martes, 10 de abril de 2012

Lágrimas de chocolate

-Y yo hice llanto. -me dijo la niña con sus ojazos verdes fulgurando con picardía.
-¡Ah!, hiciste teatro, entonces?
-Un poco de teatro sí, y otro poco de verdad porque... -me imaginaba a Agustina defendiéndose entre la muchedumbre, tomada de la mano de su tía. Ese gentío pugnaba por llegar a la verja, donde los chocolateros repartían pedacitos de ternura del huevo gigante de Pascuas.
-...un gordo me pisó y yo lo miré feo, después la mujer que lo acompañaba también me pisó, y ahí sí me dolió y...
No hubo necesidad de hacer el rompimiento oficial y simbólico con el martillo de plástico, ni con la piqueta de escaladores, que el jefe comunal esgrimía, mientras iba siendo elevado por una grúa mecánica hacia más allá de los ocho metros de alto del gran huevo de chocolate.
-...entonces sí me di vuelta y le devolví el pisotón al gordo, que me quedó mirando -el estupor debió haber sido mayor que el dolor que la niña le propinó, y no debió haber sido tan prolongado, porque el señor absorto tenía que defenderse de los constantes empujones que recibía él y su robusta esposa, desde un costado, por una madre impetuosa, desde el otro, por un padre que llevaba en sus hombros a su pequeño, y desde atrás, por varios chicos alborotados.
-Aquí, en el escenario se encuentran Paola y Francisco que buscan a su mamá -anunciaban por los altavoces.
-Pasá por acá, linda -la tomó de la mano un voluntario del servicio forestal andino y la llevó por entre las vallas. Dejó pasar también a su tía y les ofreció un cascote de chocolate a las dos. Ellas se retiraron con amplia sonrisa de felicidad, por la cerca lateral.
Todos unidos, visitantes y locales, forasteros y residentes, en dulce comunión, se deslumbraron por el brillo del chocolate que estaba siendo cada vez más esplendoroso en el sol diáfano y cálido del mediodía. La B de grandes letras de chocolate blanco estaba derritiénose y al otro extremo, la H de Bariloche, chorreaba lentas lágrimas sabrosas.
-Parecía que el huevo lloraba porque le daban martillazos; por el otro costado los hombres pegaban patadas suaves con pantuflas blancas y caían las placas grandes -Agustina se relamía y yo pensaba que era el calor del sol y de la gente agolpada para verlo de cerca. Corazones palpitantes que, unidos, se fascinaban observando cómo la ciudad resurgía como un mito. Una Pascua de Resurrección que mostraba a un Bariloche elevándose con fuerzas. Manos extendidas para dar y para recibir. Una paradoja. Bariloche que se alza, un huevo que cae, desarmándose en trozos de amor y de dulzura.
Las cenizas ya quedaron atrás y el sol brillaba; encandilaban las manchas de chocolate en los guardapolvos, en las manos, en los gorros, en los semblantes de los pasteleros, y se perlaban de sudor las frentes de los voluntarios que partían los grandes trozos con las piquetas.
-Un zoológico al revés, vio? -Como cachorros mimosos de leopardos moteados de chocolate, en la verja daban sin esperar recibir nada de los visitantes. Tan sólo una sonrisa agradecida.
-En la puerta de la comisaría está Fabiana, mamá de Ramiro, y lo está esperando.
Desde la grúa, en lo alto, las cámaras filmaban a la muchedumbre, que no quería perderse ni un trozo apetecible, cálido y solidario.
-Oro dulce. Eso es lo que es -decía una abuela que trataba de llegar hacia las bandejas colmadas.
-¿Vio qué caro está comprar un huevo chiquito para los nietos?
-Sí, pero esto es muy emocionante!
-Un lugar por aquí, que hay una persona desmayada!
-Quienes están trepados al camión de bomberos, desciendan, porque todo lo van a ver; todos podrán disfrutar de esta delicia. Por favor, bajen -decían los micrófonos.
-Bariloche participa de los records Guiness por esta elaboración artesanal -decían los titulares.
-Se acabó la malaria -anuciaban cuasi-periodistas en un medio.
-Cuando una comunidad se pone en marcha y aúna esfuerzos, todo es posible.
-El volcán ya no expulsa cenizasy el sol brilla en el cielo azul para alumbrar los colores vibrantes del otoño.

Me desperté de la modorra con un gusto dulzón en las papilas y supe. El llanto de Agustina y las lágrimas de chocolate no habían sido un sueño.
La luna llena redonda y majestuosa se asoma ahora entre los pinos y la torre de la Catedral. Aún no puede salir de su asombro. Ve el esqueleto vacío que quedó en la plaza casi desierta y adhiere a los festejos con su blancura.