lunes, 18 de noviembre de 2013

Cápsulas de energía

A la Comisión directiva del
Club Libertad:
                                             No tengo el agrado de dirigirme a Uds., aunque me veo obligada a hacerlo por los motivos que a continuación detallo:
                                                                   
Me pregunto si la edad es una limitante, si los adultos mayores ya deben ser reemplazados al no poder ser reciclados en otro objeto de uso cotidiano.

                                          Como Uds. sabrán, durante el fin de semana pasado sehan realizado competencias de natación a nivel provincial. Si bien he sido nadadora federada durante tantos años, en esta oportunidad se me ha aconsejado muy gentilmente, no participar en la categoría veteranas, por cuanto no ha habido inscripción de mujeres para competir.


 ¿Cuál es la medida? ¿Qué políticas lleva adelante el club y la federación, respecto del cuidado del cuerpo y de la mente? ¿En este ritmo acelerado en que vivimos, no hay que perder el tiempo? ¿Los viejos significan una pérdida de tiempo?
                                     
                                              Sin embargo, estuve presente durante el evento como espectadora, admirando a los niños y a los jóvenes en el cultivo de su cuerpo y de la sana camaradería.

Tiempo y sueño reparador... el zorzal en mi ventana me llama esta mañana, porque hay que disfrutar del día; el aleteo de un picaflor acaricia el terciopelo ajado de mis mejillas; un mangangá gordo ronronea sobre mis cejas y la sombra de mis pestañas abre una mirada azul hacia un horizonte también azul, que momentos antes ha dibujado un arcoiris hacia el oeste.

                                                 Seguiré apoyando a los jóvenes entrenadores que son maestros para modelar como la arcilla las mentes y los cuerpos, así como mi profesor me formó, y lo admiro.

Y allá voy, más tarde entre las flores frutales de la mañana y gozo de la vida, y sigo haciendo pie. Repaso la rutina indicada: cuatrocientos metros espalda, cien metros tabla, doscientos metros mariposa por parejas... A las siete en punto, piques y cronómetro.

                                                      Sin otro particular, no obstante, los saludo Atte., porque sé que esta disciplina, la natación, colaborará en elevar la autoestima, en moldear el carácter y la voluntad, así como mantener la salud de todos aquellos que se esfuerzan por el cuidado de sí mismos y de aquellos que aman.
Un silbido familiar interrumpe el sopor de la siesta, colgada en la hamaca entre el cerezo y el manzano.
-Abuela, nos anotamos para la posta americana.
-Durante una hora y media hacemos posta por 50 m. crowl cada uno y gana el equipo que complete más metros.
-Primero sale Joa, después Cande, luego vos, Agustina, mamá y de nuevo Joa...
-¡Qué te parece? Vamos a ganar!
-Mañana, a las once en punto!
 

jueves, 10 de octubre de 2013

Eternidad

Piedra burda y torpe que se desbarranca
hasta partirse,
y es geoda brillante de las eras.
Piedra acanalada, 
atada a los tientos de la historia,
que bolea las patas de los caballos cimarrones.
Piedra rústica, canto rodado
que rodó y se redondeó
a lo largo de los siglos.
Bosque petrificado,
estalactitas de las minas,
estalacnitas de los ciclos.
Piedra distraída que una vez,
hizo tropezar al caminante.
Una y otra vez,
cuando sólo miraba el horizonte lejano.
Piedra de los condenados,
que desaparecen en el fondo de las aguas.
Piedra de los senderos
que engalanan los jardines y envilecen
las miguitas que señalan el camino del terruño.
Piedra de las hondas que no perforan ruiseñores,
pero fulminan palomas y gorriones.
Piedra de una cultura, piedra de los incas.
Piedra sobre piedra de la gesta evangelizadora.
Piedra de los incas, abajo.
Piedra de los inca-paces, encima.
Piedra pepita de oro
que cuelan los afiebrados con sombrero y asoleados
en la orilla de los ríos.
Piedra eruptada del cráter,
lava candente que pule los talones y
los juanetes de las señoras.
Piedra pulida ónix, rubí, lapislázuli,
que enjoya las vitrinas de Villa Lajoyosa.
Rodocrosita y esmeralda,
ágata y turmalina
que enciende el cuello de las cortesanas,
con la plata del Perú,
los antebrazos de las presidentas,
con el oro de la ciudad perdida
y el anular de las prometidas.
Piedra souvenir del muro de Berlín.
Piedra musgosa de los castillos y las albercas.
Piedra caliza, polvo, tiza y tiempo.
Piedra lisa y laja de los cementerios.
Piedra de los museos y de los antropólogos,
algas calcificadas.
Piedra del picapedrero
que construye mausoleos y lápidas.
Piedra partida, raspador y punta de flecha
de los picaderos a la vera del río.
Piedra fundamental
de los púlpitos y los proscenios.
Piedra filosofal
que estrella
el pensamiento y las conjeturas.
Hipótesis, tesis y validaciones.
Tiemblan los científicos y los silogismos.
Piedra chiquita que molesta en mis zapatos
y entorpece el caminar.
Piedra de los vándalos sobre el puente,
que triza los parabrisas.
Piquetes de las carreteras y cubiertas humeantes.
Cristales rotos de los comercios y
vitrales de las iglesias.
Piedras minúsculas que de tanto deambular,
abonan las dunas del desierto
que el viento alisa.
Hasta hoy, la eternidad.
Ahora, he logrado quitar
el último grano de arena
de mi sandalia agujereada.


Encomienda

Perdones mil, por el contenido paupérrimo
del paquete con símbolos viajeros.
Y como buenos símbolos,
son intangibles, los malditos.
Te mandé, como ves,
todo el universo condensado:
la semilla de rosa mosqueta,
es roja y representa la vida y el amor;
la piedra, es la eternidad de las cosas;
el nudo de coihue, la enfermedad y la muerte.
Todo,
en una caja de clavos,
completamente gratis.

sábado, 21 de septiembre de 2013

¿Un ramito de violetas?

Las dos mujeres salen a conocer la ciudad. Una de ellas viste un conjunto de colores tenues, como si ese atuendo tuviera sólo un fin utilitario; la otra, por estar transcurriendo los primeros días de primavera, se ha arriesgado a lucir un vestido de falda amplia y acampanada.
Como las grandes capitales, Madrid seduce y no deja de asombrar a quienes la recorren. El sol y el calor de su gente elogian la  Puerta del Sol, repleta de personajes típicos, de vendedores insistentes, de fotógrafos junto al oso y el madroño y destacan, sobre todo, los gigantes y los cabezudos, que representan la historia de España y el espíritu de su pueblo, en los trajes de las comunidades y sus bailes. Es la fiesta de San Isidro Labrador;  en la semana celebrativa del santo de la ciudad, hay danzas, zarzuelas, verbenas, títeres y arte callejero en todos los distritos. ¿Un ramito de violetas, señoritas?
Por Preciados caminan las dos. "Boludas y boludos" by Elena Hernández, en una acera, ofrece indumentaria para jóvenes. "La colcha de tu madre", por su parte, cubrecamas, ropa de cama y por supuesto, colchas, en la acera de enfrente. Todo esto las hace pensar, como cholulas argentinas, que esos locales son propiedad de argentinos radicados en la madre patrria. Es tanta la admiración que, cuando una ráfaga imprevista desde el norte le levanta la pollera hasta taparle la cara, ella protege sus piernas con pudor. Sübitamente, después los pliegues del vestido se alzan hasta la cabeza; esta vez no hay forma de evitar la exposición.
-¡Miren, chavales, parece que Marylin Monroe camina por Preciados! - y ellas corren para mezclarse entre la multitud de la plaza.
Hay calles que aluden al verde, y hacen honor a la vida. "Verde que te quiero verde", y no está el granadino. Las acacias, Laurel, Huertas, La Montera, Hortaleza, de la Palma, Alameda. Las plazas, el Parque del Retiro, todo respira verde, donde los niños juegan, las damas pasean, los viejitos toman el sol, los españoles cautivan con su simpatía y los poetas, a cada paso, te recitan un poema desde las estatuas.
Ellas no entran allí donde las puertas se cierran, en una iglesia, en la catedral de la Almudena, ni por el Paseo de los Recoletos, donde circulan las devotas. El verde y elsol dan vida; desde casi todos los rincones parecen develarse los enigmas y los personajes que recorren Madrid, parecen emerger como fantasmas que pronto se convertirán en leyenda.
-¿Dónde es posible degustar buenos pinchos y tapas?
-Por esta zona no, es para "guiris".
Y entonces ellas van barriendo todo el espectro y buscan unos ojos negros encendidos que las acarician con sólo verlas y se sumergen en el bullicio del atardecer.Van al tapeo, donde "hay marcha" y brindan por la vida, con un vino de copa madrileño y con una caña acompañados por una bocata y un pincho de tortilla.
En La Latina les parece ver a Sabina y a Chavela Vargas con un tequila cad uno y, del brazo, auguran "que todas las noches sean noches de boda". Allá, por la calle del Desengaño, esta vez, ven o imaginan a Almodóvar con "la dama del poncho rojo" desgranando la canción de las simples cosas o tal vez "Piensa en mí", los colores vivos manifiestan una sensibilidad de pleno optimismo..."ya ves que venero tu imagen divina"" ¿son ellos? O tal vez, las creencias y las fantasías humanas "tu párvula boca que siendo tan niña"... Son ángeles y demonios con las urgencias más íntimas... "me enseñó a pecar". En un instante se desengañan. No son ellos y les parece oír unos tacones lejanos que desafían a las sensaciones por sobre las razones.
Pasan de Malasaña a La Chueca y las banderas del arco iris flamean con descaro. Concha Buika está cantando "El último trago" que recuerda también ahí a la Chavela que se tiró el último tequila y decidió morir. Su alma sobrevuela en el ambiente y lleva a la Frida Kahlo de sus desveos, tomada de la mano, por la Puerta del Angel.
Los bares de flamenco y los tablaos están todavía adormecidos. Descansan para florecer con todo el salero y la altivez. Pero en el Teatro del Rialto, el ballet nacional flamenco presenta la ópera "Carmen", que no se la van a perder. En Madrid sorprenden los brotes y el aroma de las violetas. Así se renuevan los mitos, esos que brotan y renacen, como las flores en cada primavera.





domingo, 8 de septiembre de 2013

Nuevos horizontes

Ése era el nombre del vapor que surcaba el Atlántico. Una vez que el capitán hubo reunido a todos los pasajeros en el salón comedor para indicarles que en horas del mediodía arribarían a las costas argentinas, Miss O'Donnell desprendió de su corset la carta de recomendación que llevaba prendida con alfileres.
Leyó nuevamente la dirección de sus anfitriones: Flia. Zaldívar Unsué, calle de la Piedad. Un ramalazo de entusiasmo y una mezcla de coraje y rebeldía, le hizo renacer las rosáceas en sus mejillas. La travesía había sido muy larga desde que su madre la despidió en el puerto de Liverpool, hacía ya casi tres meses.
-No necesitas trabajar, Dorothy. Tu título de maestra será bienvenido en cualquier escuela de Irlanda -le había dicho su madre. Pero ella no atendió los consejos, nisiquiera tuvo piedad de su madre viuda recientemente, que quedaría sola en su país, porque eran de muy alta estima los auspicios de éxitos que le había anunciado la directora del Liceo.
-Sabe perfecto castellano y es estudiosa incansable de la América del Sud, sin contar que viven en Buenos Aires unos parientes lejanos de la rama materna. -Un argentino, Bernardino Rivadavia había acudido al Reino Unido para solicitar un empréstito y otra demanda: seleccionar maestras para abrir escuelas en la Gran Aldea, como solía decir.
Dorothy rememoró esos momentos y confirmó sus convicciones. Sus ansias de enseñar se verían satisfechas a corto plazo y nada iba a impedírselo. Se aferró los invisibles para sostener su cabellera roja, impinó su naricita llena de pecas y fue hacia una de las barandas de cubierta. Todavía no podía vislumbrar la tierra que la esperaba.
El cielo estaba encapotado y se distinguían apenas unas manchas difusas. El capitán le había dicho que en Buenos Aires todavía no había puerto, por lo que el barco anclaría a pocos kilómetros en medio del río y después unas chalupas y paquebotes trasladarían pasajeros y bártulos hacia tierra firme.
Las aguas estaban encrespadas. Parecía el mar y ese color amarronado, seguramente no sabía a sal. El Río de la Plata es un estuario. Ella había estudiado qué es ese tipo de costa y también se había informado sobre la historia del incipiente país, al que estaba llegando.
Cuando el rumor de las tareas de desembarco y el griterío de órdenes a los marineros se hizo reconocible, ella fue a su camarote; se cambió el vestido arrugado y salobre, por otro de tono beige sobre varios pollerines; se puso una camisa blanca llena de alforzas en el canesú, que se cerraba hasta el cuello; se calzó los zapatos abotinados y se colocó con primor una capotita al tono, atada en su barbilla. Guardó en el baúl las otras pertenencias, su diario de viaje y el diccionario de español. Colocó con cuidado la carta ya ajada en la carterita de pana azul, junto con los datos de arribo y la carta de recomendación de su Liceo.
Miró desde el ojo de buey las aguas turbias y se dispuso en la fila para el traslado a tierra. Parece Londres, por la bruma, pensó. Pero la humedad en ese mediodía le dijo que se equivocaba. Su cabello encrespado ornaba su carita oval llena de inquietud y sus ojos verdes buscaron a la persona que estaría esperándola.
La chalupa en la que viajaba se zangoloteaba al ritmo de los remos y en la costa ya se divisaba una muchedumbre confusa. Caminó con paso inseguro por la pasarela de madera rústica, hasta que pisó tierra. Tierra, barro y charcos. Más charcos se arremolinaban con la brisa. Miró hacia el cielo para agradecer y en ese instante, los primeros goterones la refrescaron. Una voz varonil la sacó de sus pensamientos.
-¿Señorita Dorothy? Soy el primo segundo, Salvador Zaldívar Unsué, para servirle.
-Un gusto, primo. Estoy agradecida por la recepción.
Salvador tomó el baúl en un hombro y con su brazo libre y el capotón negro, cubrió la espalda menuda de la joven. Ella se dejó llevar, a la vez que, por el rabillo del ojo, vio que el muchacho, un petimetre de la alta sociedad porteña, la observaba con curiosidad.
-¡Fuera, mocosos! ¿No se dan cuenta que nadie les dio vela en este entierro, che? -Los negritos que ofrecían los servicios de acarreo, se hicieron a un lado y relucieron más sus dientes blanquísimos en la piel oscura.
-¿Qué será eso de darle vela en este entierro? -ella iba pensando y supo que tendría mucho más que aprender todavía.
-¡Cómo me voy a florear con esta prima en las tertulias y los bailes! -iba pensando el otro.
-"Gavilanes" -Eso había dicho la tía de Argentina, que tuviera cuidado, porque muchos le iban a "arrastrar el ala". También eso iba pensando Dorothy, mientras hacía sonar los zapatones en el empedrado de la calle de la Piedad.

viernes, 26 de julio de 2013

¿Descubrimos la alegoría?

Su nombre es así, sincero y abierto, porque es amigable y adora la naturaleza, especialmente a los gatos, respeta a las personas y disfruta de los placeres simples de la vida. Sólo por eso viajó a Berna.
Había algo que lo inquietaba, como una espina enterrada en la palma de la mano, como se incrusta una sanguijuela en la planta de los pies. Me acuerdo cuando una vez se le hincó una astilla de madera, mientras trabajaba en la obra.Otra vez se le llagarfon las manos en el trabajo duro. Pero siempre resurgió, como Fénix; porque él es capaz de similares superaciones, además, de montar su caballo alado para descubrir los misterios del firmamento, e idolatrar a la luna.
Han sucedido muchos acontecimientos en su corta vida. Se sumergió en el fondo del mar, recorrió los siete mares, como Ulises, profundizó en el Hades, probó el mundo y lo degustó, se zambulló en el inframundo, y también categorizó a sus pares, jóvenes como él, hasta en el horóscopo. Y persiguió sueños, buscando que los astros logren alinearse. Se montó a una nube para recorrer y disfrutar sus fantasías, atravesó tormentas, trepó a la montaña más alta, y después cayó, hasta embrutecerse como las bestias solitarias. Agachó la cabeza y subió cincuenta escalones, bajó otros cincuenta y volvió a subir y otra vez a bajar, cuantas veces fuera necesario, dijo.
Otras veces, es un Pegasus; otras, un Prometeo que robó el fuego de los dioses y voló hasta la cima del Monte Olimpo. Franco es así, inquieto, nostálgico y curioso.
¿Por qué no hay paz en el mundo? Consultó a todos quienes podrían ayudarlo, para satisfacer esa respuesta. No lo logró, porque en este mundo tan polifacético y global, hay que considerar todas las aristas, todos los aspectos, todas las circunstancias. Consultó a Freud por esa pulsión vida-muerte, por ese impulso vital que todos tenemos y por ese ansia que nos carcome, ante la posibilidad de la muerte. Concluyó que nuestra agresión podría empujarnos hacia la guerra, pero el ímpetu del amor la evitaría.
Interpeló a los científicos, porque en muchos casos, la ciencia favorece la vida, o la prolonga, y en otros, es utilizada para el mal, como la guerra, y pensó en Hiroshima y Nagasaki. Se asombró cuando leyó un artículo que contaba la historia de cinco científicos, ganadores del Premio Nobél. Ellos donaron su esperma a un banco de sangre, y por lo menos tres mujeres, fueron inseminadas. Querían tener hijos tan lúcidos e inteligentes como los Nobél. Se dice que doce mujeres están en la lista de espera, porque quieren concebir sus hijos con esas características, pero también con cuerpos atléticos, con ojos celestes, con nariz respingada... y no se consiguen dadores.
Supo también que la ciencia está estudiando el fenómeno de la "Eugenesia" para el mejoramiento genético, o para eliminar los desórdenes patológicos, y así, iban vagando sus pensamientos, hasta que llegó a Suiza.
Recorrió Berna, se detuvo ante el reloj gigante y observó al Dios Cronos; a la hora exacta vio al oso, al bufón, al gallo de la veleta. Eran las doce del mediodía. Pasó por Kramgasse , y al llegar al número 49, ingresó. Allí estaba la casa-museo de Albert Einstein. Vio fotos familiares, reconoció a su esposa Mileva, a sus hijos, y descubrió el hogar humilde donde vivía, los muebles y los objetos más preciados, su violín. Para su sorpresa, no encontró lo que buscaba. Nada había de esas interminables epístolas entre él y Freud. Él , considerado el fundador de la concepción filosófica, moderna y científica, el creador de la teoría de la relatividad y un defensor destacado del valor de la paz en el mundo.
-¿Qué haremos para liberar al ser humano de la locura de la guerra?
-No se puede detener ni prevenir la barbarie -le contestaba la otra eminencia. Ambos, el físico y el psicólogo, no encontraron respuestas y sobrevino la guerra y otra vez, la ciencia era utilizada para el mal.
Salió del apartamento, ajustó su mochila, se encasquetó la gorra, deslizó la visera hacia un lado y bebió el agua pura de la fuente del ogro. Regresó por Kramgasse y se dirigió al centro histórico. Cruzó Bundesplatz y se encaminó hacia el río Aare. "Kaffe und kuchen". Las letras titilaban en la marquesina. Afuera, los viandantes gozaban del día espendoroso de primavera. Ninguno de ellos tenían las preocupaciones que a Franco hostigaban.
Vio cómo las familias y las madres acompañaban a sus pequeños en la plaza del ajedrez, donde los niños movían las grandes piezas. Otros reían, mientras se divertían en los juegos del parque. Las flores y los brotes nuevos se alineaban en perfecta armonía en los jardines. La vida nueva y el renacer de los tulipanes parecían competir con la belleza de los Alpes nevados, iluminados por el sol, allá a lo lejos. Se acomodó en la baranda para ver el río fluir con pacífica calma.
Ël había visto a grupos de empleados que bajaban al parque y se acomodaban en los bancos mirando el río, para compartir la comida en el receso del mediodía, o a los estudiantes y los viejitos, leer al sol.

Algo inquietó a Franco. El estaba percibiendo que una mirada escrutadora le atravesaba la espalda. Se dio vuelta con lentitud y ahí la vio. El sol, o un halo angelical resaltaba su belleza rubia. Ella bajó la vista de reflejos azules y sonrojó aún más sus cachetes colorados, cuando el muchacho la miró con esa mirada marrón café, abarcadora, que parecía desnudarla. Su amplia sonrisa seductora le decía: "No disimules, que te descubrí".
Se acercó, su ubicó a su lado, la vio comer con parsimonia y luego, porque las palabras de lenguas diferentes no tenían lugar, él la tomó de la mano y partieron. Los senderos inundados de sol los acompañaron en la travesía que iniciaban y auguraron un amor que nacía.


miércoles, 17 de julio de 2013

Mensaje a mis seguidores

Hola! Veo que muchos de mis lectores están distribuidos en buena parte del mundo. Me siguen desde mi país, Argentina, por supuesto, USA, Alemania, Rusia, España, Francia, México, Colombia, Venezuela, Rep. Dominicana, Perú, Ecuador, Venezuela, Brasil, Chile, y también del Reino Unido, Bélgica, y hasta de Singapur.
Me alegra sobremanera, aunque me gustaría comunicarme con Uds. de alguna manera, a través del blog.
Quiero contarles que hay un libro publicado el año pasado por Ed. Portilla, de Florida (USA) editado en castellano, "Mundosilvia", y que podrán verlo en Amazon.com y si les interesa, solicitarlo.
Un abrazo a todos.
            Lilián

viernes, 5 de julio de 2013

Una anémona se disculpa.

No sabía que le había hecho mal, señorita. Si bien en un principio quise lastimarla, porque había estado observando cómo, prendida a una roca, usted molestaba a mis hermanas, las anémonas. Con una piedrita alargada, o un manojo de algas, usted arrimaba eso o algún otro objeto, para ver cómo ellas cerraban sus filamentos hacia adentro, entonces se reía y disfrutaba de su picardía.
Usted estaba ahi, con su malla a rayas, nadando entre los pececitos de colores, los rayados gorditos y chatos, que eran los que más le atraían. Se hundía metiendo su mano para acariciarlos, o sino, atraía a los pequeñitos traslúcidos, con un trozo de banana. Yo la veía sonreír y alejarse a la vuelta de la caleta. Ahí estaba arrojando miguitas de pan, usted adelante y cientos de peces ángel se disputaban el botín, arremolinando las aguas transparentes.
Luego se acomodaba el snorkel, miraba desafiante a los guardias del final de la playa, y nadaba, a grandes brazadas para cruzar hasta la costa de la Puntilla. Un silbato la hizo detener, ¡uy! y yo escuchaba la amable perorata que la hizo retroceder. "No se puede cruzar ahí, señorita. Deberá cruzar con la embarcación que parte desde la punta del manglar". Ahí, entre los cangrejos y las aguas estancadas habían quedado las ojotas olvidadas en la playa y que el día anterior usted había olvidado.
Yo no quise hacerle daño, repito. La observé irse hacia la playa para hacer los ejercicios que proponía la compañia de entretenimiento, o para bailar con sus amigas debajo de las palmeras. Un baile raro, me pareció. Después supe que era el cuartetazo. Usted empezó a rascarse los dedos muy enrojecidos, hasta asustarse, cuando su mano se iba hinchando y se debilitaba su muñeca izquierda. Eso no le permitió bailar los otros ritmos en la playa.
Luego vi cómo el artesano la quiso conquistar y le ofreció bucear más allá de los manglares, entre los corales rojos, pero usted dijo que no. Seguramente imaginó que ése era un mal bicho, entre los otros bichos del Caribe. Y su mano estaba roja y no podía sacarse el anillo de coco. Yo no quise  hacerle daño, señorita, sólo quise acercarme con mis extremidades para atraerla hacia mi mar, tan transparente y seductor. Le pido disculpas, sepa usted aceptarlas. La espero una próxima vez aquí, en la playa de Barú. Me las ingeniaré para atraerla sin rozarla con mis extremidades urticantes.
-Te perdono, anémona y prometo que volveré -Despeja su oreja y no escucha más. Deposita, sobre el estante de los objetos amados, la caracola tersa, puro nácar, que Alcides, el artesano le había regalado, a cambio de la gorra blanca con visera, que tanto a él le gustaba. Supo después, que cada vez que tuviera nostalgias del Mar Caribe, arrimaría su oreja a ese caracol de la isla.
Hoy siente otra vez nostalgias, mientras ve por la ventana el caer de las primeras nieves y sale a trapar copos en su mano, en su boca y en su retina.
 



miércoles, 3 de julio de 2013

Estampas cartaginesas

Hoy es un día festivo en Cartagena de Indias. Ya anoche fue una fiesta el recorrer la ciudad amurallada en "La consentida", la chiva de la parranda. Todavía me dura la resaca, me pesan las sienes y los párpados de tanto ron y tanta algarabía. Todavía retumban en mis oídos los ritmos valletanos del baile desprejuiciado, las risas, las bocas lascivas y los dientes de marfil. Entonces decidí caminar por el barrio de Getsemaní, el bastión que los independizó del asedio español y sus rapiñas.
Es la zona bohemia de la ciudad, su arrabal. Marito, el vendedor de pan de yuca y arepas con huevo me cuenta. "Te comparo con las flores, la más verdadera, prenda de mi corazón"- voy silbando la canción.
-En estas pocas cuadras se asentaron los africanos esclavos que lograron escapar del yugo. Mi bisabuelo decía que allá, en la Calle de la Sierpe, un grupo de héroes, y mis parientes, entre otros, armaron la turbamulta que depuso, en 1811, la dominación española. Getsemaní significa barrio de la expansión, también llamado "Media luna".
Había leído que ya en 1539 aquí confluía un núcleo de población no hispana, nativos y extranjeros. Más allá de la independencia, y cuando sus países se vieron amenazados, arribaron inmigrantes libaneses,árabes, sirios y palestinos, quienes vinieron a añadir sus costumbres y el oficio de comerciar toda clase de adminículos vernáculos, y no tanto. Veo artesanos negros, descendientes de los reductos esclavos que huyeron de las plantaciones, donde eran explotados, supongo.
A esta hora de la mañana, cuando el sol aprieta y el bochorno calcina la piel y el entendimiento, la intrincada urdimbre urbana, la tramoya citadina, los tahúres, los drogadictos, los ne-revolucionarios, los poetas y los traficantes, empiezan a deambular entre los perros callejeros. Ahora están ofreciendo, trocando, fumando y riendo, con la alegría de vivir la ciudad. De las ventanas de las casas de todos los colores, las señoras sacuden y palmotean las sábanas del amor.
-¿Quién es aquélla? -pregunto y señalo hacia el callejón de Vargas.
-Ésa es la Carmelina, que vende su cuerpo a toda hora y hace pactos con el diablo -Es una mujer morena de infinitos pliegues en el rostro, aunque conserva en sus ojos la vivacidad de la raza. Adorna su cabeza con flores y frutos. El colorido de su atuendo es capaz de imitar a las mariposas de la selva, que atraen por su belleza.
Me siento en un bar del Baluarte de San José. Pido una limonoda con agua de coco y observo a un pájaro negro y bullanguero de plumas brillantes. Divertido, va de rama en rama, hasta que se acerca a una de las mesas para curiosear. Luego sacudo sus plumas en el estanque. El mozo, que ha seguido la trayectoria de mi interés, me dice que lo llaman "María Mulata", y que todos vienen desde el manglar de la Isla de Manga. Hasta le han hecho una escultura, camino a Bocagrande.
-Ah!, igualito al trago. Pero hoy no, al menos por ahora, no beberé más ron -El olor de la fritanga viene de la calle y me despierta el apetito.
-Sírvame, por favor, una sopa de pescado y una mojarra con patacón y pan negro de banana.
Debo tomar nota de todo aquello que voy conociendo, de las historias, de las leyendas y de sus personajes. Circulan por las callejuelas, hombres con mamelucos. Son los del barrio delo Mamonal, supongo, y van como si sus overols se hubieran adherido a la piel. Y marineros y estibadores, también turistas y botones de los grandes cruceros, que descienden desde el terminal marítimo.
-Dígalo nomás, brodercito. Anímesele!
-Pero qué ricura, mamita. ¡Qué negrita más sabrosa!...
-Si he gozado la noche de la salsa y de la rumba, si la he bebido completica, si he andado sola y acompañada, salgo ahora, atolondrada, a meterme entre el barullo de la gente -contesta ella, como al pasar.
Desde el cerro de la Popa, recreo la leyenda del Cabrón. Así le decían al cura de la congregación de los agustinos, que se había enojado cuando veía a los indígenas y a los esclavos haciendo sus celebraciones con bailes, fuego y carbón. Macumbas y danzas diabólicas, tan alejadas de los propósitos de la evangelización. Entonces, en un exabrupto, arrojó al vacío, desde las murallas del convento, un cetro de cincuenta kilos de oro. Dicen que no era macizo, sino sólo recubierto de oro. Sin embargo, y habiendo caído en la cuenta de la pérdida, mandó a buscarlo en el fondo del precipicio. Tal era la avaricia y la incomprensión. Veo en las laderas del cerro, casas humildes, abigarradas y coloridas que se esfuerzan por no caer más, y muchos niños que bajan a la ciudad.
El convento de la Popa fue construido en los inicios del siglo XV. De estilo colonial, alberga a la Virgen de la Candelaria. Su altar, de estilo mudéjar, fue laboreado con madera recubierta en laminillas de oro y fue traído desde Sevilla. Imagino el andar de buque, galeones y carabelas surcando el Atlántico para transportar el oro de América. Cuento esto para ir aproximándonos a las historias de piratas y filibusteros, que luego relataré.
Enfrente, la Laguna de Chambacú, antes virgen. Ahora, contaminada por los desechos industriales del Mamonal. La ciénaga de la Virgen es un pantano ya recuperado, al que han realizado procesos de desalinización y potabilización del agua.
La avenida principal, Pedro de Heredia, el fundador de la ciudad, nos lleva, a los otros periodistas y a mí, hacia el fuerte San Felipe y Barajas, razón de ser de la ciudad amurallada. Cartagena fue el principal puerto, donde se guardaban los tesoros de oro, plata y esmeraldas, que después eran enviados a España.
Me interno en el túnel del tesoro e imagino las ciento ochenta embarcaciones ancladas en la bahía, cuyos hombres estaban listos para atacar. ¡Al abordaje! -gritan con salvaje osadía. Hay casamatas, pasadizos, celdas, ventanucos, torres de observación y cañones apuntando hacia el mar. Corsarios ingleses, franceses y holandeses se disputaban las riquezas. El mayor saqueo fue en 1615, cuando Francis Drake invadió la ciudad. A partir de allí se decidió construir la muralla, que tardó años y cuenta con once km. de longitud. Dicen que piratas franceses robaron once millones de onzas de oro, que llevaron a su rey, Luis XIV, quien terminó de construir el Palacio de Versalles. El fuerte y la muralla llevan ese nombre en honor a Felipe IV y al conde de Barajas.
Mira al norte la India Catalina, hacia el Corregimiento de Galera Zamba, y tiene su estatua. A poca distancia, la Plaza de las Bóvedas, donde los españoles guardaban las provisiones y las armas para defenderse de los atacantes.
-¿Por qué? -indago.
-Catalina, la hija del Cacique Zamba, de los indios calamarí, tenía catorce años cuando en 1509, el explorador Diego de Nicueza la raptó y fue conducida a La Española, actual República Dominicana. Allí fue evangelizada. A los treinta años, la regresaron a Cartagena, para oficiar de traductora. India Lengua, le decían. Fue intérprete del fundador, Pedro de Heredia.
-Y ahí viene la historia controversial -agrega un guía desocupado, que se protege a la sombra del monumento.
-Porque Heredia la llevó ante el Cacique Zamba, y tras una gran matanza de indígenas, los sobrevivientes se sometieron. Casaron a Catalina con el sobrino de Heredia y se fue a vivir a Sevilla, de donde nunca más regresó.
-¡Ah!, ¿por eso dicen que fue una traidora?
-De alguna manera volvió, porque le rinden honores. Sí, este monumento fue erigido algunos metros más allá, y luego trasladado a este lugar, para construir el sistema de transporte "Transcaribe", que vemos hoy.
-Recuerde, amigo, que hubo marchas y protestas por tal traslado. Algunos sugerían derribarlo definitivamente.
-El escultor, don Eladio Zambrano, se opuso firmemente.
-Son las grandes discusiones políticas según el transcurrir de la historia. Sucede algo similar en cada país de nuestra América.
-Fíjense, yo vengo a cubrir las notas del Festival Iberoamericano de cine y acabo de enterarme que la estatuilla que entregan, es la figura de la India Catalina. ¡Qué jaleo!
Me alejé pensando en eso de las conquistas, del poder, de las muertes injustas, de la riqueza, de las rebeliones, y al fin de cuentas, de lo efímero de las cosas. Pasé por la Calle del Curato de Santo Toribio. Un paredón color durazno rodea la mansión de García Márquez. Un guardia de seguridad vigila y me imagino al Gabo negociando con Mick Jaegger el precio de la residencia.
-Y yo sin "blancas"...
Paso por el Hotel Santa Clara y se oyen los tamboriles de Totó, la Mamposina.
-Y yo sin "blanca"...
Ya me había despejado y entré a una taberna sombría.
-Un María Mulata, con hielo, por favor.
¡Pensar que en todo este tiempo no me dediqué a averiguar quiénes son los postulantes del cine iberoamericano, que esta niche serán reconocidos con la estatuilla de la India Catalina!
La Carmelina, la María Mulata y la India Catalina, aún están rondando mi cabeza. Tarareo una conción... "Porque las lluvias eran verdes y la tierra se vestía aún de fiesta, es bueno meter los pies dentro del barro"
Yo veo en torbellinos la bala de cincuenta kg. del Museo del oro y el torso desnudo de los buscadores de oro en el río Cauca. Giran las imágenes, la negra prensa inglesa que fabricaba monedas (¿y el respaldo de la moneda de curso legal?) ¿Cuántos colombianos me dan por cien dólares? ¿Y por cien euros? Y las esmeraldas en bruto, y las joyas...
-Amigo, es la hora del abordaje.
-Vamos por la Calle del Arsenal, entonces.
-Allí encontrará niñas esbeltas, como la India Catalina, caribeñas de muslos de ébano, gordas de Botero... Hay para todos los gustos.
-Busco una niña de ojos de esmeralda, ¡aunque tal vez me encuentre con una anaconda, amigo!
"Te comparo con las flores, mi Carmelina, la más verdadera prenda de mi corazón" La parranda ya empezó.






jueves, 27 de junio de 2013

Leticia

Aunque estaba tan sorprendida y zangoloteada por el calor y los insectos, pude reconocer el cruce de corrientes donde saltan los delfines rosados. La embarcación se detuvo, y con ella, el ruido de los motores. Antes no podía descifrar las palabras que salían de la boca de mis amigos. Ahora, después que un pajarraco renegado vino en picada y me picoteó la cabeza rubia, hasta hacerme salir la rabia contenida, recién ahora puedo presentarles a mis acompañantes. Vicente Patiño, Joaquín Piedras, Pedrito Benalcázar, todos ellos de Cali, y Kapax, el Tarzán colombiano, de la población más cercana.
Los desfines jugaban a ambos lados y yo sé que se reían de mí, porque en ese momento quise transformar mi furia y mi histeria en romanticismo, cuando recordé la noche en que conocí a los muchachos. El ritmo de la bachata dominicana hizo que los pies me hormiguearan, y mi cabecita romántica era un mero pote de miel y miles de abejas venían a libar de mi dulzura, igual que cuando apareció tan de repente el ingeniero peruano, que me enamoró. Él le fue infiel a su esposa y me hizo sentir que miles de mariposas multicolores aletearan en mi estómago.
-Nunca vi unos ojos tan claros, como cristales de esmeralda -me dijo y yo vi sus ojos marrón café, miré su cuerpo fuerte y me dejé abrasar en sus brazos protectores.
Ahora me acuerdo de la novela que vi una vez por televisión, "Mujer con aroma de café" o viceversa. Se me borran las imágenes de antaño. "Café con aroma de mujer". Sí, que sucedía en el eje cafetero, creo. Si mal no recuerdo, nuestro encuentro y el enamoramiento fue en la isla "Fantasíame, mi amor".
Desde la costa, un guacamayo nos observaba en lo alto de un tangarana de flores rosadas, cubierto de hormigas que formaban ríos negros, hacia arriba y hacia abajo. Embicamos en un muelle y divisamos la maloca de la comunidad ticuna. En el centro, mujeres aún jóvenes pegaban alaridos lastimeros y saltaban sobre el piso de tierra apisonada. Supe después que eran las abuelas que danzaban con adornos de plumas. Trajeron un herido en una camilla improvisada, que se había cortado con un machete en la zona de cultivos. Los niños lloraban y hombrecitos color del café seco corrieron a refugiarse bajo el techo de palmas, cuando una lluvia intensísima estuvo lavando la cara de la selva y gruesos goterones se colaron por el techo. Uno de ellos, el más ágil trepó por un palo y acomodó la techumbre. No más goteras. El bailoteo continuó en un ritmo más alegre, para agradecer la lluvia y para pedir por la salvación del accidentado.
Cada vez estoy mejor, y más despejada mi mente. Aparecen las imágenes de nuestro recorrido la noche anterior, río arriba, cuando comenzaba a oscurecer por el Canal de Gamboa. Habíamos ido a escuchar los sonidos de la selva, el croar de las ranas, el chillido de las aves nocturnas, y a ver los ojos amarillos de los caimanes. El motorista y el guía son expertos conocedores del lugar y del ambiente acuático. Para mostrarnos su saber y el orgullo por su lugar, iluminaron con reflectores las aguas que se internan en la selva. Un osito perezoso colgando de una rama, una serpiente de tonos rojos, confundiéndose con las lianas, una tarántula que se hacía la distraída, y hasta un caimán pichón atraparon para mostrarnos sus dientes que están creciendo y para que palpemos su piel áspera. Silenciosas y negras canoas cargadas con bultos pasaban a nuestro lado, río arriba, río abajo. Contraband hacia y desde Tabatinga, en Brasil, me contaron. Friña, porotos, arroz y moneda extranjerea. Ahí fue, cuando anoche accedí a comer una fruta dulce y sabrosa.
-Junto con el fruto ha mordido una porción de hongo alucinógeno -me explicó Kapax.
-Le cuento, Leticia. Me cansé de abogar por la integración de los países limítrofes con Colombia. Todavía están en esos cabildeos. ¡Una vaina! -Una rosa china de flores rojas me sonrió y él continuó contando su cruzada - Nadé por el Amazonas durante un mes y siete días. Llegué hasta Puerto Nariño, donde capturé una anaconda, que era pequeña; la domestiqué y alimenté hasta que llegó a pesar cuarente y siete kilos, y a medir cinco metros de largo. Era la delicia de los niños, a quienes eduqué para que no se atemoricen. Ellas, las anacondas, no son violentas si se las deja vivir. Y eso hice, anduve por las escuelas entre los niños curiosos, hasta que la intendenta del centro de protección a la fauna, me obligó a abandonarla en su hábitat.
Llegamos a la Isla de los Micos. Nos recibe Nabil, nativo de esa comunidad y nos cuenta la leyenda de la anaconda.
-¿Por qué lo llamaron así? ¿Qué significa Nabil? ¿Es un nombre árabe? -le preguntó Vicente.
-Mi padre llevaba ese nombre de fantasía, cuando hace setenta años trabajó para los narcotraficantes de Cali. Significa "puerta del sol".
-Justamente, porque los usuarios de la droga, lograban ver el sol en plena noche -Joaquín acotó y sus dientes relucieron mucho, al par de sus ojos que rieron con picardía -Hoy parece que está calmado ese comercio -afirmó- Conozco un mozo del bar que se llama Nixon, y como no le gusta ese nombre, a su primer hijo lo bautizó Samuel.
-Resulta que la anaconda es la madre de la tierra, porque Ayahuasca, que es mujer, se unió a Yahé, que es varón. Ella se convirtió en anaconda y él, en planta. Es por eso que la anaconda deambula de noche por la selva para alimentarse, y de día se protege debajo de las plantas acuáticas, de los gramalotes, y las hojas redondas de las Victoria Regia.
A pocos metros cae, de repente, la rama de un higuerón, derribada por las termitas.
Vamos regresando porque ya es la hora del ocaso. Un mango maduro cae a mis pies, alegre de mi presencia en el mundo actual y entonces veo la población que llamaron Leticia. Nos apuramos para ver el espectáculo de los pájaros que llegan a un punto de la plaza de la población ribereña. El cielo azul está tachonado de pequeñísimos puntos negros, que van agrandándose a medida que se acercan. Son los pericos y las golondrinas que provienen de diferentes sitios.
-Llegan para descansar a este lugar- relata un funcionario del municipio- Y mañana a las cinco de la madrugada, nuevamente vuelven a la selva para alimentarse.
Ya sentimos una especie de tortícolis, de tanto mirar hacia arriba, más que pájaros parecen enjambres de abejas o de hormigas voladoras.
-Hace más de cuarenta años que las miles de bandadas vienen aquí.
-¿Por qué eligieron este preciso lugar?
-No lo sabemos, pero parece que aquí están a gusto entre nosotros, que no los molestamos. El chillido se hace más intenso y bajan en picada desde todos los ángulos. Los árboles quedan negros de pájaros, que se acurrucan unos al lado de los otros.
Bajo mi cabeza, y veo la estatua de la india cargando plátanos y veo al pescador con su lanza. Siento que se me desorbitan las córneas, se me descarnan las plantas de los pies, se me incrustan astillas en mi costado, se me despelleja el alma. Tal es el cansancio. El funcionario señala hacia el centro de la plaza y todos hacemos esfuerzos para entender lo que nos dice.
-Nos encontramos ante un problema ambiental. Allá hemos tenido que talar varios árboles, que se han secado por la acidez de los excrementos -Hay ahora en el ambiente un olor ácido y fétido; los excrementos cubren como una alfombra los bancos de la plaza, el parque y los senderos- Estamos investigando y haciendo estudios científicos para definir el rumbo del programa.
Los muchachos siguen el espectáculo y se interesan por el tema. Yo no recuerdo, o no conocí estas historias, pienso. Ruido de motocicletas viene desde la calle principal y se ven en primer plano las camisetas amarillas.
-¡Colombia! ¡Colombia! -se acompañan con los bocinazos, dan la vuelta a la plaza e interrumpen la misa vespertina.
-¡Deberían tener vergüenza los peruanos, qué goleada, cabrones!
-¡No festejen que todavía falta el partido contra Brasil, conchudos! -de una vereda a otra siguen insultos y gesticulaciones.
Los vendedores de plátanos y banana seda ya cierran sus puestos y dejan montículos de hojarasca y fruta podrida al costado de la calle. El vendedor de pollos y cerdos asados apaga su fogón y la chiquillada sin camiseta se arremolina para ver el espectáculo. Algunos borrachos de andar zigzagueante se van arrimando.
-¡Circulen, señores! Serán arrestados por disturbios en la vía pública -unos policías retacones empujan a los pendencieros y también a mis amigos. Quedo sola en una esquina.
-¿Me regala su documento, señorita? -y yo niego. -¿Me regala su firma? -y yo niego. Yo le colaboro, señorita -ruega después.
Yo no puedo decirle que soy indocumentada, que soy Leticia Smith, la amante del ingeniero peruano Manuel Charón, que fundó la población en mi honor en 1867...
-¿Y si le regalo una sonrisa?
-Así está mejor - me dicen satisfechos y se van a controlar los desmanes en los bares de la ribera.

martes, 4 de junio de 2013

La víe en rose.

El puente de Aleixandre está cortado en ambos extremos. Hay manifestaciones; unos, en defensa del matrimonio gay, y otros, "par contre"
En las puertas del bar "Le procope" del Quartier Latin, circulan los turistas. Se detiene porque le llaman la atención los retratos de tres hacedores de la revolución francesa. Ella mira, alternativamente, la carta publicada en el ingreso, y la calle de la Antigua Comedia, donde tres chicos bailan hip-hop, espectáculo a la gorra. Le entusiasma el aroma que despide la exquisita cocina francesa y se le hace "agua la boca" el gallo al vino, aunque los precios la desaniman, tanto que ya se le está pasando el hambre.
Por el lado del teatro de la Opera, viene zigzagueando, copa en mano, un alemán que destila alcohol por todos los poros, y de su boca salen palabras gangosas e ininteligibles. Ella piensa "Tengo que ingeniármelas para conocer la historia que se guarda entre las paredes del "Procope". Una intriga le pincha la piel, al tiempo que la curiosidad le hace rasgar esos retazos de historia, que parece vibrar todavía en el ambiewnte, mientras el rostro adusto de Danton, Marat y Robespierre la observan.
-Pardon ¿Por qué se llama "Le Procope"? -En un impulso desmedido, le pregunta al mozo que está atendiendo a unos comensales en la vereda.
-Es por Procopio dei Coitelli, un veneciano que fundó este mismo restaurante en 1686.
Se queda pensando y escudriñando el interior, donde alcanza a ver un retrato de Voltaire, y al lado, un homenaje al banquete de los poetas.
La pareja de simpáticos franceses, que parecen habitués de Saint Germain des Pres, al notar su interés, la invitan a su mesa. Ella, maquillado al estilo María Antonieta, viste, sin embargo, ropa cara de las Galerías Lafayette. Él es un apuesto anciano parisino que apoya la galera y su bastón en la silla contigua.
-Sí, acepto. Sólo quiero conocer anécdotas de la historia de la revolución francesa, esos detalles que me servirán para motivar a mis alumnos en las clases de historia.
Él, monsieur Sarraute, se presenta y agrega que es pariente lejano del poeta; ella, Marie Louise, despliega toda la telaraña de arrugas en su rostro blanco, se limpia cuidadosamente los labios rojos , y sonríe con los ojos azules pequeños.
.Brindemos por este encuentro -dice monsieur.
Ella bebe con moderación, pero por momentos se extralimita al escuchar con atención esas sabrosas historia.
Se dice que aquí se reunían los principales políticos, periodistas y escritores. Era habitué en aquella mesa, Monsieur Diderot, que escribió los manifiestos de "La Enciclopedia", y también Monsieur Guillotín, quien creó ese verdugo mecánico. Se sentaba en aquel rincón, para dibujar.
-Eran todos jacobinos, al parecer.
 -¿Sabes por qué se llamaron jacobinos? Porque todos ellos se reunían en secreto en el convento sobre la calle San Javobo, hasta que la Guardia Nacional los descubrió, entonces venían a comer aquí y a tramar sus intrigas. Era el Club de los Jacobinos.
-Que se unieron a los "Sans culottes" en contra de los girardinos -ella aporta- Todo eso dice la historia, y además aprendí algo más en el Palacio de Versalles.
-¿Has visto el Palacio de María Antonieta? -pregunta Marie Louise, la de los ojos sonrientes -Dicen que era una mujer muy dilapidadora de la riqueza, que se hizo construir un palacio en los jardines de Versalles, porque no soportaba tanta servidumbre deambulando por palacio. Sin embargo, muy pocas veces lo habitó.
-Lo cierto -continuó él- es que Francia estaba passando por una crisis financiera muy profunda, había descontento social y desestabilización política -Ya su voz estaba tan gangosa, como la del alemán de la calle. Las expresiones en francés se hácian cada vez más agudas - Tráiganos, una creppe de orange y chocolate, garzón.
 -Y después, tú sabes, el asalto a la Bastilla, Luis XVI y su familia, huyeron a Las Tullerías, y vino la reunión en el Campo de Marte y la masacre. Danton no apareció más por aquí y se fugó a Inglaterra. Marat permaneció escondido.
-¿Y Robespierre?
-¡Ah! ése hizo guillotinar a todos los opositores... Se dice que más de cuarenta mil personas fueron víctimas del terror....
-No se díce "ése". Era Maximilien -Marie Louise lo corrige.
-Fue una agradable velada. Aprendí tantas cosas... -dice ella despidiéndose.
Monsieur Sarraut se coloca el sombrero, ayuda a su esposa con el abrigo, se despiden de la profesora, con dos besos cariñosos, toma su bastón y se van tomados del brazo hacia el Sena.
Todavía los artistas callejeros siguen bailando y haciendo piruetas. Ella se sienta en el cordón de la vereda y se pregunta por los oprimidos de hoy, por las injusticias, por los inmigrantes, por la corrupción, por la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, por las ideas de la razón, la igualdad y la livertad, mientras ve sobrevolar, como tres querubines culones por el cielo de París, a Montesquieu, Rousseau y Voltaire, que con gesto enfurruñado, se preguntan por las monarquías de hoy.
Ella se una a esos pensamientos y ve al rey Juan Carlos cazando elefantes en Bostwana y a la reina Isabel II festejando su sexagésimo aniversario como reina británica. Ve a Guillermo Alejandro y a Máxima en su fiesta de coronación. No puede dejar de pensar que, si bien Máxima es argentina, pero vive en Holanda, en su país no hay monarquías, pero todos son unos reyezuelos de opereta que representan el poder y lo ambicionan cada vez más, y su corte de pacotilla va creando terribles divisiones sociales. Un séquito de apludidores los acompañan.
Sigue  caminando y una ráfaga insolente le levanta la pollera; ella se cubre por delante y otro torbellino le lleva la falda por encima de su cabeza.
-¡Pero miren, si Marilyn Monroe anda paseando por París!
-Vale un trago, muchacha -un español la invita y se van, champagne en mano, hacia el Pont's das Arts. Al pasar por un café se oye a Edith Piaff cantando "La víe en rose", y bailan.
Tal vez surge un amor de primavera y dejan un candado en el barandal. Es como una premonición, porque las esculturas de "El beso de Perseo" y de "Amor y Psique" se han escapado por un ventanal del Louvre. El palacio de Las Tullerías destella todo su esplendor sobre el río. Desde lejos, tal vez desde Notra Dame, el gorrión de París canta "No me arrepiento de nada"
La ciudad bulle; los chorros de colores en el cielo y en el Boulevard de los Campos Elíseos, parecen indicar que reina la paz.

toma su bastón y se van tomados del brazo hacia el Sena.

jueves, 30 de mayo de 2013

Arte abstracto. Arte efímero

Ha concluido ya la presentación de las obras ganadas por concurso para ser instalada en plazas y parques de la ciudad de la Patagonia, que goza, por cierto, de gran belleza natural. Soy un artista contemporáneo que hace arte efímero. El gobierno nacional, que auspició el evento, reconoció mi obra, como de alto contenido social. "Una denuncia en los tiempos que corren es un llamado de alerta para concientizar a la ciudadanía en el cuidado del medioambiente. Arte no figurativo, arte conceptual, a través del cual los admiradores de ese estilo, seremos capaces de descubrir la belleza, como en esta obra. La carroña que aflora de un receptáculo para basura, por donde sobrevuelan insectos de toda calaña y hasta alguna rata, es arte".
Las palabras del funcionario de cultura me emocionaron grandemente. Los escolares aplaudieron con fervor, azuzados por las maestras, especialmente cuando se mencionó el gran esfuerzo financiero que el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación está haciendo para promover el arte en todas sus manifestaciones, y en todos los rincones del país. Arte itinerante, dijeron. Eso es el programa "In situ"
Entretanto, pensaba, no se explicitó la corriente artística, el arte efímero, donde los artistas de mi talla son capaces de crear, como un destello fugaz y como ángeles protectores, la acusación por la inmundicia que invade todas las ciudades.
Ayer se realizó el evento, y como "todo delincuente vuelve al lugar del crimen", yo regresé para admirar en soledad mi obra. Pero, ¡oh sorpresa!, estoy viendo al placero encargado de barrer las hojas muertas de la plaza y de regar las plantas, que estaba desarmando mi obra y la estaba depositando en un cubo para basura. Enrollaba los hilos invisibles de donde colgaban los moscardones, tiraba con asco la rata de cartón... Y bueno, pensé, es arte efímero, y como tal, dura poco. Se ha cumplido el objetivo. Me senté en un banco del parque y recordé otras obras intervenidas y otras obras que denuncian.
En una "vernissage", el público admiraba la obra de una joven artista. Su diseño era un modelo de gala instalado en un maniquí de cabeza calva, que lucía un vestido hecho exclusivamente con sobres de preservativos de una única marca. Esto le daba una tonalidad dorada, tornasol, casi fosforescente, y destellaba ante las luces de la sala de exposiciones. Los mustios y azorados asistentes, podíamos degustar las "delicatesen" que ofrecían; una particularidad, los bocaditos podían ser tomados de unas bandejas en miniatura, que eran muchos moldes de dentaduras postizas. Obra de la artista, por supuesto, no de un técnico dental.
Me voy caminando, pateando latas y mascullando, por una calle en pendiente que da al lago y veo la obra premiada en 2º lugar. "La nadadora" es un manojo de alambres colgados de los cables de la bocacalle, cuya cabellera cae, pesada, perpendicularmente hacia abajo. Siempre bajando, da la sensación de que la silueta está nadando en el lago azul. Un detalle que ahora advierto. Cuando nadamos, los cabellos van sedosos hacia atrás, no caen de esta manera. Error conceptual, error semántico, me digo. Me alejo, y sigo esquivando pozos, papeles y botellas plásticas.
Siempre cavilando con los dientes apretados, voy a dar a un bodegón de los suburbios, donde suele encontrarse "la flor y nata" de la bohemia citadina. Escultores, músicos, poetas, pintores. Todos se encuentran allí, departiendo en pequeños grupos, indefectiblemente, munidos de su correspondiente trago de colores y tamaños diversos. El ambiente está tornándose azulado y es casi imposible ver con claridad, a causa del humo de los cigarrillos, del hogar y otras yerbas que humean con pereza. Como nadie nota mi presencia, opto por sentarme en el rincón más oscuro de la cueva y comienzo a beber, también yo, para alentar a las musas distraídas y a espantar a los monstruos que suelen habitar en mi interior. Como consecuencia, una pena enorme me taladra hasta la médula. Esto es cuando,  como tras el vidrio defectuoso que circunda un auditorio, veo y escucho las palabras de mi abuela francesa.
-Me acuerdo que todos los niños de la campiña salíamos al sendero que llegaba a nuestra casa, al momento de oír el chirriar de la bicicleta de Monet. Él llegaba sudoroso, pero sonriente. Su casa en Giverny, quedaba a pocos kilómetros de la nuestra. Claude era una visita habitual... Por aquel tiempo ya lucía una incipiente barriga y su barba larga estaba cana.
-Necesito a una jovencita como modelo -le decía a nuestro padre- y yo me ofrecí a posar, pero papá, a cambio, le sugirió que pintara los campos de amapolas. Algunos días luminosos aparecía un pintor, uno de los que se hospedaban en el hotel de la villa, cargando su tablero, su paleta y los pinceles. Yo no sabía que era uno de los seguidores del maestro. Mi padre contaba que les llamaban "los impresionistas". Después supe que en nuestros campos estuvieron Cèzanne, Manet, Degas, Renoir, y hasta Marcel Proust, el escritor. Todos pintaban, por indicación de Monet, un motivo repetidas veces en distintas horas del día. Inventaron la pintura en serie.
Veo a la viejita, como la recuerdo en la única foto familiar, arrugada y sabia. La imagino con ese dinamismo que la caracterizó hasta el final de sus días. Vestido liviano, delantal a cuadros, falda amplia y sobrero de paja, cargando en su canasta los frutos de la tierra y guardando en su corazón, supongo, la emoción que le provocaban las obras de los impresionistas.
-Claude había construído su propio jardín en la casa de Giverny y mandó traer flores exóticas, flotantes, las ninpheas, o los nenúfares, que luego pintó y pintó en serie... el jardín japonés, el puente verde, la pérgola de las rosas. Agrupaba las flores según los colores... un sendero se teñía de rojos; otro, de amarillo; otro, de violeta y siempre los tulipanes de época -las mejillas de mi abuela se encendían cuando pintaba con palabras y mi madre se deleitaba con los relatos.
La última vez que la vimos fue cuando nos visitó, hace ya algunos años.
La bohemia se ensoberbece cada vez más por el encendido debate, y sin duda, por el alcohol, que deja ver los más bajos defectos. La soberbia y el rencor suele caracterizar a los mediocres. Violentos puñetazos sobre la barra y copas rotas, y de repente, salen en alegre pelotón para invadir las calles con su arte en los muros y su poética en aerosol.
Me quedo solo y apuro, a borbotones, una decisión. Iré a Giverny, conoceré la finca de mis abuelos, visitaré la casa de Monet y sus jardines y el hotel de los impresionistas; iré a la tumba del genio y en el estanque de las nenúfares, tal vez me inspire y pueda crear a pleno aire. Quizás también encuentre el camino para desarrollar mi arte. Intentaré con el puntillismo, aunque estoy seguro que no abandonaré la línea del compromiso y la denuncia social. A mi regreso, es posible que pinte aguapeys, lirios de agua y flores de Irupé, todas ellas obstruyendo, en todo momento del día y de la noche, los canales de agua, los arrozales de mi San Javier natal, y las represas, que serán aguas pestilentes... lograré esa imagen con los sucesivos puntos de mi pincel. En un camalotal pintaré la cabeza triangular de una serpiente que saca su lengua desdeñosa; en otro islote a la deriva del Paraná, quedará sugerida la estampa del tigre que llegó al convento de San Francisco y devoró de un solo zarpazo al cura que ofrecía la comunión. Se me ocurren muchas ideas. Es posible que abandone el arte abstracto y logre sacudir a mi público haciendo una caricatura de la sociedad contemporánea.
Apuro mi copa, y parto.

domingo, 26 de mayo de 2013

Lunes de aguas.

Había llegado a Salamanca y estaba observando las curiosidades gastronómicas que toda ciudad tiene, prendida a la vitrina de una pastisería. "Tenemos hornazos y el pan de cada día" -decía el cartel.
-¿Qué será un hornazo?- me pregunté. Imaginé que sería un pastel de pescado. Entonces, para averiguar y para degustar el sabor castellano, ingresé al local.
-Me llevo, Pepe Luis, ese hornazo de la vitrina -afirmó una clienta, vecina del Paseo de San Antonio. Pero eso sí, tendrá que ayudarme a bajar los escalones, porque el lumbago me tiene mal, y el Antonio, ya no es ningún estudiante, como verás! Nos deleitaremos con este hornazo, al menos.
-Es el último que me queda -pensé que debería comprar una empanada gigante de atún u otra clase de la rica pastelería española.
-En el lunes de aguas, los hornazos han sido todo un éxito.
-¿Qué es el lunes de aguas? -requerí al momento de mi turno.
-¡Ah! Una visitante argentina. Le explico, niña -Pepe Luis desplegó todo su conocimiento sobre el tema, con gran locuacidad.
-El lunes siguiente a Semana Santa, es una tradición que las prostitutas sean llevadas en barcas al otro lado del Río Tornes, para desatar los instintos reprimidos en los días de ayuno... Tú sabes, son días de contemplación interior, de retiro, de rezos, de velas encendidas, para purificar el alma. Las mujeres, entonces, además de aportar su cuerpo, llevan los hornazos, que son pasteles rellenos de jamón ibérico, panceta y chorizo. Van al otro lado del río, con los estudiantes de la Universidad. Ellos llevan el vino en botas y todo el día, hasta el anochecer, participan de la orgía y regresan pletóricos de dicha y de alcoho. El encargado de trasladar a las mujeres es el "Padre Putas", que así le dicen, sea quien sea el sacerdote de turno. Ellas lavan sus pecados en las aguas del Tormes, en el área de la Aldehuela.
-¡Ah!, no conocía esa tradición.
-Pues, te la has perdido, niña -dijo con picardía.
-Y bueno, si no hay hornazas, llevo dulces de almendras y almíbar, y si no hay estudiantes, ni Padre Putas, voy al Parque-Huerta de los jesuitas a tomar el sol y luego, iré a rezarle a San Antonio, para que me consiga un novio!

jueves, 23 de mayo de 2013

El escorial de los mares

Así le llamaban al mayor galeón más armado del mundo en el siglo XVIII, que fue botado en el arsenal de La Habana. Tiempos de piratas y de almirantes de todos los países que ambicionaban extender su poderío territorial, a través de los mares. "El Santísima Trinidad", que ése era su nombre, surcó los mares y tomó parte de innumerables momentos históricos de España.
Cuando recorrí el interior de su réplica, anclado en el Puerto de Alacant, me pareció percibir la hidalguía del valeroso almirante. Lo encontré deambulando cabizbajo en la cubierta principal. Me invitó a sentarnos en las altas sillas imperiales decoradas con ricos ornamentos de brocato y terciopelo rojo, con respaldos repujados sobre madera de caoba. Dialogué con él, don Baltasar Hidalgo Cisneros y apenas, con el parco capitán de bandera, don Francisco Javier Uriarte y Borja.
Nos acercamos a la sala de mando y el capitán, mirando el horizonte, tras la marina del puerto, erizada de mástiles de modernísima factura, dijo.
-Fue el buque insignia de la flota española en 1779 y junto con la flota francesa le declaramos la guerra a Gran Bretaña.
-Afamados piratas, los británicos, que han cimentado su historia de vandalismo y conquistas -dije- Me pregunto por las operaciones en el Canal de la Mancha.
-Capturamos al convoy inglés formado por, nada menos, que por cincuenta y cinco navíos.
Miré en ese momento, en la sala del museo de cera, al médico con su gran cuchilla, amputando una pierna, igual que el cocinero que descuartiza un gallinazo, un cerdo gordo y una tortuga del Mar Caribe.
-Dos años después el galeón a mi mando se incorporó a la Escuadra del Mediterráneo.
-¿Qué sucedió después, porque imagino que los británicos eran individuos tan vengativos y rencorosos, como lo siguen siendo hoy; a pesar de su imagen plácida, son fríos, flemáticos y fóbicos. Me viene a la memoria la guerra en las Islas Malvinas, veo a los jóvenes soldados muriendo, la imbición desmedida del gobierno británico de "la dama de hierro", y el hundimiento del "Gral. Belgrano", de la armada argentina.
Un mozo trajo en bandeja de plata tres tazas de té con tisanas para calmar la ansiedad. Debe haber visto mi curiosidad y la excitación de mis acompañantes. Ellos bebieron, además, un ponche y una copa de ron.
Una estatua de Neptuno se yergue con su trípode en un apreciado sitio de la sala; la silueta de una sirena coquetea desde una columna, sosteniendo una concha de quién sabe de qué mares ignotos. Un prisionero de fiera estampa pelea con las gruesas cadenas quje lo mantienen atado de pies y muñecas. Un esclavo negro toca su tamboril y como un lamento, rememora su tierra africana. En una litera descansa un marinero; debajo, otro limpia los mosquetones y engrasa los engranajes de una cureña; otro hace lo mismo con un cañón corto que ha sido averiado.
-¡Hundido! -exclamaba cuando de niña jugaba a la batalla naval. ¡Agua! Sin embargo, los relatos del caoutñab de babdera nereceb ka oeba de ser escuchados.
-Este galeón partició en las batallas del Canal de la Mancha. Voy a relatar los hechos de la batalla de Trafalgar, que fue por otros confines.
Mientras escucho atentamente el relato de apagado fervor, veo que la estatua de cera que estaba limpiando las armas, reacciona ante la orden.
-¡A estribor, el enemigo!
-¡Rizar velar y ponerse al pairo! -El esclavo negro corre hacia babor y ya está la tripulación empujando una botavara para enganchar la vela cangreja y la tarquina. Ya ls piezas de artillería están dispuestas en posición de ataque. Un proyectil llega por barlovento...
Veo al prisionero de recia figura que no consigue liberarse de las cadenas y ya piensa que las cartas están echadas. El dios del mar se enfurece en el estertor de las olas. Hay fuego en una fragada; del galeón que está hacia el poniente, se oye el derrumbe de su mástil principal. Fogonazos cruzan las aguas y gritos de pavor y audacia quieren aniquilar el miedo. La sirena se desprende de la columna y se aleja en busca de sus hermanas para cantar más fuerte, pero los marineros no les prestarán atención. El cabrestante recoge cables; jarcias, calabrotes y obenques se tensan; un bergantín se escora frente a ellos. Ya Neptuno, exasperado, escupe espumarajos de algas y las arroja con desdén. Suena la campana del buque, pero ellos no van a comer; hay olor a pólvora y sudor. Deben apagar el fuego a estribor. Una cureña con cañón corto se desploma sobre un tripulante. El herido de la litera terminó por caerse y se desliza por la sentina, irremediablente. Pistolas y mosquetones humeantes quedan abandonados. El galeón se inclina cada vez más. Con aullidos salvajes, para darse valor, los marineros sobrevivientes se aprestan al abordaje. Cientos de espadachines se lanzan y las dagas piratas relucen en la noche más negra.
-Fue así como el galeón tuvo su trágico final; más de doscientos muertos y cien heridos. Se hundió a veinticinco millas dle puerto de Cádiz.
Ahora, amarrada en la Marina de Alicante, su réplica se mece, seductora, casi como se ofrecen las muchachas en las inmediaciones de todos los puertos. Abro los ojos y me veo sentada en la cubierta bebiendo un zumo de melocotón. Las palmeras de la Explanada de Espanya acarician apenas los rostros de los paseantes; los viejitos toman el sol tibio. Miro hacia atrás y veo a los bañistas retozando en la Playa del Postiguet y arriba, desde el Castillo de Santa Bárbara, siguen custodiando. Otean el horizonte que ahora muestra un parejo azul intenso.

lunes, 20 de mayo de 2013

Brisas en el Canal Grande

Cada mañana, cuando despunta el sol tras el puente del Rialto, Giuseppe, el gondolero, y  su pequeño Tomassino, recorren los dos puntos que los han de llevar al muelle, donde aparcan su barca de los sueños. Cada mañana lucen sus remeras a rayas azules y su sombrero blanca. Padre e hijo llevan el clásico sombrero chato adornado con la cinta azul. En diferentes días cruzan por distintas callejuelas, cruzan puentes (casi siempre pasan por el puente del canalito de los candados, donde los amantes tantas veces se juraron amor), aunque muchas veces transitan por callejuelas terrestres y zigzagueantes, o alternan por las vías acuáticas. Retículas de calles superpuestas y entrecruzadas en alegre desorden y confusión. Retículas de canaletos que se abren a un ramificado complejo de tortuosas variantes.
Los dos trabajadores transitan por un camino, o por otro, dándose el placer de vivir la ciudad que está despertando. Las señoras se saludan desde un balcón hacia otra ventana.
-¡Buon giorno, signora Magdalena, fa fredo questa mattina!
-Eco, má peró -La joven Antonella cuelga en el tenderete la ropa de cama que flamea y se asolea en la alegre danza de la brisa que viene del Canal Grande.
-Tomemos el atajo de esta galería, padre.
Muy temprano en la mañana ellos son testigos de aventuras que suelen quedar en secreto para sus protagonistas. Hoy ven a un muchacho de cuerpo gentil, que se descuelga desde una alta glorieta hasta un balcón.
-Es el amante de la señora Piacere; su esposo ya ha partido hacia la plazoleta para vender sus productos -piensa Giuseppe - El collar de cristal de Murano que lleva en su cuello, no basta para retenerla.
-Mira, padre, ese gato negro ha roto una mata de albahaca en aquella ventana.
-Sí, persigue a aquella gata de siete colores que sube por el tejado.
En otras ocasiones, suelen ver, por otro itinerario, al ladrón que salta con su botín desde una ventana ojival, hasta la pilastra del canaleto. Así fue como su vecino, Vincenzo, fue a dar a la cárcel. No alcanzó a ver el Puente de los Suspiros. Ya pasan por ahí debajo y oyen.
-¡Eh, Tomassino! ¿Vas a la escuela hoy?
-Sí, a la hora exacta -El niño contesta a su maestra y Giuseppe piensa la manera de decirle a su hijo que ésta será la última excursión, porque ha sido denunciado por trabajo infantil... ¡Pero si no es un trabajo! ¡Es un placer para mi hijo tocar las canzonettas con su acordeón, para entretener a los turistas!
Y llegan a la "riva degli schiavoni" para recoger a los orientales que no conversan, pero disfrutan de la serena belleza del Canal Grande. Él sabe que ellos sienten como que se han escapado de los tiempos; la ciudad despierta sumergida entre las construcciones, se aprisiona entre las recovas y se pierde en un clima de rarísimo misterio, entre las callecitas, los pasadizos, los túneles, hasta volver a encontrar el rumbo.
Comienza la música que desgrana Tomassino. Una mazurca, una polca, un vals, envuelven a los paseantes en una urdimbre de hebras multicolores, que se entretejen como las figuras geométricas de un tapiz. Una olorosa menta despide su aroma desde la grieta de una ménsula o de la pilastra que las aguas azotan. Acaba de pasar un vaporetto repleto de visitantes. El trajín, el gentío y la vocinglería propia de una Babel, ya se ha instalado sobre el Puente del Rialto.
El niño recibe su propina, se coloca el guardapolvo, toma su mochila y se va silbando una canzonetta, rumbo a la escuela.

viernes, 17 de mayo de 2013

Según el humor, así se ven las cosas.

Cada ciudad, cada pueblo tiene sus secretos escondidos y los signos que la contienen. Es posible imaginar, entonces, su pasado, que no está dicho expresamente, porque cada segmento y según lo ilumine el sol o lo resguarden las sombras, tiene rastros, como arañazos, muescas, incisiones, protuberancias, hendiduras y paréntesis de lapsos sin historia.
Desde la sierra de Francia el joven se detiene para observar las sierras lejanas, apenas nevadas. Bajando por un sendero de robles, siente ya el aroma del bosque y los olores que le son familiares. Su pueblo y las casas rústicas del Mogarraz natal. Distingue la ermita y ya se acerca.Ve los retratos de sus vecinos, el de Eusebio Valdivieso y su señora Hortensia; enfrente, el rostro entrañable del anciano que ya no está, Don Carmelo Suárez y sus hijos Bernarda y Jacinto. Recuerda cuando el pintor Maillo decidió imprimir en las fachadas los rostros de sus moradores... Ya quiere abrazar a su padre, mientras el corazón late con palpitaciones aceleradas por la emoción y el esfuerzo. Al doblar la callejuela de la Cancilla, se recrea con los retratos de Fermina, su madre, y de su padre; junto al portal se reconoce entre el retrato de sus seis hermanos, y llora.
-¿Cómo ha sido ese peregrinar, hijo? -El padre ciego está ávido de ver en los vericuetos de su mente las imágenes de todo aquello que su retoño mozo ha visto.
-Es tanto lo que llevo grabado en la retina, que me esforzaré por complacerlo. -Deja sus botas cansadas, apoya el bastón de pregrino y cuelga su sombrero; luego descansa sus pies adoloridos en el agua fría de la alberca. Despeja el sudor de su frente, de igual forma, como para ordenar las ideas, los recuerdos, las visiones -Son maravillosas las estampas que he visto... majestuosas catedrales conviven en amable empatía con fuentes de aguas saltarinas, que le dan sosiego al viajero; como yo, no puede dejar de ver e imaginar las historias que contiene ese muro de piedra secular, esa escalera que conduce no se sabe a qué recóndito hogar, los senderos de antaño...
-Explícate más, hijo, que no logro ver lo que cuentas. Quiero percibir con todos los sentidos, como se descubren las líneas de la mano. Tocar mi mano y palpar la aspereza de los muros, su densidad y al tacto, el frior de sus paredes, para fantasear con la familia que habita en los hogares.
-Todo depende del cristal con que mires las cosas, y las personas, y aún más, depende del humor de quien observa. Debes suponer que, si pasas mirando sin ver, te pierdes los detalles. Por ejemplo, pasas silbando con la nariz levantada hacia el horizonte allá lejos, y puedes ver el río, una estatua, una torre, cuyas agujas pinchan el cielo azul, y conocer así el espacio cercano. Así vi casas humildes de tejados rojos, cubiertos de musgo y cuarteados por el tiempo y los siglos; vi a las cabras ramonear entre las encinas; vi a los cerdos deambular para comer bellotas; vi vacas rojas y blancas de cuernos encorvados abrevar en los estanques de aguas claras y flores blanquísimas; vi un toro bravo de lidia resoplar debajo de un roble frondoso de la dehesa. También vi alféizares de madera tallada, frontispicios de oro y taraceas, un reloj de cobre, una torre en incontables campanarios y vi a un menesteroso en la ribera del río Tormes, "una limosnita, por favor", y a su perro flaco, la estatua de un caballero, un ermitaño que bajó a la ciudad, una torre de cristal...
-Pues, Pepín, alcanzo a ver lo que describes.. ¿Pero cómo te has sentido?
-Si sigues mirando los tejados, los aleros, hacia arriba, puedes admirar una cigüeña empollando en el nido de un campanario que ya no resuena, y un hilito de agua que baja hasta la acera y te refresca, y tras las cortinas que se mecen con  la brisa, no la ves, pero sabes que detrás, una muchacha casadera te observa y se ilusiona con el forastero caminador.
-Y te cansas...
-Sí, pero al final del día te quedas pletórico de dicha y con tortícolis. Recibirás el próximo día con alegría para iniciar la marcha nuevamente.
-¿Qué sucede si caminas con el mentón apoyado en tu pecho, mirando hacia abajo?
-Pues entonces, sólo ves adoquines, pies que circulan apresurados, zapatos que llevan todo el polvo de los caminos y alforjas cargadas en una mula de pezuñas romas, y las sandalias rotas de los mendigos. Pero no ves los rostros de los caminantes y vas con las uñas clavadas en las palmas y tu mirada quedará atrapada a ras del suelo, o en el agua que corre al borde de la calzada y las alcantarillas de aguas pestilentes, los espinazos de pescado, los trapos sucios...
-Imagino, hijo, que te quedas atrapado en la inmundicia.
-Pues sí, y es así como, si levantas la vista, verás en los alrededores de la aldehuela, el reverso del esplendor inicial. No más estatuas de bronce de todos los dioses, de todos los clérigos, de todos los poetas, ni un gallo de la veleta recubierto de oro, no más cúpulas de plata, ni un teatro de cristal, ni el rumor del arpa de la brisa en el follaje de un robledal. Sólo verás las vigas podridas en los soportales, una gran extensión de chapas oxidadas, sillones desconchados entre montones de latas y caños negros de hollín y sobre los techos de las casuchas, habrá ruedas de bicicletas o neumáticos de coches abandonados, que únicamente sirven para sostener en su lugar las techumbres, para que no las siga destartalando el viento. Y verás viejas desdentadas que juegan con el futuro de los transeúntes inocentes y doncellas lisonjeras y avejentadas, y chavales a los que basta con verles los rostros cejijuntos, para deducir su ignorancia y su falta de fe.
-¿Cómo terminas un día cuando ves todo con ese humor tan negro?
-Te ves inmerso en el sopor de la indiferencia, no consigues la paz interior que mi difunta madre me daba, y sigues más enfurruñado que antes.
-Tu madre te aconsejaba que seas capaz de descubrir la belleza de las cosas y de las gentes. Siempre te aconsejó eso, a ti y a tus hermanos.

Ahora el padre en su camastro, y el hijo en su litera, sueñan. El anciano, con lugares transparentes como las sedas de los baldaquinos, con ciudades caladas como el encaje de los vestidos de las mozas, con filigranas de ricas joyas y con el medallón charro que llevaba en el cuello su esposa fiel y pastora. El joven, con zumo de mosto, con una bocata de queso de cabra y jamón serrano, con una empanadilla de atún, y se relame. Palpa con manos febriles la piel tersa de la morenita que le dio su amor debajo del huerto de Calixto y Melibea, justo en la cueva de la Salamanca... Ambos entran en un sopor profundo, y descansan.

martes, 2 de abril de 2013

Internado de señoritas

Después del rezo en la capilla, y luego de la cena, cuando las sombras empiezan a adueñarse de los ventanucos, y antes de que la luna se deje ver, detrás de los naranjos, las internas van a sus dormitorios. Hay un perturbador aroma de azahares.
"Pedi fuora", dice la madre superiora y con una varita exige que guarden las piernas debajo de las sábanas y frazadas de griseta. Una vez hecho el recorrido, se retira satisfecha... no vaya a ser que tenga que atarle las manos a alguna de estas niñas, a los costados de la cama, como a la pupila de Formosa. Una cuerda ata ambas muñecas y las sujeta en los resortes de hierro. Esa chica tenía siempre calor, porque allá en su pueblo hace un calor insoportable y nunca sentía el frío gélido de los dormitorios.
Entre susurros, dos internas se dan cita por la mañana en la capilla, para agradecer el nacimiento del nuevo día. Semblantes entregados a la luz que irradian los vitraux. Miradas encendidas, fijas en un punto del altar, como en gozo contemplativo. Labios que se mueven en una plegaria. Manos entrelazadas y gesto de fervor religioso. Ellas aprendieron a disimular y se cuentan lo que no pueden decir entre tareas, estudios y oraciones. Es probable que tras los cortinados de terciopelo negro, las esté mirando el padre Ignacio, o uno de sus monaguillos. Por eso, hay que ser cuidadosas.
-Mañana habrá caminata por el pueblo. Otra vez, como todos los domingos, irán adelante la madre superiora y dos monjitas; en el medio, cuidando a las pupilas, la hermana Hortensia, y al final de la fila, de esa procesión tan peculiar, las dos practicantes que recién estrenaron sus hábitos.
-Me dijo mi tía que al final lo echaron al cura de la iglesia. Dos pupilas están embarazadas... y no se sábe qué pasó. Ahora parece que lo enviaron al Paraguay, para hacer la penitencia.
-Veremos quién será el nuevo párroco. A mí me mandaron obligada acá, porque descubrieron que me escapaba a la hora de la siesta y me encontraba con mi novio. Ibamos al hueco de la barranca, allá donde el río carcome las raíces de las ceibas y se agarran fuerte a la tierra. Nosotros también nos agarrábamos muy fuerte. Cuidado, que anda el "Pombero", que hace desaparecer a las doncellas, me decía mi mamá. Pero una vez vino mi papá y me sacó de la cueva a puro cinto del lado de la hebilla y me dejó marcadas las nalgas, para que no me olvide del pecado.
 -¡Cuidado, que viene la monjita nueva. ¡Rezá!
En la penumbra estéril, el silencio es más intenso. Debajo de su camastro canta un grillo. Pensar nunca puede escucharse, así que piensa y da rienda suelta a sus pensamientos. Imágenes pecaminosas, pero eso no lo va a confesar. Es pecado recordar, por ejemplo, al primo que fue a visitarlos un verano. La había llevado detrás de la parva de heno y le había dicho que sabía hacer magia...Ve el corazón que va poniéndose negro, como el alma, cuando la señora de la Catequesis iba marcando cada pecado hasta ennegrecer el alma... Le sacó la bombachita y le acarició los pelitos que estaban tiesos de miedo... el alma se ponía negra... con sus pases mágicos iba a hacer aparecer un botoncito rosado entre los pelitos... Alma negra... Pelitos quietos. Hay que humedecer, decía, hasta que de tanto acariciar, asomó su cabecita el botoncito del amor, como el primo le decía... Desde esa vez nunca más me hicieron esa magia. Mejor saco mis manos de ahí abajo, porque me las van a atar hasta el amanecer, cuando suene la campana de la oración.
Ya ha pasado la requisa noctura, entonces las pupilas que duermen al lado de la escalera que da al sótano y la despensa, salen de sus camas y van a conversar entre los estantes de frascos de conserva de hortalizas, mermeladas y charquis colgando de la fiambrera. El frío les da escalofríos, y los pepinos en escabeche las miran y la conversación les devuelve un porquito de calor.
-Me contó una compañera que viene solamente a las clases del colegio, que en el pueblo todos se ríen de nosotras. Dicen que somos las puritanas.
-Sí, y me dijeron que las que van al colegio mixto, el Comercial, hasta tienen clases de educación sexual y hay unos chicos tan lindos...
-El sábado será la fiesta del pueblo y va a haber baile en el Salón Cosmopolita.
La conversación queda trunca porque de golpe se encendieron las luces del dormitorio y la madre superiora las está casi arreando.
-A pelar papas y zanahorias, limpiar espinacas y acelgas, y hervir huevos, que la cocinera no viene hoy y hay que preparar torta pascualina.
Las chicas se escabullen sin ser vistas. Todas arrastran sus pantuflas, los camisones largos cerrados hasta el mentón y llevan el sueño a cuestas, hacia la cocina.
Sonidos domésticos, canillas que chorrean, marmitas que hierven, enseres que se entrechocan, utensilios que pelan. Todo alcanza para ocultar los diálogos.
-Tenemos que lograr escapar para ir al baile.
-Dicen que todas las mujeres se sientan en círculo alrededor de mesas para cuatro o cinco, y que los muchachos cabecean a unos metros para invitarlas a bailar. Hay orquesta típica y de ritmos modernos. Siempre hay una madre de alguna de las chicas, que está sentada ahí, vigilándolas.
-O escapamos, o conseguimos que alguna compañera del colegio nos invite a su casa.
 Concluída la tarea, es hora del aseo, del desayuno y la oración en la capilla, todo tan bien cronometrado, que no hay oportunidad para modificar la rutina.
Afuera el sol de la media mañana ilumina la estatua de San José. Las rosas blancas y las violetas despiden un aroma celestial, cuando ella ve que en el cerco de ligustrinas hay un hueco. Es un agujero por donde pasan los perros, pero bien podría servir para hacer la escapada nocturna, piensa.
Su amigo ha podido comprobar que la puerta de la cocina está siempre entornada y la ventana no tiene rejas. Ella ha conseguido una cita con uno de los curitas nuevos de la parroquia, el que la confesó la última semana. Recuerda que le contaron que cuando llegó el nuevo párroco, en el último cajón de su escritorio, justo debajo donde se guarda el misal y el rosario, encontraron unas cuantas bombachas de colores variados y cullotes  de franela gris, tal vez propiedad de las monjitas que iban a visitar al cura expulsado.
Sigue pensando e imagina la secuencia y el escenario. Ella, o quien sea, firme contra la pared de hiedra, detrás de la casa paroquial. Él le levanta el hábito o el jumper de colegiala, le quita la bombachita y se la guarda en el bolsillo de la sotana. Luego, rapidito, el cura les hace ver una imágen de luz brevísima. Se alisan los pliegues de los vestidos y cada uno se va caminando por senderos opuestos, por donde se esconden las lagartijas o por donde los caracoles de tierra van dejando caminitos de baba.
Esa noche a ella no le ataron las manos, porque puso los pies dentro, aunque tuvo que reprimir la risa bajo las sábanas, cuando recordó ese diálogo con su amiguito del pueblo.
-Yo creía que eras atea. Me mentiste.
-¿Por qué te mentí?
-Porque estuviste gritando "Por Dios", ¡Oh, diosito, qué bueno!... cuando me diste la prueba de amor.
Sobreviene el sueño de todas, pero ella sigue pensando que falta poco para asistir al baile, al que irá con su amiga. Adentro, olor a humedad, a velas y a incienso. La puerta de la cocina permanece sin cerrojos, la ventana sin rejas, y el orificio de la ligustrina todavía no ha sido reparado. Afuera, el aroma de los azahares es muy persistente.

jueves, 28 de marzo de 2013

Una rosa sola

Dos pétalos marchitos de una rosa roja caen en este mismo instante. Dora la había cortado días atrás, con meticulosa precisión, del jardín del vecino en la temprana madrugada, cuando unas gotas de rocío embellecieron aún más su aterciopelado ropaje.
Desde el baúl de los recuerdos, se acordó de aquel medio día, cuando iba al colegio "Nuestra Señora del Rosario". Los varones se cruzaban con ellas en esa esquina, precisamente, cuando salían del colegio. Ellas los miraban desde lejos, y los admiraban, porque eran los del último grado de la escuela primaria. Pantalones cortos a la altura de las rodillas, tiradores negros, camisas blancas que se cerraban con un moño azul, zoquetes blancos y zapatos negros abotinados; en los hombros, indefectiblemente, todos llevaban el saco azul de botones dorados.
Uno de los muchachos, como impulsado por una extraña inercia se acercó a Dorita, de guardapolvo blanco con tablas firmemente almidonadas y moño. Le entregó una rosa roja. Seguramente, robada del primoroso jardín de las monjas. Y le espetó: "Si no te casas conmigo, me hago cura". Ella admiró la audacia por sobre la timidez de sus manos temblorosas, las gotitas de sudor en la frente, apenas cubiertas por los rizos rubios y, aunque la ocasión daba, no la miró con ojos huidizos. La cubrió con una mirada que la captó sólo a ella y a nadie más, hasta hacer desaparecer todo lo que había a su alrededor. Hasta sus compañeras se alejaron un poco, en corro y ahogaron sus ¡oh! de sorpresa, al unísono, tapándose la boca y el rubor cómplice. Dorita tomó la flor.
Nunca antes había percibido esa misma sensación, tan indescriptible, que la hizo avergonzar en secreto. Fue tal la turbación, que no pudo emitir sonido alguno. De todas maneras, aunque hubiese murmurado algo, Jorgito ya estaba corriendo hacia la otra esquina y lo había perdido de vista.
Mira nuevamente la rosa, y otro pétalo descolorido cae sobre el mantel. Había puesto esa rosa roja en el jarrón, días atrás, cuando comenzaba a correr el rumor, como se prende una vela ante el altar. La rosa está ahí sola... Vivir esperando la muerte. Morir esperando la nada... como ella.
Otra vez atisba la pantalla, con la sola compañía de su gato peludo, que ronronea a sus pies, se enrosca impúdicamente en la canasta de ovillos y las agujas de media carpeta tejida al crochet. Una sensación intensa la estremece. La serena belleza de Dora se impone por sobre los pliegues de sus mejillas sonrosadas. Una mujer que, aunque pasaran los años, no puede ocultar a la joven hermosa que había sido.
Otra vez, mirando hacia un punto del ventanal, ve a un picaflor aleteando, como su corazón, que liba el agua azucarada. Reconoció aquella mirada. A pesar de estar amortajada de frío, en su interior sintió el calor que la envolvía: la escena en el portal del colegio, y sonrió. Ni siquiera, mucho después, su prometido le había prodigado una mirada así, cuando le propuso matrimonio, ni cuando hace más de treinta años, ella dio el sí ante el altar. Otros muchachos tampoco, en los escarceos de su juventud, habían sido tan convincentes.
No lo vio más a Jorgito. Nunca más, porque se mudaron a otro barrio, a otros jardines, a otros horizontes. Años después nació su único hijo, que ahora vive en otro país, y su nieta, que no conoce. Cuando quedó viuda, despidió a su esposo con una rosa blanca. Está sola, como esperando la muerte, como esperando la nada.
Recordando, el corazón galopó y dio saltos intermitentes, como un caballo desbocado. Lo vio llegar a la carrera, rojos los cachetes, sudorosa la frente y las manos calientes, cuando apenas la rozó para entregarle la rosa.
Los ojos de la anciana, un tanto miopes ya, otra vez escudriñan la pantalla. Todavía están en los prolegómenos. Ahora piensa. Siempre me he mecido para mantenerme en la otra orilla de la realidad, donde las decisiones fueron tomadas por otros, como cuando descansas en la playa y las olas te lamen tímidamente los pies, mojándote, sin sumergirte, sin lanzarte del todo, y el viento te ha arrastrado hacia la nada, que hoy siento.
Sola, invariablemente sola, esperando la muerte, como morir cada día, esperando la nada.
Otra vez el monitor la distrae de sus cavilaciones y ve.
-¡Habemus papam! -anuncian desde el Vaticano. Y lo reconoce. Es Jorge, más calmo en esa mirada abarcadora, más reflexivo en las sienes y en su calva, más paciente en el gesto, aquel Jorgito que la había perturbado tanto, también ahora la conmueve. Ël decidió brindar todo ese amor, porque de nada sive guardarlo para sí, sin prodigarlo.
-Recen por mí -propone con voz suave y ella reza con el fervor dibujado en su semblante.