lunes, 25 de febrero de 2013

Vibrantes, amarillas, opacas...

En la mesa está levándose la masa para las tortas fritas. Hoy los chicos conversan sobre las fotos que han subido a la red. Les había pedido ayuda, por mi inexperiencia en esas cuestiones de la informática
-Recién subí la del salto en la pista de bici-cross. ¡Muy buena!
-Yo compartí las de "sandboard" en las dunas Mar de las Pampas. ¿Las vieron?
El tema es que la era digital no encaja con quienes nacimos en otra época, como los abuelos, los bisabuelos y demás que vivieron mucho antes. El aroma de las tortas friéndose invita al diálogo, como el mate que circula de mano en mano.
-Mi abuela Margarita tenía una caja de té, donde guardaba sus pocos recuerdos. Fotos amarillentas de ribetes blancos desgastados. El abuelo José, parado al lado de la nona, apoya el brazo en su hombro. Frente altiva y bigotes retorcidos como manubrios de bicicleta. Ella, con tocado de flores silvestres y vestido oscuro, pero con la felicidad irradiando en el rostro. La foto de casamiento era por los finales del siglo XIX.
-En una caja de cartón se guardaban las fotos de la famila en la casa de la tía solterona, que murió hace unos años. Ella quería retener las imágenes de sus sobrinos a medida que crecían, como un tesoro que iría a reemplazar a los hijos que no tuvo. Imágenes de color, aunque estáticas, con posturas, gestos y sonrisas preparadas, como para mostrar a todos que el tiempo no pasaba.
-Me contó mi viejo que... -Ariel se apura a deglutir una torta frita gorda y crujiente -antes la gente iba al local del fotógrafo para fijar un recuerdo. En un cuartito con fondo celeste, quien se retrataba, se sentaba muy firme frente al fotógrafo, que se escondía detrás del trípode, tapándose con un paño negro. La magia se resolvía un tiempo después de revelar. ¡Qué distinto era eso! Todavía no lo entiendo.
-Claro, las máquinas personales aparecieron mucho después -dije extendiendo un mate a la ronda, y recordé -Antes de que me corten el cabello ondulado que llevaba hasta la cintura, me fotografiaron. Lucía un vestido de organza blanco. La pose frente a la cámara era la de una bailarina de danzas clásicas, extendiendo el vestido hacia ambos lados; los zapatitos eran de charol blanco y usaba zoquetes al tono. Yo tendría unos ocho años.
-¿Y no le decían "Los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor, y el vecinito de enfrente, me tiene loco de amor" -los más antiguos rieron al recordar esos versos.
-Cuando pasé la comunión -Mirta se incorpora a la conversación -lo que más me importaba era el vestido. Lo había confeccionado una modista para esa ocasión tan especial. Plumetèe en el torso y falda blanca con alforzas en la última franja del ruedo. ¡Qué linda estaba con el libro de oraciones con tapas de nácar y el rosario entre los dedos! Una estampa de puro candor e inocencia. Las monjas me mandaron al final de los reclinatorios, porque mi compañera se empeñaba en poner su vestido encima del mío. No iba a permitir que lo arruguaran. Mientras, la misa de comunión continuaba con total normalidad... Ésas las guardo en el álbum familiar.
-Después aparecieron las cámaras que imprimían al instante. ¿Se acuerdan? Papel grueso a todo color y plastificado -Alberto agrega con un dejo de nostalgia -Tenemos varias de nuestro viaje de bodas. -Sé que no continuó, porque su vista estaba nublándose al recordar a su esposa joven, radiante de vitalidad.
-¡A que no tienen fotos de su noche de bodas! Ahora hay expertos en eso y después suben las tomas a la red. Les dicen "voigers" o algo así. Son los mirones- Qué insolente ese chico, pensé.
-¡No!, por supuesto que no. Siempre guardamos nuestra intimidad para nosotros dos, nada más.
-En el colegio usamos esa estrategia para escrachar a los profesores truchos, ¿saben? Así conseguimos, con suerte, que los expulsen. O sino, nos dedicamos a desarmar parejas, como la de Paty besándose en el patio trasero de la escuela, con el negro, que no era su novio -Bautista congeló sus carcajadas al ver la cara de Matías. Había metido la pata, y se calló.
-Pienso que eso está muy mal. No es comunicación; no es información, eso de andar compartiendo con todo público las cosas personales de una relación. ¿No lo creen así?
-A veces se hace justicia. Por ejemplo, cuando se subió la foto de la "preceptora hot" con el pibe de 5º. ¡Qué prueba fenomenal! Los dos encuerados encima del escritorio de preceptoría. Claro, eso era en un día sin clases... No sé cómo consiguieron las llaves de la escuela. Dicen que la mujer renunció y se fue de la ciudad.
-Volviendo muy atrás, me contaba mi abuelo que una vecina viejita ya, doña Magdalena, siempre estaba mirando las fotos que le enviaban por barco los parientes de Piamonte. Sus hermanos estaban creciendo. Atrás, las uvas maduras, en blanco y negro -Anibal devuelve el mate ya lavado y continúa -dicen que la viejita  fumaba en pipa, y cuando le encendían el televisor para que se entretenga, ella tiraba la pipa detrás del sillón. ¡No vaya a ser que los de la tele la vieran fumando!
-Yo tenía una cámara bastante sofisticada para la época. Era una que sacaba fotos debajo del agua. A mi mujer le gustaba buscar almejas en el fondo del lago transparente. Creo que era el Correntoso. Parecía una sirena contrastando con el fondo esmeralda de las aguas. Tenía rollo, por supuesto. Aún la conservo. No hace mucho llevé a revelar otras fotos. Me miraron como si fuera un personaje de otro siglo y me dijeron que tardarían una semana.
Los mates se han terminado, de las tortas fritas sólo queda el papel engrasado en la fuente solitaria y la torta de manzanas recién sacada del horno, ha tenido un éxito rotundo.
-¿Qué les parece si captureamos este momento a la manera antigua? Quietos, sonrientes y abrazados. ¿Quién saca la foto? 
Allí están todos. Arriba, de izquierda a derecha, el abuelo Alberto, Mirta, la tía de mi cuñada, el tío Venancio, Anita, la vecina que trajo la torta de manzanas, y yo, la que sostiene el mate y una torta frita mordisqueada. Debajo, en cuclillas: Aníbal, el del flequillo rebelde que sopla hacia arriba para despejar los ojos, Ariel, el pícaro y desaforado, Bautista, mi nieto, el que me enseña a usar la computadora y Matías, el "sandboardista"..
Mate que convoca, mate de la amistad.

miércoles, 13 de febrero de 2013

El velorio del chancho

Recostado en uno de los senderos del bosque, veo la boveda enramada que apenas deja ver el azul del cielo. El canto de las aguas libres de un arroyo va cayendo por la "Cascada de los novios". Germinal follaje de flores y semillas.
Hoy conocí la selva valdiviana, tal como la imaginaba al leer al gran poeta chileno. Un mágico canelo aquí, nalcas de hojas inmensas por allá. Me parece escuchar la voz grave y cansina de don Pablo. Coihues milenarios, cañas en profusión, helechos gigantes, hortensias azuladas, lianas, copihues y enredaderas dan frescura al bosque puro y umbrío.
Llegué allí después de la festividad en Pilmaiquén, en la X Región. Doña Clorinda y su esposo nos acompañaron hasta la salida y aconsejaron descansar antes de emprender el viaje hacia el paso fronterizo. Alegría, embriaguez, comilona, música y bailes fueron dando paso a los corridos nostálgicos de amores truncos y de fervor patriótico.
Vuelven ahora a mi mente un poco abotargada, las imágenes vividas en ese largo día.
-Hoy, gran evento en Pilmaiquén, "El velorio del chancho" -propala la radio regional que escuchamos en el camino de regreso.
-¿Qué será eso? -nos preguntamos riendo.
-A partir de las 12, usted, amigo compatriota, y usted, amigo del país vecino, podrá degustar no sólo un rico puerco asado, sino también, cordero al palo.
El volcán Osorno nos vigila con su blanco penacho apagado y silencioso, que se destaca en la distancia, como invitándonos a la fiesta de la población.
-Esto que estamos trnsitando ahora es la zona ganadera -vaquillas blanquinegras pastorean en el verde intenso de lomadas suaves. Campos de trigo maduro y cuadros de remolachas o plantaciones de frambuesas. Teros y bandurrias picotean con goce extremo. Cultivos prolijos conviven con las zarzamoras silvestres al costado del camino.
-Paremos aquí. Quiero descubrir "el velorio del chancho" -Al detenernos conversamos con un "huaso" chileno de gorra de lana que, tímidamente nos hacía señas para que lo llevemos al festejo popular.
-Son festividades solidarias para la población, y comilonas, po. ¿Me cachái, che argentino?
Al llegar a las cabañas de Don Sofanor nos detenemos y atravesamos a pie el soto bosque para asombrarnos al ver una larga mesa tendida, al lado de los fogones. Al parecer, están velando al chancho que se dora lentamente y despide todos sus aromas, como si el alma del chancho ya estuviera volando por las nubes regordetas, que se cuelan entre las copas enhiestas de los árboles.
La fiesta está en todo su esplendor. Un conjunto folclórico anima a los comensales. Oímos los ritmos y comenzamos a divertirnos tanto, como no lo hubiéramos siquiera pensado.
-"El calientito... Mozas y viejas lo buscan al calientito ... No hay peligro... si te invita a su cama, no hay cuidado, él "al tiro" se quedará dormido" -Risotadas y aplausos para los bailarines. Ellas, polleras floreadas con vuelos y camisas blancas con gran escote a la espalda. Los zoquetes blancos dejan ver las piernas retaconas. Las trenzas renegridas contornean los morenos rostros curtidos de mirada pícara. Ellos, de botas con taco y espuelas, zapatean frente a las mozas, revoleando los pañuelos con gesto varonil.
-Bailo pa' enamorarte, niña -dicen los cantores y ellas seducen con la gracia de sus pañuelos.
El viento comienza a hacerse notar y la bandera tricolor ondea orgullosa en lo alto del mástil.
-Como aperitivo, empecemos con un brindis, ¿qué les parece? -Doña Isabela sale de la botillería y se acerca con una bandeja repleta de "bebestibles". Vino tinto, pisco sour, chicha de manzana. Bebemos todos y se anima la fiesta.
El chancho que están velando no descansa en paz. Los hombres desenvainan sus cuchillos y ya "churrasquean" el costillar. No importa que las manos se engrasen, porque después se sigue con el cordero que también está siendo velado. No hay velas. No hay coronas de flores. Los parientes del difunto circulan y lucen sus mejores pilchas. Unas lolitas llevan una flor de amancay en el escote; las más maduras, una hortensia engarzada en la trenza; los campesinos, a estas horas ya han perdido la gorrita de lana, o llevan el sombrero aludo colgando de cualquier manera por la espalda.
Los ojos chispeantes y negros y la picardía en los gestos parecen contagiar a todos.
-Y dale... y dalle... después nos vamo'a dormir -los chilotes siguen amenizando con cuecas cada vez más pícaras.
-¡Esto está hartamente entretenido, po!
-¡Pero no seái huevón, compagre! Si has botao la cerveza...
-Para los que cumplen en febrero, bebamos hasta el final...
-¿Me acompaña, doñita, en este corrido? -un "guatón" entreverado entre el mujeraje invita a bailar.
-Para los que cumplen en mayo... -los cantores están poniéndose más alegres- Bebamos hasta el final, total, andá borracho a dormir...
Entre comida y tragos, observo. Detrás de los chilcos silvestres sale una "cabra vieja" que se acomoda el vestido y se saca los abrojos; detrás, tomándola por la cintura, un "huaso" se ajusta el sombrero y sin disimulo pega un alarido al cielo.
-¡Ay, ay, ay, ay, que está buena la fiesta!
-Ésa es la Penélope, la mujer de don Soto, que se quema las pestañas en el fogón -dice por lo bajo una campesina.
-¡Los cuernos que hai de tener! -contesta la comadre.
Un jinete de aspecto sobrio aparece detrás de la enramada y se apea. Su hidalguía impone respeto y silencio; hasta la música se detiene.
-Estái bien "cacharpeao", patrón -grita uno del montón.
-El ojo del amo engorda al ganado -un "huaso" agrega apoyado en un poste. Como respuesta, Don Evaristo Sepúlveda Iriarte, (así me dijeron que se llama) sólo pasa revista al hembraje.
-Es el dueño del fundo que tiene todas las vaquillas del entorno, desde el lago Puyehue hasta Entrelagos -me comenta la anfitriona.
El patrón se florea con camisa blanca, chaleco de lana, pantalones negros, faja mapuche, rigurosas botas con taco y espuelas y sombrero chato de ala corta. Luego, y sin mediar palabra, elige una "cabra chica" y la carga en ancas en su alazán. El flete caracolea entre los matorrales y una "guagua" mocosa llora con desconsuelo.
-Dicen que en cada fiesta se lleva la moza más guapa pa'l caserón del fundo -cuentan y entre risas agregan- Se comenta que desde que quedó viudo, consume el "viagra mapuche" y otros productos naturales que compra en Osorno.
La música vuelve a sonar. Algunos ya duermen a la orilla del lago. Dos "cumpas" se ayudan en mutua solidaridad, abrazados a sendos porrones de cerveza "Cristal".
El chillido de un pájaro que no veo entre el follaje de un ulmo florecido, me sobresalta e interrumpe la ensoñación.
-¡Vámonos ya, que pronto cerrarán la aduana. Antes de las 20 tenemos que pasar!.

lunes, 4 de febrero de 2013

Mujeres con faro

Ímpetu de olas que chocan contra las rocas; salvajes, golpean en las pilastras antiguas del faro. Llego hasta allí porque la melancolía del viento arrastró mi globo rojo hacia esas soledades. No sé cuál es ese lugar. Hay un faro imponente, puede ser en las costas de Sumatra, o en el mar de las Antillas, o simplemente el faro Querandí de las costas argentinas; creo que es ése, que ya no custodia a las tribus de las pampas bonaerenses.
Todo faro tiene la función de proteger a los navegantes, pero me temo que hoy las señales luminosas están para guiar las voces que salen entrecortadas por el rumor del viento. Llegan confusas y se entremezclan como las olas, que se destrozan en la playa.
-Hoy ví el Paraíso. Es precioso y en ese marco estuve con mis muertos, mi esposo viejito, que me llamaba y se lo veía feliz. También estuve con Gerardo, mi hijo, que me abandonó sin permiso. Los traje hasta aquí y nos prometimos regresar al Paraíso, juntos los tres... porque ya me queda poco tiempo...
No hay nada más bello que un velero solitario que cabecea con gracia surcando el mar en silencio. A babor, una isla verde camaleón, y a estribor, un islote pequeño de rocas.
-No soy capaz de comprender a quienes me rodean. Hay una óptica diferente y creo que ya llegué a la cuarta dimensión; los otros únicamente ven lo que pueden papar, como si fueran científicos que deben justificar sus teorías, para no ser refutadas. Muy pocos pueden imaginar un escenario complejo; otros han perdido su capacidad de asombro y el soñar no figura entre sus planes. En la dimensión en que me encuentro, es posible lograr la paz interior, porque ya he conseguido la felicidad, puedo ejercitarla por períodos breves y aspiro a la longevidad y a la salud. Puede decirse que éstas son las condiciones óptimas, pero...
-Estás muy sola... juega conmigo, que también estoy solo -un delfín rosado la saluda dando saltos proidigiosos. Vino de las aguas dulces y turbias del Amazonas, ha tenido una ruptura amorosa con su pareja, lo presiento. El juego se prolonga por horas, sin lograr hacer amistad con esa voz. En cada giro de las luces reaparece, después se hace inaudible.
Las aguas de la bahía, por estas horas, se muestran apacibles. Una tenue bruma se levanta de la superficie y confunde los contornos de las islas que se pierden, apenas entrecierro los ojos.
-¿Por aquí pasa el micro-bus? -la mujer desquiciada o sonámbula le pregunta a las puertas del placard.
-Mamá, andá a dormir. Que descanses -la hija la acompaña hasta su lecho. Ruedan sobre la alfombra los frascos de calmantes y comprimidos de los colores más diversos. Después coloca el pasador en la puerta de salida, empuja un sillón y retira la llave.
Recuerdo que por la zona de las islas, las aguas suelen ser peligrosísimas, a causa de las corrientes encontradas, que emprenden una lucha sin cuartel, hasta estrellarse sin que haya vencedores.
-¿Qué hace, señora, a estas horas y sin compañía? -el taxista se detiene.
-Pregunte por quien preguntes, y a tí, qué se te importa? -recapacita y luego confirma -Estoy esperando que abran las puertas de la iglesia. Tengo que confesarme y darme la absolución. Pero lo haré frente a la imagen de la virgen; al cura ése no le tengo confianza.
Una embarcación menor echa anclas en el fondo de la península.
-Madre, volvamos a casa. Esa no es la iglesia, es la capilla ardiente que recuerda a los cuatro muchachos ebrios que murieron al costado de la ruta, lo sabes. Vamos, de prisa.
Voces, comedia de enredos, entuertos y confusiones. Todo gira en el tope del faro y me alejo. Quiero descender hasta los grandes bloques de piedra. No se oyen las voces milenarias de la isla de Pascua, porque los tótems no dialogan, aunque por momentos, llegan hasta mí los ritmos y sonidos de las danzas tribales, los Rapa Nui.
La frescura de las paredes húmedas con olor a mar y a resaca, me devuelven el silencio; sólo escucho el bramido del océano en salvaje osadía. Por instantes, vienen del poniente conversaciones en dialecto maorí, creo.
-¡Señorita, despierte! -el farero me sacude y no sé quién  soy -Parecía usted un murciélago durmiendo en la oscuridad. -Desenredo mis brazos, que mantenía asidos a la escalera de hierro oxidado  y veo que me he dormido en la altísima torre del faro. Ahora puedo distinguir sus rasgos. Alto, robusto, de tez morena y sospecho que es un descendiente de los querandíes que se transformó en sedentario y misántropo.
-¡Retírese usted aquí, y llévese ese globo rojo, por favor!