque iba comiendo despacito cada trozo de chocolate, enroscando sus piernas largas contra el pecho, como para abrazar el vacío de su soledad. Las lágrimas que caían límpidas por sus mejillas, no eran salobres. Ella pensaba, cuando la migraña le daba punzadas agudas en las sienes, que el chocolate iba a quitarle el amargor, que hace un tiempo, durante el duelo, la viene acompañando.
Quiere gritar y su voz se ahoga hundiéndose en las profundidades del alma. La viudez reciente, el olor a medicamentos que aún permanecía en la antigua casa, el aullido persistente del perro guardián, el tablero de dibujo de su marido, los trajes, los zapatos, las camisas, las corbatas... tendré que hacer una feria de garage, piensa... Todo eso la decidió a cambiar de casa y de vida. Le parece mejor que no salga el alarido lastimero, porque los del consorcio le han dicho que es una comunidad de señores y señoras mayores, que quieren vivir la paz del hogar, sin sobresaltos. El grito finalmente fue expulsado, pero las alfombras mullidas absorbieron todos los sonidos. ni las paredes casi desnudas, la acompañaron con el eco.
Había instalado sillones de varios cuerpos y sillas monacales en todos los rincones, para llenar el vacío de la sala. Todavía tienen que traer el aparador y los estantes de la biblioteca. Los libros están cubriendo todo el piso del estudio y entre los CDs asoma la caja del exprimidor, que estaba buscando. La languidez de sus tripas le anuncia el preámbulo de un mareo. Y el chico de los mandados no ha vuelto todavía. Quizás los sándwiches que encargó aún no están preparados. A ella le gustan los surtidos de cuatro quesos, los de morrón y aceitunas y los agridulces. ¡Qué hambre! La resaca la atormenta; ni el aceite de romero que acaba de pasarse tras las orejas y en las aletas de la nariz, hacen efecto.
Había comenzado la función de la inauguración de su piso nuevo. Se abría el telón. Políticos equilibristas en la cresta de la ola. Periodistas de los medios oficialistas. Psicólogos sociales. Esposas de los amigos, de largo y enjoyadas. Fotógrafos de las notas sociales. Profesora de yoga. Advenedizos y gays. Todos departen en correcta solemnidad. Acicalados y perfumados se buscan en los pequeños grupos y se encuentran, como si cada uno tuviera dificultades para encontrarse a sí mismos.
La reina de la reunión, la dueña de casa, va acercándose alternativamente a un grupo y a otro. Por momentos, la parte cómica de su máscara, ríe con desenfado. Por momentos, la parte dramática de su máscara, se ensombrece. Luego, la mueca de la risa o la de su pesar se distiende. Se apoltrona en su sillón preferido para enroscarse un mechón de su cabello rubio, mientras la profesora de esfero-dinamia halaga su vestido nuevo; negro, entallado en las caderas, tiene un escote profundo por la espalda que le llega casi hasta el coxis.
Los invitados toman con delicadeza bocaditos salados, exquisiteces de vernissage y el vino de pura cepa y añejo va escanciándose con moderación. Unos pocos, en el balcón, fuman entrecerrando los ojos tras la nieb la de sus sueños y del humo. Otros conversan con la mujer que los seduce con su charla. Su voz un poco ronca tiene entonadas vibraciones; la seda traslúcida deja entrever la abundancia de sus carnes. Joyas de plata peruan, según dijo ella, enredan su cuello; en sus dedos ansiosos y gordos, anillos también de plata y en la oreja izquierda se hilvanan pequeñas piedrecillas de lapislázuli, su piedra preferida, la de la comunicación.
A la hora de los postres el debate ya ha subido de tono y la moderación ha trocado en osadía. Las copas de vino espumante o de whisky tintinean al calor de las opiniones, las risas y el desenfreno. La chica del balcón ya ha elegido compañero y se retira del brazo de un señor apuesto de gestos estudiados y cuerpo atlético. Ahora, con suaves toques, la guía por la cintura. La pareja de homosexuales se escabulle sin disimulo hacia el cuarto de huéspedes. Poco a poco los visitantes se van, esquivando platos sucios, vasos manchados de carmín, botellas dispersas y se despiden entre saludos y bostezos.
Desde el sillón-diván ella ha dormido unos minutos y repasa las tareas que debe completar. La nota de crítica literaria para el diario está sin terminar. El "señor módulo", como ella le dice, no ha logrado avanzar. La semana próxima deberá dictar las clases en la universidad, aunque tiene en mente el tema a desarrollar, no consigue dar con la estrategia correcta. "Etiología y progresión de los estilos literarios". No encuentra el texto que dará apoyatura a sus argumentaciones y el técnico de computación tampoco ha venido todavía. El electricista ha prometido instalar aparatos, artefactos y enseres y el teléfono no suena, porque está desconectado.
La señora de la limpieza ha guardado prolijamente su ropa, con tanto cuidado, que ahora no encuentra ese sweater rojo que le gusta. Se ha decidio por el color de la pasión, porque imagina que el duelo ha concluido. ¿Me pongo el verde esperanza? No, mejor aquel color magenta, que dicen que es el color de la apertura y la creatividad. Toma la decisión de salir a trotar por la costanera. El viento a esta hora se ha hecho presente y le despeina la cabellera. Lástima. El peluquero de confianza había hecho un trabajo precioso. Ese aire fresco le ordena la secuencia de las imágenes y le acomoda las ideas.
De regreso, está en la puerta el chico de los mandados con el paquete de sándwiches y la señora de la limpieza recoge ya los restos del festín; ha puesto desinfectante, lo que le hace fruncir la naricita respingada a la señora del piso cuatro. Ella imagina que la asistente quiere desinfectar todo, hasta los prejuicios, hasta el cuarto de huéspedes, donde la pareja gay se ha despertado muy divertida. Cosquillas y risas se oyen tras la puerta cerrada que da al ala derecha. Ella se encierra en su dormitorio del ala izquierda, para no oler, para no escuchar, para no ver. Una ola de hastío la envuelve, blanca como un tul en baldaquino. Llegan apaciguados los sonidos de la calle y se adormece.

lunes, 4 de marzo de 2013

¡Ponte guapa, mujer!

Se contrajo en la cama, hasta reducirse a una mota de polvo. O no tanto, más bien como esa mosca negra que revolotea sobre el vaso de leche blanquísima y descremada, que había olvidado sobre la mesita de luz. Se desperezó, estiró las piernas y se alegró sin saber por qué. Brillantes nubecillas se desprenden como escamas de un cielo añil. Está clareando ya. Todavía coquetean, insistentes, las imágens que fueron recorriendo todo el espacio, en esa noche que se le fue atragantando, como si fuera el carozo de unma ciruela un tanto verde.

Una mujer de hilachas indecentes camina con desgano y ve los millones de gnomos juguetones que edifican torres frágiles, pero resplandecientes. Quiere atraparlos para contagiarse también ella de esa alegría, pero sus manos huesudas y artríticas no llegan y el castillo de sus sueños se derrumba. Ya con más decisión, ahora se abre camino por entre una inextricable maraña de ruidos chirriantes y telarañas, como el roce continuo de una tiza sobre un espejo polvoriento. Los reflejos de los coches, las calles, el bochorno citadino, todo parece cortarla en fragmentos regulares, como si anduviera entre virutas gruesas de metal. El sol le gotea en la cara, a través de las alas de su sombrero Panamá, harapiento y sucio. Ella necesita que le haga cosquillas el sol, como si una mano le acariciara la espalda jibosa, o le diera coscorrones en las ondas desgreñadas de su pelo grasiento. El ulular de una sirena que se acerca, la detiene en el borde de la acera.

Sobre el asfalto rebotan las gotas crepitantes que destellan. Una densa cortina de agua avanza hacia los transeúntes. Tapándose con el suplemento dominical abierto sobre su cabeza cana, el hombre corre atropellándose, esquivando piernas mojadas, pantalones salpicados, pies descalzos. Él sólo ve los charcos que debe sortear. Siempre inclinando la cerviz, hacia abajo, como copiando el gesto de su postura habitual, va rumiando las palabras condescendientes, esperanzadoras, pero falsas que, minutos antes, le dijera su editor. Finalmente llega al edificio de ventanas estrechas. Cuando abre, una bocanada de aire caliente lo impulsa hacia atrás y le chamusca el periódico y las pestañas. Un humo negruzco, salpicado de chispas, acompaña el fragor de las hojas que sobrevuelan por toda la biblioteca, desprendiéndose de los libros, de los biblioratos, de las libretas. Como un acuario cenagoso, las volutas de humo ascienden oipalinas, pálidas y azules. Le parece oír a un agente de la Inquisición o a un ignoto dios del fuego, que repite en cada ramalazo de calor: "Despapelizar... despapelizar... despapelizar..." Afuera, la noche es un pozo de sombras en tinta china.

La inmensidad del río está brillante como una daga al fulgor de la luna. Siente el frío y la humedad del amanecer, hasta que al cruzar a la otra vereda, adivina que el sol pronto vencerá a la niebla, que aún persiste, y se queda, pegajosa, en las paredes, en las manos, en las ropas. El aire está caldeado, lleno de presagios, de incertidumbres, de vibraciones y de humo. El alba color limón, por el este, inunda las calles y destroza los bloques de sombras entre los edificios. Puede ver ahora, que el óxido es un enemigo peligroso que carcome, en silencio, y termina debilitando cada viga, cada columna, cada portal. Una joven demacrada, con ojos de acero ribeteados de un rímel confuso, una boca desdeñosa y de carmín borroneado y una nariz afilada, desciende a trompicones por la calle desierta, con los tacones en una mano. El sol, ya sin timidez, anuncia su presencia rotunda. Ahora la mujer está tendida en la cama envuelta en una bata descolorida. Tiene la cara lívida. Sobre una silla cuelga, fláccido, el vestido de seda color esmeralda, tachonado de lentejuelas. Sobre la alfombra, el corpiño, la tanga y el antifaz.

Se incorporó de un salto y el espejo le devolvió un rostro plácido. Unos ojos azules casi gris de océano profundo, anticiparon una sonrisa de labios breves. Luego la interrogó.
-¿Si te dedicaras a quedarte un instante quieta y sola, como ahora?
-¿Si te abrazaras fuerte las rodillas contra el pecho para sentir que te quieres y te admiras?
-¿Si dejaras des cudriñarte esas líneas de expresión, o las señas indelebles que contornean tu mirada, o ese rictos a cada lado de tus labios, y en cambio, pudieras amar cada segmento de tu piel?
El espejo prosiguió afirmando. No eres esa mosca negra y repugnante que zumba en tu entorno. Eres grande en tu dicha, fuerte y de firmes trazos convincentes, de mandíbula intrépida y lo que es mejor aún, de tus labios delgados pueden salir palabras maravillosas. Palabras suaves, para arrullar. Palabras dulces, para enamorar. Palabras impertinentes, para exigir. Palabras nuevas, para sorprender...
Abandonó el toillete y el espejo. Se decidió. Un solero de colores tenues, unas sandalias sencillas, un toque de color a sus labios y sus mejillas y -¡El mundo está para ser conquistado! -se dijo.
-¡Ponte guapa, mujer! Si estás más sana que una manzana -cuando de un palmetazo aplastó a la mosca cargosa, le pareció escuchar la voz de su amigo, desde Salamanca, y partió.
Iba concentrada en dilucidar la semiología de esos sueños tan extraños. Una mujer degradada, quien se ha pasado la juventud persiguiendo sueños de castillos que armó en el aire. Otra mujer joven que construye su vida, yendo a acontramano en la ficción de las noches y duerme sola. Un escritor fracasado que no ha logrado enderezar ni columna, ni rumbo. Semántica de los sueños incumplidos, agua que lava las heridas del alma y de la niebla, que el sol vence, el calor derrite y el fuego destrulle. Individuos que se quedan al borde del camino.
El sendero de la plaza era amable, rayado por la luz del sol y por las sombras de los tilos. Una borrachera de perfume de violetas, no le impidió percibir que los ojos voraces de un marinero recién llegado a puerto, se le pegaron en su cuello, en sus muslos, en sus caderas. Un anciano sentado en un banco de piedra, la saludó con cortesía. Los volados del vestido se ceñían a sus piernas. Siguió con su andar cadencioso, hasta qeu vio, de frente, a un muchacho que se acercaba sonriente, a su encuentro. Dos como como dos tizones encendidos le sonreían bajo sus pobladas cejas. Una prppuesta de labios genrosos, alcanzó a oír en medio de una perturbadora emoción. Él se puso a su lado.
-¿Caminamos juntos?